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La conexión húngara
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  • Autor: Félix Remírez Salinas
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    Salí decepcionado. Esperaba que Juan Román hubiera encontrado datos concretos, no intuiciones que se me antojaban fantasiosas y ajenas a la realidad. Pero, a pesar de mi frustración, aun creía que Zukor había querido decirme algo con aquella música.

    El tiempo, aquella tarde, estaba muy desapacible así que me apresuré para llegar a casa, pero la lluvia me tomó por sorpresa cuando todavía me quedaba un buen trecho. Calculé que me mojaría menos si me dirigía al ateneo, así que corrí hacia el club. Llegué empapado, pero un buen café y una copa generosa me hicieron entrar en calor. Aquel día, probablemente por el clima, no había muchos contertulios, pero afortunadamente estaba Michael Femtom. Me alegró verle. Necesitaba hablar de otras cosas, olvidar la música que no decía nada y respirar por unas horas.

    How are you doing? —me preguntó Femtom al tiempo que se sentaba en el sillón cercano al mío.

    —Cansado, estoy cansado de este puñetero país —contesté.

    —¿Y por qué no te marchas?

    —Porque estoy aprendiendo a tocar el piano —sonreí, intentando quitar hierro al asunto. Sentí que no debía mostrar mis preocupaciones.

    Femtom me palmeó la espalda.

    —¿Amores? ¡Ah!, las españolas.

    —Sí, contesté —lo mejor era que nadie pudiera sospechar incluso en qué estaba metido. Suspiré como lo hubiera hecho cualquier enamorado. Suspiré como si Rosana hubiese estado sirviendo en la barra.

    —Entonces, toca el piano. Es lo mejor para olvidar a una mujer. Aporréalo y descarga en sus teclas toda tu pena —dijo, con una reflexión que me pareció más que una frase para salir del paso.

    —La música es emotiva —contradije su disertación para que se olvidara de cualquier otra sospecha sobre mi estado de ánimo—, nada racional. Me pregunto si será perniciosa para mi mal de amores.

    —No lo creas, no lo creas —contestó—, si hay alguna disciplina artística que es pura ciencia, es la música. Aunque no lo creas, un pentagrama es matemática pura, un teorema escrito en papel.

    —Nunca lo hubiera dicho —y nada más expresarme así, recordé los comentarios de Juan Román. Una estructura de compases que seguían un orden numérico determinado... Una luz relampagueo por un instante en mi cerebro, asustándome yo mismo de lo que atisbaba.

    —Sí, matemáticas y música son en realidad una misma cosa —continuó él—. Todos los que nos dedicamos a esto lo sabemos. La música necesita del orden y la matemática analiza el orden de las cosas. La armonía es cálculo, el pentagrama es geometría, topología... Mozart, por ejemplo,...

    —Sí, ese nombre me suena —dije mientras daba una despreocupada calada a un cigarro, pretendiendo que la conversación me resultaba anodina. Nada más lejos de la realidad. Estaba atento a cada sílaba de Michael.

    —Mozart... compuso un juego probabilístico en el que mezclando pequeñas frases musicales pueden componerse millones de valses a cada cual más inspirado. Todo por combinaciones y permutaciones. O las fugas de Bach...

    —¿Un prófugo?, ¿de qué cárcel se escapaba? —bromeé.

    —No seas payaso. Hablo en serio. Bach escribió muchas obras en que el número de notas o de compases reflejan una exacta serie matemática.

    —Bueno, bueno —creí llegado el momento de tenderle la celada—, no me creo mucho. Mira qué casualidad que hoy me han dado esta partitura para que la estudie. Complicadísima de ejecutar y, si te soy sincero, malísima, inaudible. Una de esas obras modernas que escuecen el oído. Y seguro que yo también puedo inventar que encuentro números secretos —abrí la partitura y fingí—. Mira, aquí en el compás 13 una nota especial —seguí moviendo el dedo, deteniéndome justo en los números que Juan Román me había citado—, en el 34 otro acorde, todas las cuerdas sonando en el 56 al unísono, el final en el 89, ¡oh!, el 89... todo casualidad.

    —Pues esto que has dicho lo habrá sido al azar pero es casi... —titubeó— es casi una sucesión de Fibonacci, mira por dónde.

    —¿Quién es ese?, ¿uno nuevo? —estaba emocionado de que efectivamente aquellos números pudieran significar algo.

    —Un matemático que halló una serie numérica muy especial. Pero aunque se parece a los números que tú has mencionado por hacerte el gracioso, no es exactamente así. Una casualidad, sí.

    —No tengo ninguna gana de estudiar esta obra pero si tan seguro estás de que las matemáticas y la música están relacionadas te reto a que encuentres algún teorema en este bodrio. ¿Una cena en el Parkinton Club, de Londres, cuando regresemos... como apuesta?

    —Encantado, amigo mío —exclamó Femtom—. Me encantan estas apuestas, sobre todo porque las gano todas.

    [...]

  • Fuente: Primer Premio del Concurso de Relatos Cortos RSE-ANAYA 2011, publicado en La Gaceta de la RSME.

 

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