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Mi madre no era capaz de resolver un problema si no lo convertía previamente en un drama. Del mismo modo que el matemático no comprende la realidad hasta que la atrapa en una ecuación, ella no entendía una dificultad doméstica si no la transformaba en una catástrofe. Los seres humanos somos así de raros; necesitamos elaborar las materias primas -sean patatas o mercurio- para darles un uso final. No entendemos el oro, por ejemplo, hasta que lo transformarnos en un colgante. Podríamos disfrutar de él tal como se encuentra en la naturaleza, pero no. Necesitamos extraerlo de la dura tierra, fundirlo, moldearlo y ponerlo a la venta. Entonces decimos: «Fantástico. Qué bello es el oro.»
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Los objetos nos llaman
