- Texto: Nueves azules y palabras rojas
Nací el 31 de enero de 1979, un miércoles. Sé que era miércoles porque para mí esa fecha es azul, y los miércoles siempre son azules, como el número nueve o el sonido de voces discutiendo. Me gusta la fecha de mi nacimiento porque visualizo la mayoría de sus números con formas suaves y redondeadas, similares a los cantos rodados de una playa. Y eso es porque son números primos: 31, 19, 197, 97, 79 y 1979. Todos ellos son divisibles sólo por sí mismos y por la unidad. Puedo reconocer todos los números primos hasta 9973 por su cualidad «cantorrodada». Así es como funciona mi cerebro.
Sufro una afección conocida como síndrome del genio autista, de la que se sabía poco antes de que la describiese el actor Dustin Hoffman en la película Rain Man, que ganó un Óscar en 1988. Al igual que Raymond Babbitt, el personaje de Hoffman, yo también siento una necesidad casi obsesiva por el orden y la rutina, que afecta virtualmente a todos los aspectos de mi vida. Por ejemplo, cada mañana, para desayunar, como exactamente 45 gramos de copos de avena; peso el tazón con una báscula electrónica para asegurarme. A continuación cuento el número de prendas de vestir que me pondré antes de salir de casa. Siento ansiedad si no puedo beber mis tazas de té todos los días a la misma hora.
Cuando me estreso demasiado y no puedo respirar bien, cierro
los ojos y cuento. Pensar en números me ayuda a calmarme.
Los números son mis amigos y siempre han estado cerca
de mí. Cada uno de ellos es único y cuenta con su propia
«personalidad». El 11 es simpático y el 5 es chillón,
mientras que el 4 es tímido y tranquilo. Es mi número favorito,
me recuerda a mí mismo. Algunos son grandes -23,
667, 1179-, mientras que otros son pequeños: 6, 13, 581.
Algunos son preciosos, como 333, y otros feos, como 289.
Para mí, cada número es especial.
Vaya donde vaya o haga lo que haga, los números nunca
están muy lejos de mi pensamiento. En una entrevista en
el programa de David Letterman en Nueva York, le dije que
parecía 117, alto y desgarbado. Más tarde, fuera, en la
numéricamente apropiada Times Square, levanté la mirada
hacia los elevados rascacielos y me sentí rodeado de nueves,
el número que asocio con sensaciones de inmensidad.
A mi experiencia visual y emocional de los números
los científicos la llaman sinestesia. Se trata de una extraña
mezcla neurológica de los sentidos, cuyos resultados más
comunes son la capacidad para ver letras y números en
colores. La mía es de un tipo poco común y muy compleja,
pues veo los números como formas, colores, texturas y
movimientos. Por ejemplo, el número 1 es de un blanco
brillante y luminoso, como si alguien me enfocase a los ojos
con una linterna. El 5 es un trueno, o el sonido de olas
rompiendo contra las rocas. El 37 es grumoso como las
gachas, mientras que el 89 me recuerda a la nieve cayendo.
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