5. Hombres y Mujeres anuméricos
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Escrito por Miquel Barceló   
Jueves 01 de Abril de 2004

En 1990 apareció la traducción castellana de un libro muy interesante y curioso "El hombre anumérico: el analfabetismo matemático y sus consecuencias", de John Allen Paulos. Trataba de la incapacidad de mucha gente, incluso de algunas personas bien instruidas, para comprender realmente los conceptos fundamentales de número y azar. Muy a menudo, ante cifras poco habituales, no somos capaces de otorgarles sentido y, como ocurre con algunas tribus de esas erróneamente llamadas primitivas, cualquier número grande no habitual nos resulta, simplemente, sinónimo de "muy grande".

Para mi desgracia, desde hace ya años sufro de una cierta sensibilidad, tal vez exagerada, hacia eso que Paulos llama "anumerismo". Encuentro en la vida cotidiana muchos ejemplos que me hacen pensar que Paulos tiene muchísima razón. Veamos un par de ellos.

Hace algunos años, el accidente de un familiar me llevó a estar bastante tiempo de visita en un hospital. Allí cayó en mis manos un ejemplar de Lecturas, revista que, simplemente, no suelo frecuentar... Sin entrar en el sorprendente contenido general de la revista, sí deseo comentar un chiste que me sorprendió. La ilustración mostraba un hombre en pijama, todavía sentado en la cama y con la típica cara de no haber dormido. Comentaba su desgracia a la mujer, diciendo algo así como:

"No podía dormir y me he puesto a contar ovejas saltando una valla. El despertador ha sonado cuando estaba en la quinientos cuarenta y tres mil doscientas ochenta y tres..."

Muy alerta, el despertador de "anumerismo" de mi cerebro sonó inmediatamente.

Como sea que el día tiene 86.400 segundos, en seguida me di cuenta de que el pobre hombre, aún preocupado por su insomnio, era francamente rápido. Si imaginamos un periodo de ocho horas en la cama, su cuenta de ovejas ocupa un total de 28.800 segundos, y es bastante lógico pensar que le fuera imposible dormir si estaba tan atareado como para contar casi 19 ovejas cada segundo. Como si las ovejas viajaran en coches de fórmula 1. Seguro que,con todo el ruido de los motores,no lograba conciliar el sueño...

Hay más ejemplos. Recuerdo que un día por la mañana, yendo a mi trabajo en la Facultad de Informática, escuchaba la radio del coche. El día anterior había muerto Lola Flores y las noticias de la radio, a las ocho de la mañana, informaban de que la capilla ardiente, instalada a las cuatro de la tarde del día anterior, ya había sido visitada por más de quinientas mil personas.

Mi detector de "anumerismo" volvió a ponerse en marcha.

Las dieciséis horas pasadas desde las 4 de la tarde a las ocho de la mañana del día siguiente, incluían tan solo 57.600 segundos. El locutor parecía pretender que los irrespetuosos visitantes del corpore insepulto de la Lola de España desfilaban ante el féretro a la carrera, estilo Carl Lewis, hasta alcanzar la velocidad nada desdeñable de casi unos 10 visitantes por segundo. Debo decir que me pareció una grave falta de respeto hacia la fallecida... o, por parte del locutor, un espectacular ejemplo de "anumerismo". Uno más de los muchos posibles.

Parece ser que no es fácil escapar a la creciente amenaza del "anumerismo" y tal vez haya una explicación para ello.

Cada vez manejamos más números pero no "trabajamos" con ellos. Con excepción de aquellas cifras que llenan nuestra cotidianeidad, hemos delegado en máquinas el trato habitual con los números: desde el ábaco a las máquinas aritméticas movidas mecánicamente, hasta llegar a las calculadoras de bolsillo o sobremesa y a los ya ubicuos ordenadores, pasando incluso por esas entrañables antiguallas en que se han convertido hoy las reglas de cálculo.

Ante la obsolescencia actual de artilugios como la regla de cálculo (yo mismo estudié toda una carrera de ingeniería con esa única ayuda para realizar cálculos de todo tipo…), no es absurdo imaginar un futuro donde incluso la habilidad de calcular se haya perdido. Ya en 1958, el conocido Isaac Asimov, divulgador científico y autor de ciencia ficción, en su relato "Sensación de poder", imaginó un futuro donde el uso de calculadoras electrónicas resulta tan habitual que todos han olvidado los algoritmos elementales de la suma, resta, multiplicación (memorización de tablas incluida...) y división. El protagonista del relato, re-inventor de los algoritmos elementales de la aritmética percibe una curiosa "sensación de poder" al descubrir que es capaz de emular a la calculadora y que tiene "un ordenador en la cabeza". Un curioso retorno a los orígenes...

Ésa es una especulación que cada día se acerca más a la realidad. Seguro que todos recuerdan el algoritmo para hacer multiplicaciones (aunque estemos más seguros del resultado que nos da la calculadora...) pero, por poner otro ejemplo, ¿y el algoritmo para sacar a mano raíces cuadradas? ¿Cuántos sabrían hoy obtenerlas sin acudir a la calculadora o el ordenador? Asimov no iba tan desencaminado.

 
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