Los crímenes del número primo
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Fermín Chocarro era un hombre físicamente rudo, como los sillares de la iglesia abacial, los antiguos capiteles, rústicos en motivo y trazo, como los números enteros. Pero, en armonía con la magnificencia del conjunto, el fraile sacristán era un monje de profundo amor, con la delicadeza y el primor de los números decimales. Cuando abandonó la sacristía y cruzó la puerta de acceso a la clausura, subió los largos tramos de escaleras, lloraba igual que un niño asustado que acabara de perder a su padre en un absurdo accidente.
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