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Móstoles contra Francia. (La verdadera historia) (Octubre 2006)
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Móstoles contra Francia (la verdadera historia)

MÓSTOLES CONTRA FRANCIA. (La verdadera historia)

La acción transcurre en España, durante el año 1808. Francia, como sabrá no todo el que haya estudiado –que eso es mucho pedir- sino simplemente el que haya leído un poco de Historia, invade la Península Ibérica. Aquella invasión fue para los franceses lo que se llama “un paseo militar” al encontrase como enemigo a un ejército anticuado e inoperante... hasta que el alcalde de Móstoles y sus paisanos decidieron alzarse en armas y declarar, por su cuenta, la guerra a Francia. (Móstoles, para el que no lo sepa, es un pueblo cercano a Madrid, pero no tanto, hoy convertido en ciudad dormitorio de la capital. En Madrid se cuenta el siguiente chiste: un amigo le dice otro: ¿Tú tienes miedo al Más Allá?; y el otro contesta: Como voy a tener miedo al Más Allá, si vivo en Móstoles.) Este acto, que aparentemente podría parecerle un disparate a un sesudo y teórico analista militar o político, (me refiero al levantamiento popular, no a vivir en Móstoles) resulta que funcionó comenzando así la reacción contra el ejército invasor.

En un campamento establecido ante Villarejo de la Jara, pueblo cercano a Móstoles, los franceses se preparan para invadirlo, como aperitivo antes de atacar Móstoles. Las fuerzas invasoras están al mando del general Charles Surlepont d´Avignon y de su segundo, el coronel Pierre L´onydance L´onydance. El coronel entra en la tienda del general, y le dice:

-Mi general... (los militares, como son muy suyos, siempre dicen “Mi... lo que sea” delante del cargo correspondiente, pero siempre de abajo hacia arriba, y no a la inversa; por ejemplo: cuando un soldado raso se dirige a un capitán, dice: mi capitán. En cambio, cuando el capitán se dirige al soldado no le dice: mi soldado, porque suena muy mal y hasta tiene cierto aire sospechoso en el que más vale no ahondar.) Mi general, ¿no podríamos montar el campamento en otro pueblo?

-¿Por qué? –preguntó el general (bueno, en realidad, dijo: Mais pourquoi?, pero, para entendernos, traduciremos la conversación).

-Porque nuestros soldados se están atragantando al intentar pronunciar el nombre del pueblo. ¿Usted ha intentado pronunciarlo? Pues más o menos lo decimos así: Vilaguego de la Gaga –y no pudo seguir hablando porque se atragantó victima de un violento ataque de tos y de una náusea que le volvió del revés el estómago. Cuando consiguió recuperarse del ahogo, añadió: -Además, a los que cogen prisioneros les ponen una adivinanza, más o menos complicada, y si no saben resolverla lo torturan haciéndole comer chorizo picante, morcilla y torreznos bien regados con vino de Valdepeñas y anís de Chinchón.

-¿Y eso es malo? –preguntó el general.

-¿Que si es malo? Tengo a medio regimiento con diarrea y con el estómago destrozado. A mí, personalmente, me capturaron ayer los de Vilague... Vilaguego...., bueno, de ese pueblo que usted y yo sabemos... y me dijeron: te dejaremos en libertad si resuelves el siguiente acertijo: “¿Cómo podrías llenar, con un saco lleno de trigo, 2 sacos del mismo tamaño que el saco que contiene el trigo?”

-¿Y qué pasó?

-Pues que acerté la solución, porque era muy sencilla y porque, además, mi abuelo era molinero. Entonces, la cosa se complicó cuando apareció el hijo del alcalde de Vilag... Vilegue.... ya sabe. Pues bien, el hijo del alcalde es matemático, y les dijo a sus paisanos: Ese acertijo es muy sencillo; un coronel del ejército francés se merece uno más complicado. Y me dijo: “En un frente de batalla el general, que es matemático, establece el santo y seña para dejar pasar a las patrullas cuando regresan a los puestos avanzados. En uno de ellos el centinela dice “catorce” y soldado responde “siete” y pasa. Al siguiente le dice “cinco” y la patrulla responde “cinco” y también pasa. Al tercer soldado el centinela la dice “quince” y el otro le responde “seis” y pasa. ¿Qué le tiene que responder un espía cuando el centinela le dice “diez”?”

