En los años de la Revolución y en la época
napoleónica, Francia contó con un buen número de
grandes matemáticos (Lagrange, Monge, Laplace, Legendre, Condorcet, Carnot, Fourier,....) que se
esforzaron en desarrollar una matemática eminentemente práctica,
que contribuyera al desarrollo de la sociedad a través de la
utilidad pública de sus resultados. El mismo Napoleón
sintió una gran admiración por los matemáticos
y por su ciencia: "El progreso -decía el emperador- y el
perfeccionamiento de la matemática están íntimamente
ligados a la prosperidad del estado". De hecho, se cuenta que antes
de autoproclamarse emperador, Napoleón se enzarzó en una
discusión sobre matemáticas con Lagrange y Laplace que
fue subiendo de tono hasta que Laplace le advirtió:
"Lo último que deseamos de usted, general, es una lección
de geometría". Años más tarde Napoleón nombró
a Laplace Ministro del Interior pero, al ver la inutilidad del matemático
para los asuntos públicos, lo cesó al poco tiempo alegando
que "Laplace aporta el espíritu de lo infinitamente pequeño
a la dirección de los asuntos de estado".
En todo caso, parece poco probable que el emperador fuera el verdadero
autor de los dos teoremas que llevan su nombre.
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