67. Fantasía newtoniana
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Escrito por Miquel Barceló   
Lunes 21 de Junio de 2010

En primer lugar déjenme decir que casi estoy tentado a escribir aquello de "como decíamos ayer...". Ha sido un largo paréntesis, casi un año, en el que esta sección ha estado interrumpida. Básicamente, debo reconocerlo, por mi exceso de trabajo, pero también tal vez por un cierto agotamiento de ideas... Vuelvo al intento de escribir estas aportaciones más o menos mensuales con ideas renovadas, con la voluntad de ampliar los contenidos (a la fuerza obligan...) y, también, con la inevitable petición de disculpas por el parón...

Al querer hablar, con amplia liberalidad, de matemáticas y ciencia ficción, tal vez sería interesante acotar en cierto sentido la ciencia ficción y, sobre todo, diferenciarla de la fantasía. Aunque no hay que olvidar que existen algunas novelas de fantasía que, sin ser ciencia ficción, intentan respetar al menos las leyes de la física newtoniana. Así lo hace Brandon Sanderson en los libros de los que hablaré en esta entrega.

Vamos a ello.

Fantasía y ciencia ficción

Debo reconocer que, con ocasión del Premio Internacional UPC de Ciencia Ficción, a menudo los posibles concursantes intentan informarse sobre si se aceptan o no novelas de fantasía. La respuesta suele ser que posiblemente no pero que, como siempre, "depende, todo depende...". A veces respondo que ya me gustaría recibir algo del calibre de la serie Mistborn (Nacidos de la bruma) de Brandon Sanderson, que son obras de fantasía, entretenidas y divertidas pero que al menos respetan la física que conocemos.

En cualquier caso, el debate entre la diferencia que pueda haber entre ciencia ficción y fantasía es ya viejo y suele ser recurrente y más bien inacabable...

Hablemos un poco de ello.

En noviembre de 1998, LOCUS publicaba un interesante artículo de Rob Chilson con el título "Science Fiction & Fantasy: Describing Our Field" (Ciencia ficción y fantasía: describiendo nuestro género). En ese texto, Chilson abordaba, una vez más, un intento de delimitación de lo que, para él y para mí, es "nuestro género": la ciencia ficción. Chilson, centraba un tanto de manera simplificada pero muy didáctica, la distinción real en el debate entre imágenes e ideas. Su idea central, y la comparto, es que la ciencia ficción se ocupa esencialmente de ideas y la fantasía de imágenes.

Su valoración se resume en la frase "sugiero que la ciencia ficción (SF) real sigue todavía fuera de la ley, que lo que es popular es la fantasía pseudo-científica (PSF) y la narrativa contemporánea pseudo-fantástica (PFM)".

No se trata de meternos en nuevas definiciones. No sirven de nada. Aunque no es un personaje al que me guste citar, conviene recordar que ya Nieztsche nos enseñaba que "sólo se puede definir lo que no tiene historia", ya que la historia y los cambios que ella comporta hacen imposible una única definición para cualquier cosa que haya ido cambiando a lo largo del tiempo. La ciencia ficción ya ha tenido una larga historia, ha cambiado, y es de difícil definición. Es más, la ciencia ficción, en afortunada expresión de Tom Shippey, "es la literatura del cambio, y cambia mientras se está tratando de definirla".

Esa aportación de Chilson contraponiendo ideas (SF) e imágenes (Fantasía, PSF y PFM) me parece de lo más interesante por cuanto, además, parece poder contraponer dos mundos hoy en agitado enfrentamiento: la galaxia Gutemberg y el mundo de lo audiovisual. De pasada haré notar que la expresión de Shippey se refiere a la "literatura" y no necesariamente a otras manifestaciones de la ciencia ficción.

Antes de seguir debo reconocer que, devoto espectador del cine de ciencia ficción, sigo prefiriendo la literatura. Ya sé que se suele decir que "una imagen vale más que mil palabras", pero en mi opinión "una palabra puede sugerir muchas más de mil imágenes". Hay razones para verlo así, y deberían ser evidentes. No renuncio a lo audiovisual, pero me parece que conviene dejar las cosas en su sitio.

Cuando presenciamos un espectáculo audiovisual lo percibimos con la vista y el oído, nuestros sentidos más potentes. La elaboración de lo que vemos y oímos responde en forma, ritmo y contenido a la visión del autor de la que somos espectadores eminentemente pasivos. Sólo los más entrenados pueden escapar al influjo atractivo de una buena producción audiovisual, y ser capaces de juzgarla intelectualmente en los brevísimos lapsos de tiempo de que se dispone. La imagen domina sobre la idea. (Según Chilson eso también ocurre entre la fantasía, dominada por imágenes, y la ciencia ficción, con mayor predominio de las ideas).

