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El hallazgo del agrimensor
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  • Autor: Félix Remírez Salinas
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    Los comentarios de Abé acerca de la escasa importancia del caso le habían desmoralizado pero, aún así, pondría todo su empeño en desentrañar lo sucedido. No era extraño que hubiera agrimensores durante aquella época del año a lo largo de toda la vega del Nilo. Con cada inundación los confines de las propiedades quedaban borrados. Al principio, cuando llegaba la avalancha de aguas verdes, plenas de algas y hierbas, los postes aguantaban pero, unos días más tarde, arribaba el río rojo, una torrentera tumultuosa de arcilla disuelta en líquido que Hapi enviaba para fertilizar la tierra. La crecida arrastraba mojones y referencias de modo que los especialistas debían acudir al terreno a recrear las fronteras de cada plantación para evitar disputas entre los agricultores y, sobre todo, para establecer los impuestos en grano y mercancías que estos debían satisfacer al faraón en función de la superficie de cada hacienda. Con tan sólo una hoja de pergamino en la que estaban escritas las referencias tomadas el año anterior, un estilete para apuntar y una cuerda de nudos, aquellos hombres volvían a replantear las divisorias y medir, con la precisión que sus instrumentos les permitían, el área fiscal. Colocando el mismo número de nudos de la cuerda en cuatro lados delimitaban un cuadrado. Atando la cuerda a un poste y haciéndola girar sobre él, determinaban un círculo. Dividiéndola en tres zonas de tres, cuatro y cinco nudos, creaban un triángulo rectángulo. Sencillo y eficaz. Claro que el terreno no siempre - más bien, casi nunca- se prestaba a ser diseccionado en cuadrados, círculos y triángulos, de modo que los solares se rehacían de modo aproximado.

    El cadáver permanecía aún tendido en el lugar exacto donde había sido encontrado, dentro de la cabaña de cáñamo que el agrimensor usaba para su descanso. Los campesinos no se habían atrevido a tocado. Bien sabían que las autoridades enviarían a un guardián y que la pena por interferir en la investigación era la muerte. Aapep tuvo que llevarse la mano a la nariz porque con el calor había iniciado la putrefacción del muerto. Pidió al soldado que vigilase la entrada y no dejara entrar a nadie. Lo primero que hizo fue inspeccionar el cuerpo de Metesis. La causa de la muerte estaba clara. Un fuerte golpe en la nuca con algún objeto contundente. Y estaba seguro que este era la azada que yacía tirada en una esquina de la cabaña. Su cuerda de medir estaba perfectamente enrollada sobre el anaquel. Sin duda, le habían sorprendido cuando estaba a punto de comer porque el hombre se había quitado la camisa para estar más cómodo y un plato de pescado permanecía aún sobre la mesa. No debía esperar la muerte porque su cara denotaba la tranquilidad del que es atacado por la espalda sin sospechar siquiera el peligro que se cierne sobre él. Más tarde averiguaría quién era el individuo y si, acaso, tuviese algún enemigo. Su intuición le decía que se trataría de una simple venganza de algún labriego descontento con el replanteamiento del terreno que había hecho. No era un caso infrecuente. Con cada medición, unos y otros disputaban por unos codos más o menos de tierra que cultivar y, en ocasiones, algún lugareño encolerizado o bebido se enrabietaba con el enviado del faraón. Sería un caso sencillo. Bastaría con revisar las notas de Metesis para averiguar qué parcela estaba midiendo. Luego, el puñal del soldado y la amenaza de la tortura bastarían para que el asesino cayese como una fruta madura a final del otoño. Se acercó a la mesa y rebuscó entre los rollos de papiro que el topógrafo apilaba en tres hileras. Era un hombre ordenado, sin duda. Cada cilindro estaba etiquetado con los datos del propietario, la fecha de la medición y los nombres de las fincas colindantes. Revisó algunos de ellos y se convenció de que debería llevarse toda la documentación a Usaet para analizarla con calma. Iba a pedir un cesto donde acarrear todos los escritos cuando, por casualidad, un detalle le llamó la atención.
  • Fuente: Ganador del CONCURSO DE RELATOS CORTOS RSME-ANAYA 2010 (VI Concurso de Relatos Cortos DivulgaMAT)

 

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