-¿Y qué pasó? –repitió el general.

-¡Un kilo de chorizo picante! –exclamó el coronel, llorando en el hombro del general -Un kilo de morcilla rezumando pimentón picante, me obligaron a tragar esos salvajes al no saber resolver la adivinanza.

En ese momento llegó hasta la tienda el rumor de un tumulto. El general Surlepont d´Avignon y el coronel L´onydance L´onydance salieron al exterior (porque salir al interior es bastante difícil) y se encontraron al capitán Simon Auclaire Delalune discutiendo con el sargento Paul Monami Pierrot. Al preguntar qué pasaba, el capitán contestó:

-Mi general, hemos sitiado Vilag... Vilague.. Vilaguego... –y un tremendo ataque de tos dejó amoratado al capitán al intentar pronunciar el nombre del pueblo sitiado. Al fin, cuando se recuperó con los manotazos en la espalda que le propinó el sargento, continuó hablando: -Hemos sitiado... ese pueblo... de nombre tan raro, ya sabe; pero nos hemos encontrado con que el acceso menos defendido por sus habitantes es el de un ancho y profundo río que lo rodea en sus tres cuartas partes (en aquella época había en la región de Madrid anchos y profundos ríos). Y los lugareños han volado todos los puentes. Solamente se puede pasar en barca... y el problema es que solamente hay una barca.

-¿Cómo que solamente hay una barca? –preguntó el coronel, para que el general viera que estaba interesado por el tema.

-Sí, que solamente hay una barca que tripulan el barquero y su ayudante... y nosotros somos 1.000 y tenemos que pasar al otro lado.

-Pues tardaremos muchísimo –dijo esta vez el general, dando muestra de su agudeza mental.

-Pero ese no es el mayor problema. Lo peor es que el barquero y su ayudante ponen como condición que, una vez pasados todos los soldados ellos dos queden en esta orilla del río. ¿Sabe lo que pasa?: Que el hijo del alcalde de Móstoles, que ya saben que es matemático, ha inculcado de tal manera las matemáticas a los habitantes de los pueblos de la zona, que todo lo convierten en problema. Mire, que así me lo han escrito los barqueros en este papel, como si fuera el enunciado de un problema, que lo es, escuche, escuche: “1.000 soldados llegan a la orilla del río. En la orilla hay una barca y 2 barqueros. La barca sólo puede llevar a los 2 barqueros o a un soldado. ¿Cuántos viajes tendrán que hacer para pasar todos los soldados y que al final los barqueros y la barca se queden en su orilla?”

Como el general y el coronel se vieron incapaces de resolver el sencillo problema, se despidieron pretextando tener que resolver complicados asuntos de Estado y volvieron al interior de la tienda. Una vez allí, el general desplegó sobre su mesa un plano de la zona.

-Mire, coronel: este es un plano del concejo de... ese pueblo que empieza por V. Yo quisiera calcular cuál es el área de toda la zona y cuál es el perímetro de la parte sombreada, que es la parte correspondiente al pueblo. Así, aplicando la escala correspondiente al resultado, sabría cuántos soldados necesitaría para atacar, ya que parece ser que por el río...

Otro tumulto en el exterior llegó hasta el interior, o sea, de fuera adentro, que es como suelen entrar en los interiores los tumultos exteriores. Y en ese momento entró junto con el ruido del tumulto, el sargento Monami Pierrot llevando un prisionero.

-Hemos apresado a este enemigo que, además de enemigo, es el hijo del alcalde de ese pueblo cuyo nombre me niego a volver a pronunciar.

-¿El matemático? –preguntaron el general y el coronel al unísono.

-El mismo –contestó el matemático, y preguntó: -¿Y me imagino que ustedes no serán Pierre Simon Laplace y Joseph Louis Lagrange.?

