75. Energía nuclear: Nervios y poesía
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Escrito por Miquel Barceló   
Miércoles 06 de Julio de 2011

Hoy parece ya claro que, en la tragedia nuclear de Fukushima (Japón), ha habido cuando menos serios problemas con la radioactividad. Como consecuencia, incluso Angela Merkel ha decidido cambiar la política energética en Alemania. Y reacciones parecidas pueden producirse en otros lugares del mundo.

Además del peligro inmediato o catastrófico, la radiactividad es uno de los mayores peligros que supone la energía nuclear de fisión que venimos utilizando. Y lo es de dos maneras distintas y, desgraciadamente, complementarias: la contaminación radiactiva inmediata y, también, la larga vida radiactiva de los residuos y el peligro que ello representa.

La solución, además de las energías renovables, parece ser recurrir a la energía nuclear de fusión (hidrógeno más hidrógeno dando helio), como se hace en el núcleo del sol. Pero ese proyecto de investigación tiene todavía para unos cuantos años. Tal vez, con suerte, lo logremos en unos treinta o cuarenta años, aunque la mayoría de los investigadores que trabajan en ese campo suelen ser, cual les conviene para obtener mejor financiación..., un poco más optimistas.

Sea como sea, la ciencia ficción también adelantó los "nervios" que provoca una central "atómica" con problemas y de ello les quiero hablar aquí.

Los nervios de Lester del Rey

Hay una novela corta clásica de la ciencia ficción de todos los tiempos: Nervios (Nerves, 1956) de Lester del Rey, que fue reeditada con una nueva versión algo ampliada y puesta al día en 1976 (ésa es la versión que se publicó en España en el número 56 de la colección SuperFicción de Martínez Roca).

En Nervios, Del Rey imagina (¡en 1956!) que las "centrales atómicas" sirven no sólo para producir energía, sino también para "fabricar" todo tipo de isótopos que han de ser usados en diversas aplicaciones médicas, pero también industriales. Hoy parece que el gran subproducto de nuestras actuales centrales nucleares es sólo el plutonio que suele ser usado en artefactos bélicos (bombas atómicas) y, también, como nuevo combustible para centrales de fisión en ese MOX que es el nuevo combustible que usaba, por ejemplo, el tercer reactor de Fukushima. Y que usan muchos otros reactores nucleares en el mundo...

En la novela de Lester del Rey, se habla de una nueva ley pendiente de aprobación para obligar a que todas las "plantas atómicas", por su peligrosidad, se ubiquen lejos de las zonas habitadas, con gran disgusto de los trabajadores de esas plantas. Paralelamente, la central del protagonista, el doctor Ferrel que como médico debe enfrentarse a los problemas de la radiación, sufre un accidente nuclear y de ahí los nervios del título y la problemática que la novela inauguraba en 1956, cuando se publicó.

Los inicios de la energía nuclear de fisión

Cabe tener en cuenta que, en 1956, el desarrollo de la energía nuclear (que hoy en el mundo supone el 6% de la energía utilizada, aun cuando en España sea de casi un 20% y una proporción aún mayor en Japón y Francia) era todavía muy limitado.

El primer reactor, el Enrico Fermi CP-1 (Chicago Pile 1), entró en funcionamiento el 2 de diciembre de 1942 para conseguir, por primera vez, una reacción en cadena controlada y automantenida. Luego vinieron las dos primeras bombas atómicas: Little Boy de uranio-235 y Fat Man con plutonio que fueron las lanzadas en agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaki. Terminada la segunda guerra mundial, vinieron el Tratado de No Proliferación Nuclear y el programa de cooperación internacional Átomos para la paz promovido por el presidente estadounidense Eisenhower a partir de 1953.

Mientras tanto, el 20 de diciembre de 1951 se hizo operar el EBR-1 un reactor experimental en Idaho que producía 100 kWh. Fue seguido de los reactores nucleares para los submarinos como el USS Nautilus en proyecto desde 1953 y lanzado en 1955. También hubo otros proyectos.

Fue precisamente el mismo año en que Lester del Rey publicaba su novela, en 1956, cuando los británicos inauguraban su primera central nuclear en Calder Hall y, en 1963, General Electric fue la encargada de poner en marcha una central nuclear de agua en ebullición (BWR, como la de Garoña o las de Fukushima) para uso estrictamente comercial (Oyster Creek I).

Lester del Rey, como a veces ocurre, se adelantó en el caso de la energía nuclear precisamente en la línea de la definición que Isaac Asimov diera para la ciencia ficción: la narrativa "que trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". La respuesta en ese caso (y en el de Fukushima...) parece ser precisamente esa situación de Nervios que nos anticipaba Lester del Rey hace ya más de cincuenta años.