La lectura es algo distinto. En este caso es la idea la que domina sobre la imagen. Cuando leemos no hacemos otra cosa que interpretar nosotros mismos (con nuestro cerebro, nuestra experiencia, nuestra sensibilidad) unos signos misteriosos. Si alguien no me cree que haga la prueba de intentar enfrentarse a un libro en japonés. Si no se sabe japonés son sólo garabatos sin sentido. Como sin sentido son los garabatos con que escribimos el castellano para alguien que no lo haya aprendido. Sólo si hemos sido entrenados (generalmente durante nuestra infancia) en la lectura de un determinado idioma, esos garabatos cobran un sentido que, intrínsecamente, no tienen. Nuestro cerebro entrenado les da ese significado, conforma ideas e imágenes a partir de la compleja "base de datos" de nuestros recuerdos. Somos nosotros quienes leemos, y la prueba es que cualquier libro releído en distintos momentos de nuestra vida "sabe" distinto. Los "garabatos" son los mismos, pero nuestra "máquina de interpretar", nuestro cerebro, ha cambiado, tiene otra "base de datos" de ideas e imágenes: conforma una lectura diferente.

Eso explica, por ejemplo, lo que ocurre cuando vemos la película hecha a partir de una novela que ya hemos leído. Como el director ha usado su propia "base de datos" cerebral de ideas e imágenes, solemos ver la producción audiovisual como algo ajeno, distinto a lo que habíamos concebido al leer la novela. El ejemplo del Dune de David Lynch es paradigmático. Al menos en mi caso, hasta la tercera visión no supe aceptar esa imagen y esa estética de imperio austro-húngaro que usa el director. Era muy distinta de mi elaboración propia, aunque (con la salvedad de la errónea elección del personaje central y de la irreal estética de los destil-trajes que no he de perdonar nunca...) he acabado aceptando también la iconografía que Lynch se hace de Dune. Aunque siga siendo muy distinta de la mía...

Para mí es claro que un libro leído por mil personas da lugar a mil libros distintos, y no tengo claro que algo parecido suceda con una película vista por mil personas, al menos al mismo nivel.

Por eso la distinción de Chilson entre ideas (SF) e imágenes (F, PSF y PFM) me parece adecuada para clarificar el extraño mundo de lo que él engloba como la "literatura imaginativa" y otros llaman "el fantástico".

Pero Chilson no se queda aquí, también reconoce el inevitable carácter marginal de la verdadera ciencia ficción. Y de pasada, digo yo, el interés de tantos y tantos devotos de la "modernez" teñida de mercantilismo y comercialidad en ir poco a poco minando la base de la "ciencia ficción real" (en términos de Chilson) para hacerla derivar hacia otros ámbitos. Se trata de los ámbitos del "fantástico" que incluyen indiscriminadamente algo de cierta ciencia ficción, mucha fantasía, bastante terror y, en definitiva, apuntan a la narrativa contemporánea pseudo-fantástica (PFM) que es donde está de verdad el público y el dinero.

No es esta mi postura. Interesado en todo tipo de literatura, no me molesta defender la especificidad y el carácter "distinto" de la ciencia ficción. Y no siento ninguna necesidad de reclamar su "normalización". Ni me preocupa su marginalidad. Yo no vivo de eso.

Siempre he defendido que me interesa mucho más la ciencia ficción que la fantasía o el terror o eso más genérico que se llama "el fantástico". Pero el problema es que esa visión de la ciencia ficción como una literatura de ideas está condenada (lo estará siempre) a un público reducido, a un ghetto que todos conocemos.

Chilson acude a la autoridad de un experto indiscutible como Damon Knight quien decía que: "la ciencia ficción nunca será popular". Y eso es algo que algunos sabemos, pero que ciertas tendencias mercantiles quieren modificar a base de alterar el contenido de la ciencia ficción, de convertirla en "el fantástico" y dar gato por liebre para obtener mayores beneficios. Hay claros ejemplos de ello incluso en nuestro país.

¿Y porqué mantenerse en el ghetto? ¿Se trata de una postura simplemente masoquista? La respuesta es, en ambos cosos, un rotundo NO.

