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La clave Gaudí
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  • Autores: Esteban Martín y Andreu Carranza
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    Continuaron paseando por el templo. Algo les empujó a elevar sus cabezas hacia lo alto. Y ambos, al unísono, tuvieron la sensación de caminar por el interior de un inmenso bosque; por el corazón de un bosque de troncos y ramas altísimas, casi transparentes, cuyas copas no divisaban pues se perdían en las nubes.

    Miguel creía encontrarse en un lugar de misteriosas líneas, de luz inmaterial, donde los reflejos coloreados de los vitrales se elevaban. Todo era evanescente.

    Desde el punto de vista matemático, admiraba todo aquello. No entendía de arquitectura, pero sí de matemáticas. Había una zona de vacío central, un espacio irreal a partir del cual parecía ordenarse toda la construcción. El templo era un ser vivo; un vegetal viviente. Y aquella serialización perfecta, casi natural que establecía un orden dinámico, era un concepto más matemático que arquitectónico. Gaudí dominaba las matemáticas de la vida, el orden fractal; la repetición del mismo modelo hasta el infinito, desafiando, aparentemente, las leyes de la física; poniendo en cuestión a Newton, Euclides y Pitágoras. Toda la ciencia del pasado reducida a la nada. Un pequeño desequilibrio decimal, insignificante, el número pi: 3,14159… imprescindible para calcular la bóveda, el círculo, cualquier superficie de la naturaleza siempre ondulante, que abomina de la línea recta, el cuadrado perfecto. Y, después, a medida que va creciendo el modelo original, este pequeño error que arrastra consigo adquiere una proporción desmesurada que arruina todo el cálculo. Y Gaudí se reía de todo eso. Sus manos eran diestras con el cordel.

    -¿En qué piensas?

    -En matemáticas.

  • Fuente: Editorial Plaza Janés, 2012.

 

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