-¿Mande?

-Ya me lo imaginaba –contestó el matemático.

-¿Y se puede saber quiénes son esos dos caballeros que ha citado?

-Dos matemático franceses que ganan batallas con el cerebro en lugar de con la espada. Dos sabios franceses a los que me gustaría conocer, y no los franceses que me han tocado en suerte... y no es por ofender, pero es que la comparación...

-Y, ¿por qué habla usted francés tan bien? –preguntó el coronel.

-Por que he estudiado exhaustivamente la obra de Lagrange titulada Mécanique analytique, su obra maestra, un auténtico poema científico. Así aprendí francés y matemáticas. Y también con el Traité de Mécanique Céleste, de Laplace, uno de los grandes trabajos científicos de todos los tiempos. Obras que, imagino, habrán leído –dijo el matemático con retintín.

-Claro, claro... por supuesto –dijo el general- Precisamente el Traité ese... es mi libro de cabecera (En realidad utilizaba uno de sus cinco tomos para calzar la pata de una mesa que cojeaba) Hombre, pues ya que hablamos de matemáticos, puede que nos resuelva un problema que nosotros sabemos resolver, por supuesto, pero más que nada es por comparar resultados, ya sabe...

-Sí, ya sé... que no saben. Pero, veamos –contestó el matemático.

Y se acercó a la mesa donde estaba desplegado el plano.

-Bien, ¿y qué quieren saber?

-Como verá la zona tiene una forma muy extraña, y quisiera saber cuál es el área de toda la figura y el perímetro de la zona sombreada.

-Eso es muy sencillo... si nos planteamos la forma de la zona como un problema –dijo el matemático. Y tomando pluma, escuadra, cartabón, regla y compás estableció sobre el plano la siguiente figura y escribió debajo el enunciado de un problema:

Figura

“El triángulo ABC es isósceles con AC = BC y el ángulo ACB es 4/3 del ángulo CBA, AB es un arco de circunferencia de centro C y radio CA. La parte sombreada de la figura tiene aproximadamente 22,61cm2 de área. Los triángulos ECA y BCD son isósceles, rectángulos e iguales entre sí. Así que: ¿Cuál es el área de toda la figura? ¿Cuál es el perímetro de la parte sombreada?”

-Aquí está –dijo el matemático, con una sonrisa de satisfacción.

-¿Cómo que ya está? ¿Y cuál es el área y el perímetro?

-Eso hállenlo ustedes, que según han dicho saben resolverlo. Además son el ejército invasor y se supone que son muy listos. Nosotros solamente somos unos ignorantes lugareños. Por cierto sabían que Napoleón, su emperador, es un gran admirador de Laplace y Lagrange y les ha nombrado Senadores, Condes del Imperio y Grandes Oficiales de la Legión de Honor. A ver, y a ustedes, ¿qué les ha nombrado Napoleón?

-Oiga, más respeto. ¡A que le fusilo! –amenazó el general.

-Vaya, ¿así actúan los generales de un Emperador magnánimo con los matemáticos? Ahora me explico por qué usted sigue siendo general y Napoleón ha llegado a Emperador. Y observe que, para mayor humillación, he dicho general con minúscula y Emperador con mayúscula.

Entre el coronel y el sargento tuvieron que sujetar al general para evitar que estrangulara al matemático que, además, se reía abiertamente en su cara. Al calmarse, pero poco, el general recapacitó sobre las palabras del matemático y le propuso:

-Pues para que vea que yo también soy magnánimo con los matemáticos le ofrezco el siguiente trato: si me resuelve...

En ese momento entró en la tienda de campaña el comandante Louis Pretêmoi Taplume, para decir:

-Un esto es lío. De segadores contratado una cuadrilla hemos y...

-¿Por qué habla así? –preguntó el general.