El hecho de saber de razones que explican la existencia del ghetto de la ciencia ficción, no impide que se intente superarlo. Pero si hay que salir del ghetto debe hacerse con honestidad, no alterando el producto para que, simplemente, deje de estar llamado al ghetto. Diluir la ciencia ficción en "el fantástico" es hacer trampa y, dadas las tendencias mercantilistas del capitalismo, condenar a la ciencia ficción a la muerte final. Muchos de los presuntos teóricos de "la muerte de la ciencia ficción" pueden encontrar sus razones primeras en ese intento mercantilista y comercial de pasarse con armas y bagajes al otro bando para, en definitiva, obtener un mayor beneficio económico.

En mi caso, teniendo en cuenta los lugares donde me muevo, he intentado extender la ciencia ficción al ámbito universitario politécnico y, tal vez por ello, suelo usar como referencia la definición de Isaac Asimov que veía la ciencia ficción como "la rama de la literatura que trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Me parece útil y, tal como están las cosas, me da argumentos para defender la ciencia ficción. Ha de quedar claro que esto no reduce la ciencia ficción real de Chilson a esa ciencia ficción hard que tanto suele molestar a algunos. Aunque la contradicción de esa gente que vive en una sociedad poderosamente marcada por la tecnociencia y, al mismo tiempo, se enorgullece de ser ignorante de esa tecnociencia que tanto afecta sus vidas y entorno, es tema bastante más complejo que conviene dejar para otro día.

Con el riesgo de una posible simplificación, en el entorno universitario politécnico en el que me muevo me es posible defender la ciencia ficción (la "real" en el sentido que le da Chilson) como una herramienta imprescindible para enfrentarnos a eso que Toffler llamaba "el shock del futuro". La definición de Asimov viene aquí como anillo al dedo y por eso la uso. El ejemplo más reciente lo da la famosa ovejita Dolly y la consiguiente discusión sobre la clonación humana. Un tema que se abrió para el gran público a partir de febrero de 1997, mientras que los escritores y lectores de ciencia ficción ya habían analizado el problema décadas antes y desde multitud de enfoques distintos.

La ciencia ficción sigue siendo, en mi opinión, el mejor aprendizaje para vivir en un futuro del que sólo sabemos que será distinto del pasado e incluso del presente... No es poco.

Repito, se trata de una visión interesada para aproximar la ciencia ficción a un determinado tipo de personas: los universitarios politécnicos. A mi esposa Teresa (socióloga de pro y preocupada por el papel de la mujer en nuestra sociedad) le vendí otro tipo de "moto" para introducirla en la ciencia ficción. Y así hago en muchos casos: a partir de sus intereses personales, intentar acercar al mayor número de personas a esa "ciencia ficción real" de que habla Chilson. Pero eso sí, sin recurrir a la alteración del producto, y defendiendo siempre la especificidad de la ciencia ficción sin diluirla en esa misteriosa amalgama de tanto predicamento comercial llamada "el fantástico".

Pero la fantasía, no me cuesta reconocerlo, suele ser más atractiva y, sobre todo, más fácil de leer para el gran público, y por eso está conquistando el mercado. Conviene recordar que, hacia los años cincuenta y sesenta, la que podríamos llamar "fantasía moderna" se publicaba en revistas y colecciones de libros de ciencia ficción y ese ámbito es donde nacieron series de fantasía hoy clásicas como la de Darkover de Marion Zimmer Bradley, Terramar de Ursula K. le Guin y, evidentemente, la más conocida de todas, El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien.

Pero, también, para una mentalidad racionalista como la mía, esa fantasía movida por imágenes y con amplia liberalidad en su uso de la magia, me parece falsa a veces. En el mundo de la fantasía todo parece estar permitido. La magia es un recurso mucho más poderoso que la ciencia y el mismo Gandalf, caído irremisiblemente hacia la muerte tras derrotar al Balrog, acaba volviendo a aparecer (en el capítulo "El caballero blanco" del primer volumen), cuando conviene al autor por aquello de que, en la fantasía, parece estar todo permitido.

Aunque hay excepciones.

Los sistemas de magia de Brandon Sanderson.

Brandon Sanderson es un joven escritor, ya no promesa, sino verdaderamente uno de los más interesantes y exitosos que publica hoy lo que podríamos llamar una "nueva fantasía". Y eso cuando el mundo de la fantasía parecía casi agotarse en sí mismo con los muchos "copiadores" de Tolkien o las consabidas historias de vampiros que ahora hemos descubierto que, convenientemente aderezadas, pueden ser incluso lectura favorita de adolescentes en busca de experiencias románticas...

