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51. Sexo espacial
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Escrito por Miquel Barceló   
Martes 01 de Abril de 2008

Según parece, en algunos países como el nuestro, en abril, ya es primavera (y no sólo en unos grandes almacenes…). Dicen que la primavera la sangre altera y, tal vez por eso, me ha dado por tratar esta vez de sexo.

Que conste que, pese a todo, nadie se va a alterar con este texto ya que, siendo también el año 2008, recuerdo la mala sorpresa que me dio un artículo de la revista Analog, Science Fiction and Fact, publicado hace ya unos diez años, creo que fue en febrero de 1998. Diez años de infausta noticia para los aficionados a la ciencia ficción y para los que a veces llegamos a creer en la posibilidad del viaje por el espacio. Por lo que decía ese artículo de Analog, tal vez no valga la pena… Al menos en abril.

Me explicaré: se trata de la posibilidad de tener sexo en el espacio…

En realidad, la ciencia ficción, aunque durante muchos años ha sido muy timorata en ciertas cosas, ha imaginado al final todo tipo de versiones (y perversiones...) del sexo espacial. Pero me temo que no ha imaginado nada de lo que la cruda realidad convierte en lógico y esperable.

Por una parte, ya son historia en la más añeja ciencia ficción los alienígenas terribles con forma de escarabajo antropomorfizado que persiguen a heroínas rubias ligeras de ropa. Nunca he entendido los intereses lúbricos de tales alienígenas, pero sí los de los adolescentes que adquirían las revistas pulp de la época dorada de la ciencia ficción en Estados Unidos.

El marketing todo lo puede y en este mundo con tanto machismo, la chica debía ir ligera de ropa, pese a que el héroe astronauta llamado a defenderla fuera vestido con escafandra completa… Como si la chica no respirara el mismo aire que el alienígena antropomorfizado y que el héroe varonil se negaba a respirar gracias a la ayuda de su escafandra. Milagros de la mala biología tan presente en la mala ciencia ficción (mala ciencia ficción, según se mire, es algo de lo que siempre se puede decir que “haberla hayla” y, desgraciadamente, ésta es una afirmación mucho más cierta que cuando se refiere a las meigas…).

Otro ejemplo primerizo de sexo en la ciencia ficción fue la ruptura que representó Los amantes (1952) de Philip J. Farmer aunque tardara (¿lógicamente?) casi quince años en llegar a la España franquista. En ella se narra la primera relación sexual entre un terrestre y una alienígena de sugeridoras formas y amable comportamiento. El desenlace, trágico, es la muerte de la alienígena amada, sustituida por varias hijas surgidas de los muchos huevos fruto de esa curiosa relación sexual intra-especies. Esos huevos nacen en el interior del cuerpo de la madre y, por lo tanto, la destruyen. Ésa si que era una maternidad sacrificada...

Más cercano al interés que hoy me mueve, recuerdo que, en Luna de miel en el infierno (1958), el incomparable Fredric Brown imaginaba que una grave escasez de nacimientos en la Tierra, obligaba a intentar un curioso apareamiento en el espacio entre un astronauta norteamericano y su compañera rusa. Como después veremos, se trataba de un "arriesgado" esfuerzo en pro de la distensión internacional y, también, para conjurar el peligro de una posible desaparición de la especie humana por falta de descendencia. Hoy tan sólo me atrevo a compadecer al protagonista masculino del inteligente relato de Brown.

Porque ése es el tema que, en el Analog de febrero de 1998, desarrollaba Henry G. Stratmann, cardiólogo y profesor de medicina en la St. Louis University School of Medicine (Missouri, EEUU). Afortunadamente para Brown, su relato se publicó cuarenta años antes del artículo de Stratmann o, cuando menos, bastante antes de que se empezara a conocer la dura realidad de intentar una relación sexual “normal” en condiciones de baja o nula gravedad...

Stratmann escribió nada más y nada menos que un largo, interesante y respetable artículo en torno al sexo en el espacio. Para empezar, diré que el bueno del Dr. Stratmann imagina sólo relaciones sexuales entre hombre y mujer y, para que nadie se llame a engaño, con el objetivo central de la procreación. Igual ocurría en el relato de Fredric Brown antes citado. Y a ello me limitaré.

Con la mayor seriedad, Stratmann revisa la posibilidad real de relación sexual en el espacio, en condiciones de baja o nula gravedad, desde un punto de vista médico.

Y el resultado es de lo más preocupante.

El pesimismo invade al lector tras conocer los efectos físicos de la microgravedad en la erección o en el complejo funcionamiento hormonal de la mujer. Tampoco son negligibles los problemas que plantea la ausencia de gravedad o la presencia de radiación en el crecimiento del feto. No parece fácil el asunto.

Pero el problema no es sólo médico. Resulta que la tercera ley de Newton sigue presente para fastidiar a todos los que han imaginado "maravillosas" sesiones de sexo en caída libre, descritas a veces en la narrativa de ciencia ficción.

Parece ser que realizar el coito en caída libre no ha de resultar nada fácil. Según Stratmann, "los dos miembros de la pareja habrían de coordinar con mucho cuidado sus movimientos, y mantenerse asegurados el uno al otro para reducir las posibilidades de que uno de ellos salga disparado como un cohete hacia las paredes de la nave espacial, durante sus actos más vigorosos". Stratmann recomienda incluso una nueva modalidad de cama: una especie de jaula con asas interiores.

Para los varones queda, además, un terrible peligro que Stratmann expone crudamente: "un mal movimiento podría causar un desplazamiento lateral que cause una fractura del pene erecto, lo que resulta exactamente tan doloroso como suena y requiere de la cirugía para su curación". Sin comentarios.

Parece ser que, en el marco de la investigación espacial, se han estudiado incluso algunos sistemas para facilitar el coito en el espacio, y se han buscado y descrito métodos para hacerlo posible. El más “respetable”, procede de la observación de nuestros amigos los delfines quienes, en su apareamiento, tienen problemas similares a los que los humanos pueden encontrar al intentar aparearse en la microgravedad de una misión espacial. Parece ser que un tercer delfín asiste a la pareja enamorada ayudando con un empujón en el momento correcto, o limitando los posibles efectos de retroceso de la pareja demasiado activa en su apareamiento. Seguridad a cambio de intimidad.

Por eso, aunque todavía no hay constancia de ningún caso en concreto, se ha dado ya el nombre de "club de los tres delfines" al grupo de quienes logren aparearse en condiciones de microgravedad.

En cualquier caso, que no cuenten conmigo. Prefiero las fantasías de la ciencia ficción... y la realidad planetaria.

Para leer:

- Los amantes (The Lovers – 1952), Philip J. Farmer, Barcelona, Vértice, Col. Galaxia nº 64, 1967
- Luna de miel en el infierno (Honeymoon in Hell – 1958), Fredric Brown, Barcelona, Edhasa, Col. Nebulae nº 79, 1962.

 

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