-Es que lo cogieron prisionero la semana pasada -contestó el coronel-

Y al no saber resolver el consiguiente problema que le puso, precisamente este señor –y señaló al matemático que intentaba disimular el ataque de risa- le invitaron, mejor dicho, le obligaron a comerse una pota de callos con garbanzos, bien picantes, por supuesto. Y aquí donde lo ven ahora ya está muy bien. Tenían que haberlo visto la semana pasada: estuvo tres días en la tienda-UVI en coma, hablando en checheno. Poco a poco, ha ido volviendo en sí y por lo menos ya habla en francés y se le va entendiendo, aunque aún no pueda organizar las frases correctamente. Lo que ha querido decir es lo que dice siempre desde el atracón de callos: repite y repite el enunciado del problema que no supo resolver. Tengo unas ganas de que se invente la psiquiatría para ver si lo curan... En fin, el enunciado del problema es este, que me lo sé de memoria de tanto oírlo: “Una cuadrilla de segadores son capaces de segar un campo en 24 horas trabajando todos. Pero comienza el trabajo uno solo, transcurrido un cierto tiempo se le unió otro, al cabo del mismo tiempo se unió el tercero y tras el mismo intervalo de tiempo el cuarto... y así hasta que el último empezó a segar. Cuando terminaron resultó que el primero había trabajado 11 veces más tiempo que el último. ¿Cuánto tiempo trabajó?, ¿Cuántos segadores eran?”

-¿Y tan difícil es? –preguntó el general.

-Pues debe serlo, que yo no sé si el comandante se habrá quedado así por los callos con garbanzos o por intentar resolver el problema.

-Bueno, a lo que íbamos... Para que vea que yo también soy magnánimo con los matemáticos le ofrezco, señor matemático, el siguiente trato: si me resuelve el problema del plano le ofrezco la libertad.

-Eso... y que levante el cerco a Villarejo de la Jara y a Móstoles.

-Eso es demasiado pedir.

-Pues es lo que pido.

El general, el coronel, el comandante y el sargento se retiraron a un rincón de la tienda a cambiar impresiones. Y decidieron engañar al matemático asegurándole que no invadirían Villarejo de la Jara ni Móstoles, y se limitarían a dejarlo en libertad. Una vez con los datos del problema en su poder invadirían ambos pueblos fácilmente.

El matemático resolvió el problema y le dio al general los datos que pedía: el área de toda la figura y el perímetro de la parte sombreada. Por su parte, el general Surlepont d´Avignon cumplió su palabra dejando al matemático en libertad.

Los libros de Historia hablan de la tan inexplicable como espectacular derrota que sufrieron las tropas francesas en la zona de Móstoles. Y lo que no cuentan es lo que realmente sucedió, que es lo que suele pasar en los libros de Historia, que solamente cuentan la versión patriótica: El matemático, al ver el plano, se dio cuenta de que no correspondía a Móstoles ni a Villarejo de la Jara, sino a una zona pantanosa cercana a ambos pueblos. Entonces, exageró las dimensiones del perímetro y del área pedidas para que el general francés enviara a todas sus fuerzas, como así hizo. Así, la figura A-B-C-D-E era una zona plagada de ortigas especialmente venenosas. Ortigas que hicieron estragos entre el ejército que se adentró en la zona camino de la zona sombreada sobre el plano, la zona A-B-C. Precisamente la zona que el general Surlepont d´Avignon creía era Móstoles... cuando en realidad era una ciénaga en la que se hundió su flamante batallón: soldados, caballos, cañones, armas, estandartes y pertrechos.

Los soldados fueron rescatados por los lugareños que, para que se recuperaran, les ofrecieron riñones al jerez, hígado con guindilla, zarajos picantes, gazpacho manchego y una gran fabada que preparó un sobrino asturiano del alcalde que estaba pasando sus vacaciones en Villarejo de la Jara.

Nunca más se volvió a ver un francés por la zona. Es más, aún actualmente los turistas franceses eluden pasar cerca sin que nadie sepa la razón... a no ser que, como asegura el actual alcalde de Villarejo, experto en esoterismos, magia y demás patrañas, haya fuerzas ocultas y efluvios suprasensoriales que les advierten del riesgo que corren con la comida de la zona.

FIN


Autor: Joaquín Collantes
Asesor matemático: Antonio Pérez Sanz

 

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