Ecología y poesía

La ciencia ficción tiene también una vertiente ecológica de la que hablaremos algún día con detalle. Hay clásicos recientes profundamente admonitorios como Jinetes de la antorcha (1974) de Norman Spinrad, pero si hemos de ser sinceros, la reflexión ecológico-poética sobre el planeta Tierra viene de lejos en la ciencia ficción.

Robert A. Heinlein, catalogado como un "autor de derechas", escribió hace ya sesenta años un cuento de gran carga emotiva que ha tenido amplio eco y consecuencias en el mundo de la ciencia ficción. Se trata de Las verdes colinas de la tierra (The Green Hills of Earth, 1951), donde se introduce un personaje, Rhysling, que se ha convertido en emblemático en la historia de la ciencia ficción y que ha acabado prestando su nombre para etiquetar el premio internacional más importante dedicado a la poesía de ciencia ficción.

Sí, lo he escrito bien: poesía....

El relato en cuestión apareció publicado por primera vez en el The Saturday Evening Post el 8 de febrero de 1947. Luego fue recogido en diversas antologías y hoy es un clásico indiscutible. El título procede de otro relato clásico en la ciencia ficción, Shambleau (1933) de Catherine L. Moore, donde el personaje Northwest Smith tararea una canción titulada precisamente "Las verdes colinas de la Tierra". Algo así como un "homenaje" interno en el seno del género...

Pero quien convirtió esa frase en un emblema fue Heinlein en su relato de 1947. En él se narra la historia de un "aviador a chorro" apodado "Ruidoso" Rhysling ("Noisy" Rhysling), el Cantor Ciego de las Rutas Espaciales (The Blind Singer of the Spaceways). Rhysling, ciego por efecto de la radiactividad procedente de una avería en su nave, recorre durante más de veinte años el espacio como cantor y poeta ayudándose de su creatividad poética para hacer canciones acompañándose con un viejo acordeón.

La épica de sus aventuras se enlaza así con la energía nuclear, causante de su desgracia y, como veremos, al final, de su poética muerte.

En un último viaje, Rhysling, casi como polizón, intenta volver a la Tierra y un nuevo accidente le lleva a quedarse espontánea y voluntariamente junto al motor nuclear averiado y, con su esfuerzo y experiencia, logra salvar a la nave y a la mayoría de sus tripulantes. Pero Rhysling es consciente de su muerte casi inmediata por efecto de la radiactividad ya que "era incapaz de ver la neblina roja y ardiente en la que trabajaba, pero sabía que estaba allí".

Es en esas circunstancias, cercano a la muerte, cuando Rhysling, el poeta ciego, da la forma final a la más famosa de sus creaciones:

Oramos por un último aterrizaje

En el globo que nos vio nacer

Dejadnos descansar los ojos en las lanudas nubes del cielo

Y las frescas, verdes colinas de la Tierra

en lo que es mi propia traducción de un original que reza: "We pray for one last landing/ On the globe that gave us birth/ Let us rest our eyes on the fleecy skies/ And the cool, green hills of Earth".

Estos versos se han convertido en canción, versionada varias veces por miembros de la comunidad filk, algo así como el "folk" de la imaginación. Un grupo de gente de lo más variado que compone canciones de culturas imaginadas, como hiciera, por ejemplo Ursula K. le Guin en su novela El eterno retorno a casa (1985) que, en la versión original en inglés, se vendía con un cassette con canciones y poesías de los kesh (el pueblo del que se hablaba en la novela); o Jane Yolen con canciones incorporadas (música y letra) como anexo en brillantes novelas de fantasía como Hermana Luz, hermana Sombra (1988) y Blanca Jenna (1989).

Y, last but not least, desde 1979 existe el premio Ryhsling, para galardonar la mejor poesía de ficción especulativa (SF: speculative fiction), o, si quieren, la mejor poesía de la versión moderna de la ciencia ficción (SF: science fiction). Y añadiré que me siento orgulloso de ser amigo de Joe Haldeman quien ha ganado este premio varias veces...

Yo leí ese relato sobre Rhysling en la versión "libre" que redactara José Mallorquí para la revista Futuro donde, en los años cincuenta, no se citaba el autor original por aquello de no pagar derechos de autor. Pero esa breve poesía ha quedado siempre en mi memoria.

Rhysling con su ecológico canto a "las verdes colinas de la Tierra" y con su ceguera y su muerte radiactivas enlaza, de manera casi misteriosa, el tema de la energía nuclear en la ciencia ficción con su tratamiento de los temas ecológicos y, sobre todo, con la añoranza de una Tierra verde que se pierde para siempre.

Pero ese de la ecología en la ciencia ficción, será tema para otro día.

Buen verano.

 

Para leer:

- Nervios (1956 y reedición en 1976). Lester del Rey. Barcelona, Martínez Roca, SuperFicción 56, 1980.

- Las verdes colinas de la Tierra (1947). Robert A. Heinlein. En "Historia del futuro /1" (1967), Barcelona, Acervo, ciencia/ficción 39, 1980.

 
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