Sanderson cuenta historias de fantasía, pero una fantasía "distinta", una fantasía que no se acoge a los clichés al uso "made in Tolkien".  En sus novelas no hay dragones, ni enanos, ni elfos, ni magos todopoderosos como Gandalf (aunque sí hay poderes mágicos al servicio de esos "alománticos" que, en realidad, están lejos de ser todopoderosos y que tienen sus excepcionales dones bien acotados e incluso "reglamentados" por las leyes de la física...). Se trata de una fantasía "nueva", renovadora.

Centrándonos ya en la trilogía Mistborn (Nacidos de la bruma), conviene decir que Sanderson diseña diversos sistemas de magia válidos en sus novelas (distintos en cada serie....) y a los que se sujeta con todo el rigor. Se trata de magia, sí, pero en cierta forma reglamentada.

Una escritora especializada en la fantasía como es Robin Hobb, dice precisamente refiriéndose a ello: "Mistborn utiliza un sistema de magia muy bien pensado".

En la fantasía existe siempre el peligro de que el poder de la magia pueda con la lógica de la narración. Sanderson, en el sistema mágico de Mistborn (la "alomancia"), imagina que bien puede haber en un universo de fantasía seres que tengan determinados poderes mágicos, pero que, quieran o no, actúan en un mundo sometido a ciertas leyes. Así el "todo vale" que permitió a Tolkien "resucitar" a Gandalf, desparece. Incluso quienes disponen de excepcionales poderes mágicos deben estar sometidos a fenómenos tan rutinarios como el consumo de los recursos disponibles y la omnipresente ley de acción y reacción newtoniana... y el uso de sus poderes ha de reflejar incluso esas realidades.

Todo eso se encuentra en el sistema mágico que Brandon Sanderson ha inventado para esta espectacular trilogía. La alomancia significa que ciertos metales proporcionan a los que disponen de esos poderes (los "mistborn", los "nacidos de la bruma") unos poderes excepcionales. Así los metales ingeridos (que en el sistema mágico que Sanderson ha diseñado para Mistborn actúan de dos en dos) permiten, por ejemplo, que el hierro tire de metales cercanos, mientras que el uso del acero empuja esos mismos metales cercanos. Pero si, por ejemplo, uno empuja cualquier objeto con el poder alomántico del acero, la ley de acción y reacción actúa (vivimos en un mundo newtoniano...) y por lo tanto el alomántico experimenta una especie de "retroceso" hacia atrás para compensar la acción de empujar cosas hacia fuera. Eso permite a los alománticos, por ejemplo, saltar mucho usando monedas metálicas y logran casi volar como hiciera el primer Superman. Y también introduce ciertas limitaciones "físicas" al uso de la magia.

Hay otros poderes alománticos con más de una docena de metales involucrados a lo largo de la amena trilogía: el estaño amplía los sentidos, el peltre amplia las habilidades físicas, el latón enciende emociones en los demás mientras que el cinc las apaga y así sucesivamente.

No hay que engañarse, se trata de fantasía, no hay otra lógica que la aventura, el ambiente, nuevas criaturas de fantasía, luchas por reinos y por la dominación y el consabido y habitual juego de poderes. No incluye el aprendizaje del futuro que aporta alguna de la mejor ciencia ficción, pero en su uso de los poderes mágicos, se trata de unos poderes honestamente "reglamentados" y acotados. El metal ingerido se consume y por eso el poder se acaba si no se puede reponer el metal usado con más ingesta del mismo. Todo como si ocurriera en nuestro universo sometido a limitaciones físicas que todos conocemos y de las que, desgraciadamente para la lógica, la mayoría de narraciones de fantasía parecen estar ajenas. ¿De dónde saca Gandalf sus poderes o la energía para manifestarlos? ¿Cómo puede ser que esa energía parezca infinita cuando nada lo es en nuestro universo...?

Sanderson no parece estar de acuerdo con tanta liberalidad y reacciona inventando un nuevo tipo de fantasía que, en este caso al menos, guardando todo el atractivo de la mejor fantasía, se acerca al rigor de la buena ciencia ficción.

Me voy a permitir incluir aquí un texto del estudiante Sanderson en un trabajo académico sobre la fantasía. Un texto en el que el joven autor desarrolla su tesis en favor del cambio:

"Muchos escritores contemporáneos, algunos de ellos muy buenos, se han restringido a sí mismos al estándar asumido de la fantasía. Escriben relatos sobre jóvenes héroes que son llamados a una búsqueda misteriosa, ambicionan el poder, y llegan a la madurez al superar sus tribulaciones. Siguen el Síndrome de Campbell paso a paso, e intentan estar seguros de que no dejan nada al margen.

