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La Novela de una jóven contada por cuatro trajes
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  • Autor: Julio Nombela
  • Texto:

    VI.

    Pedro Ponce y Juan Carranza.

    Pedro Ponce tenia veinticinco años.

    Haré gracia á mis bellas lectoras de sus primeros quince... no de los suyos, sino de los de Pedro.

    Dorante este tiempo su vida fue como la de todos los muchachos.

    Hizo muchas calaveradas, se subió á algunas parras, descalabró á algunos amigos, muchos dias hizo novillos en vez de ir á la escuela, escamoteó á su padre algunos cigarros, se entusiasmó ante la idea de tener que afeitarse algun dia, no durmió la víspera del en que estrenó el sombrero de copa alta, y le pasaron otra porcion de cosas por el estilo.

    Pero á los quince años, despues de haber aprendido latín con un dómine de su pueblo, fué á Zaragoza á completar su filosofía; y, en honor de la verdad, debo decir que mas se le veia en la ribera del Ebro, en la Glorieta, en el teatro y en el café de la Constancia, que en las áulas.

    A pesar de esta ocupada ociosidad, debo decir tambien que al fin de cada curso sacaba con justicia la nota de sobresaliente.

    En medio de su fácil comprension, de su privilegiada inteligencia, lo único que no podia comprender eran las matemáticas.

    Un hombre que no entiende las matemáticas puede ser una de estas dos cosas: ó un gran artista ó un gran vago.

    Pedro no era todavia ni lo uno ni lo otro, aun cuando su natural disposicion le impulsaba á lo segundo.

    Terminó la filosofía compartiendo su tiempo entre acaloradas discusiones sobre la historia contemporánea, espediciones campestres á los alrededores de la ciudad, francachelas en Montemolin, largas visitas á los cuartos de las actrices, partidas de billar y galanteos, que, aunque en el siglo XIX, tenian mucho sabor, como suele decirse, del siglo XVII.

 

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