MIGUEL BERROCAL, escultor: "Mi obra es matemática"
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La Vanguardia, 13 de Febrero de 1999
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LA CONTRA
IMA SANCHIS JOST Tengo 66 años. Expongo en el Centro Cultural Conde Duque y comienzo obras del Museo Berrocal, en Algaidas.

-¿Cómo acaba un niño rural de posguerra en un palacio?
-Es una larga historia. Intervienen en ella un padre autoritario, alcalde de pueblo; una abuela y una tía; las matemáticas; 128 balcones; un tren; una fundición, astucia y suerte.
-Empecemos por el principio.
-Yo quería pintar. Eso, a mi padre, le ponía los pelos de punta, aunque fuera calvo. A los siete años me envió a Madrid a vivir con mi abuela y con mi tía, que era peor que la Legión.
-¿Sobrevivió?
-Pacté con mi padre: "De acuerdo: no estudiaré Bellas Artes, pero tampoco medicina como tú. Seré arquitecto".
-¿Y cómo le fue?
-No pasé la prueba de dibujo. Sin embargo, aprendí algo: había sido un nefasto estudiante, pero, preparándome para entrar en la universidad, descubrí que las matemáticas eran mi lenguaje. Y estudié Exactas. Mi obra es matemática.
-¿Y abandonó el dibujo?
-Nooo. Engañando a mi padre me fui en busca de becas al Ministerio de Asuntos Exteriores. Y allí conocí a Ponce de León, un tipo encantador, embajador en Roma, que me compró mis dibujos: "Te los pagaré poco a poco para que no te malogres, y, aunque para ti no hay beca, si quieres te vienes a Roma y te instalas en la Academia de Bellas Artes".
-Vaya suerte.
-¡Fue maravilloso! Pero cuando mi padre se enteró, llamó a Ponce de León: "O vuelve mi hijo o envío a la Guardia Civil". Terminada la mili, me fui a París y no volví a ver a mi padre.
-¿De qué vivía en París?
-Trabajaba en un estudio de arquitectos y participamos en un concurso para construir la Cámara de Comercio de Carrara. Los 50 era años boyantes y todos los arquitectos estaban en la playa.
-¿Ganaron?
-Sí. No había nadie más. Yo diseñé los 128 balcones aplicando la matemática: todos diferentes. Pero no encontraba aluminio para construirlos. Por fin encontré un tren repleto: "O te lo quedas todo, o nada". Me reuní con mis amigos, cabizbajo y derrotado, pero de nuevo tuve suerte.
-¿Qué tipo de suerte?
-¡Descomunal! Casualmente, en esa reunión había un tipo que también buscaba aluminio. Compré todo el tren, me quedé con la parte que nos interesaba y el resto se lo vendí.
-¿Dio para mucho?
-Para hacerme una casa en París que diseñó Le Corbusier. Allí viví con mi novia, Ursula, judía alemana, monté mi estudio de escultor y planifiqué un futuro perfecto paso a paso.
-Cuéntemelo.
-Yo necesitaba fundir mis esculturas, algo difícil y caro. En Verona encontré artesanos del hierro a los que convencí para especializarse en escultura.
-¿Y cómo atrajo a los escultores?
-Organizaba cenas con críticos y galeristas (a los que jamás dije que yo era escultor). Les trataba bien y ofrecía mis servicios para fundir las esculturas de sus artistas. Y llegué a tener un buen nombre y un taller con 200 operarios.
-¿No dijo a nadie que era escultor?
-A Picasso. Vivía cerca de mi casa. Intenté conocerlo varias veces, pero nada. Y, un día, toqué el timbre, entregué mi pasaporte y cerré la puerta.
-¿Su pasaporte malagueño?
-Sí, ja, ja, ja. Pasamos la tarde juntos. Estaba inquieto porque se le había caído un cuadro encima y no le dejaban pintar. Pulía una pieza con sus manos. ¿Conoce a Lipchitz?
-¿El escultor neoyorquino?
-Sí. Me sorprendió que él también puliera una pieza mientras charlaba. Entendí el poder del tacto en la escultura. Por eso me gustan las piezas pequeñas. Pero descubrí algo más importante.
-¿El qué?
-Lipchitz utilizaba la fundición industrial: en tres horas tenía todas sus piezas terminadas, mientras yo tardaba meses. Así que abandoné mi fundición.
-¿Y cómo se ganó la vida?
-Tenía un mecenas, un señor vergonzosamente rico que me compraba toda mi producción. Fue entonces cuando comencé mis múltiples.
-¿Sus esculturas seriadas, por las que es tan criticado?
-Los pintores hacen litografías: ¿por qué no multiplicar las esculturas? Para mí era absurdo trabajar cuatro años para que las tuvieran cuatro personas. Cuando Maeght me propuso trabajar con él, me puso una condición: matar los múltiples. Le dije que no.
-¿Y cómo llegó al palacio?
-Al volver a Verona, lo encontré todo. Pero perdí a Ursula, que no quiso dejar París. Tenía 9 años más que yo y no le gustaba mi fama. Deseaba que el tiempo no avanzara.
-¿Y adónde le llevó el tiempo?
-A los brazos de Cristina, mi mujer. Miré, por ahí viene: hola... Ya acabamos, no te enfades, mujer... ¡¡Pues claro que quiero comer!! Sí, y hacer la siesta, antes de visitar a Goya en el Prado.

Woody Allen
CUESTIONARIO
-¿Es su alma muy diferente de su cuerpo?
No me miro, no me interesa mi cuerpo.
-¿Qué apariencia tiene su Dios?
Buena persona, pero me pregunto por qué deja que haya tanta barbaridad en el mundo.
-Esta vida es desagradable, pero ¿podría con seguir un buen bistec en la próxima?
Para mí no es nada desagradable, he obtenido lo que he querido. Y, salvo un infarto, tengo buena salud.
-Miéntame: cite un in conveniente de ser rico.
Ninguno. Los tiene la fama, que te roba tiempo (no es mi caso).
-¿Cuál es su respuesta habitual a las proposiciones indecentes?
Me las han hecho a nivel comercial y he dicho siempre que no.
-¿Qué es lo que quería saber sobre el sexo y ha tenido que descubrir por su cuenta?
En mi generación el sexo era tabú.
-Cánteme el estribillo de una canción que le venga a la memoria.
"María Manuela, ¿me escuchas?", de Pepe Pinto, de los años 40. Le he dedicado una escultura.
-¿Qué faceta de la conducta humana detesta hasta hacerle sentir nostalgia de los primates?
La envidia, un demonio que persigue a los españoles.
-¿Cuál es la mayor diferencia entre hombre y mujer?
"Vive la difference!"

 
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