»El movimiento ha ganado tal impulso (en parte por Tolkien, cuya obra exhibe el Mito del Héroe pero no lo sigue) que se ha convertido en sinónimo de fantasía. Y, a causa de ello, el género está amenazado de estancamiento.

»Esto, por supuesto, plantea un interrogante. La fantasía es todavía un género en su adolescencia -el movimiento contemporáneo no empezó hasta los años setenta. Las historias que utilizan el mito del héroe siguen vendiéndose bien -en realidad se venden mejor ahora que antes. Y por lo tanto, ¿por qué cambiar?

»Respondo que debemos cambiar porque la adolescencia pasa y los lectores de fantasía se hacen mayores. Los lectores de fantasía empiezan a estar cansados. Muchos de mis amigos, antes lectores ávidos de fantasía, han dejado de leer novelas del género a causa de su redundancia. Lo que antes sugería maravillas, ahora se ve como obsoleto y  excesivamente trillado. Preveo serios problemas en el futuro si no reconocemos el Síndrome de Campbell y lo afrontamos."

Coincido al cien por cien con esa idea de Sanderson, y debo decir que bastantes novelas de fantasía actuales (esos epígonos de Tolkien tan abundantes) me aburren. Hay pocos títulos (demasiado pocos...) en mi lista de novelas imprescindibles de fantasía y, con toda seguridad, es por agotamiento de un cliché que, como a Sanderson y a sus amigos, hace tiempo que ya me cansa.

Es posible que la apuesta de Sanderson sea arriesgada. Existe un lector acomodaticio que se conforma con "más de lo mismo" (ese lector al que Julio Cortazar tuvo el desacierto de llamar "lector hembra" en un desliz machista imperdonable). Pero hay autores como Sanderson y hay también lectores inteligentes y amantes de la novedad. Y son (somos) muchos. Muchos más de lo que suelen pensar una gran mayoría de editores.

Déjenme darles un consejo: si quieren pasar un largo rato de diversión este verano (tiempo propicio a lecturas "desengrasantes"...) piensen en leer esa trilogía Mistborn de Brandon Sanderson, un modelo de "nueva fantasía" que resulta tener todos los atractivos de la mejor fantasía y todo el rigor de la buena ciencia ficción. No es poca cosa.

En cualquier caso, les advierto que el divertimento será "largo". Los autores estadounidenses actuales de fantasía suelen escribir novelas voluminosas. En este caso se trata de un total de más de 2200 páginas a una media de más de 700 por volumen. No es poco, pero resultan entretenidas y muy sugerentes mostrando las nuevas posibilidades de la fantasía cuando cae en buenas manos. Si he de decir la verdad, aún siendo fantasía, yo he leído la serie entera ya dos veces: una en el original en inglés cuando decidí que sería bueno publicarla en España y otra al revisar la traducción al castellano. Y esta vez puedo recomendársela con toda tranquilidad ética: ya no tengo nada que ver con Ediciones B, la editora en España de Brandon Sanderson ni con la colección que yo mismo creé hace ya más de una veintena de años: Nova.

Eso sí, debo decir que Brandon es mi amigo y que en su día le invité a Barcelona para ser el invitado de honor en una de las muchas entregas de premios del Premio Internacional UPC de Ciencia Ficción. Acudió casi como si fuera su viaje de bodas ya que acababa de casarse, lo que me permitió conocer, tratar y poder conversar con mayor detalle tanto con Brandon como con su esposa Mary. O sea que, aunque atraído inicialmente por la lectura de sus novelas, debo reconocer que ahora mi relación con el autor no es sólo esa... Quien avisa no es traidor.

Para leer:

Ficción
- EL IMPERIO FINAL (Nacidos de la bruma, 1), The Final Empire: Book One of Mistborn (2006), Brandon Sanderson, Barcelona, Ediciones B, Nova, 2007.
- EL POZO DE LA ASCENSIÓN (Nacidos de la bruma, 2), The Well of Ascension: Book Two of Mistborn (2007), Brandon Sanderson, Barcelona, Ediciones B, Nova, 2009.
- EL HÉROE DE LAS ERAS (Nacidos de la bruma, 3), The Hero of Ages: Book Three of Mistborn (2008), Brandon Sanderson, Barcelona, Ediciones B, Nova, 2010.
- "Science Fiction & Fantasy: Describing Our Field", Rob Chilson, Locus Magazine, noviembre 1988.

 
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