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Junio 2008: Sociedad, Cultura y Ciencia en la época de Einstein (1879-1955) - Ciencia alemana y nazismo
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Escrito por Miguel Hernández González, José Montesinos Sirera, Sergio Toledo Prats, Eduardo Martín Pérez y José Andrés Oliva Hernández   
Domingo 01 de Junio de 2008
Índice del artículo
Junio 2008: Sociedad, Cultura y Ciencia en la época de Einstein (1879-1955)
ÍNDICE DE LA EXPOSICIÓN
Introducción
Semblanza Bibliográfica
La Ciencia en el tránsito del siglo XIX al XX
1905, un año milagroso
El Principio de Relatividad
El concepto de masa
La gravedad (la evolución de un concepto)
Una época convulsa
Ciencia alemana y nazismo
La Matemática alemana en el siglo XIX
Arte de Vanguardia (1890-1939)
El cine (la pantalla demoníaca)
Literatura alemana (1880-1945)
Cómics y gravitación
Filosofía alemana (1870-1939)
Einstein y Bohr
El extraño mundo de la cuántica
Todas las páginas

Ciencia alemana y nazismo

La percepción que la burguesía centroeuropea tenía de la época anterior al estallido de la Primera Guerra Mundial queda reflejada en las palabras con las que la definió el escritor Stefan Zweig: edad de oro de la seguridad. Todo parecía asentarse sobre el fundamento de la duración y el propio Estado era considerado la garantía suprema de esta estabilidad: Dios, Patria y Ciencia constituían los pilares sobre las que se apoyaba un jerarquizado y autoritario sistema político en el que cada cosa daba la sensación de estar en su lugar.

En el tablero mundial, sin embargo, se estaba librando una batalla por el control de nuevas zonas de influencia colonial, a la que Alemania, en palabras del sociólogo Max Weber, no podía permanecer ajena si no quería convertirse, pese a su pujante potencial económico, en una mera Suiza.

No es extraño que el sentimiento nacional, imprescindible como elemento de unión frente a “los otros”, el ascenso de un militarismo, vital para cualquier proyecto de expansión y conquista, y la interiorización de la necesidad de poderes fuertes, capaces de llevar a buen término esa empresa, se vieran auspiciados desde los centros de decisión y acabaran calando en la sociedad europea de la época.

Sobre este trasfondo se desplegaba la actividad de las instituciones universitarias alemanas. No es sorprendente, pues, que en los momentos de crisis que siguieron al estallido de la Primera Guerra Mundial, se mantuvieron en la efímera y agitada República de Weimar y alcanzaron su cenit durante el ascenso e instalación del nazismo, la élite cultural alemana se comportara del modo en que lo hizo.

Una de las primeras manifestaciones de este comportamiento la encontramos en la redacción y publicación del llamado Manifiesto de Fulda, firmado por 93 prestigiosos intelectuales, entre los que se encontraban Max Planck, Paul Ehrlich, Fritz Haber y Richard Willstéter: en él se defendía la justa causa alemana y la invasión de la neutral Bélgica, al tiempo que se justificaban, como actos de autodefensa, las atrocidades cometidas por las tropas alemanas en Lovaina. Patriotismo e identificación con el Estado.

Ehrlich, Haber y Willstéter eran judíos y sus vidas y actitudes respondían a un patrón de comportamiento que Zweig define así: […] la adaptación al medio del pueblo o país en cuyo seno viven, no es para los judíos sólo una medida de protección externa, sino también una profunda necesidad interior. Su anhelo de patria, de tranquilidad, de reposo y de seguridad, sus ansias de no sentirse extraños, les empujan a adherirse con pasión a la cultura de su entorno. Así, a pesar de que sólo el 1% de la población alemana - unas 600.000 personas - era judía, su presencia en la comunidad educativa era notable: el 20% del cuerpo total docente en las ramas de Ciencias y más del 25% en Física. Esta presencia iba a ser utilizada reiteradamente en la campaña emprendida por Lennard y Stark contra la física moderna a la que catalogarían como “física judía”.

La llegada de los nazis al poder iba a alterar, de forma radical, el status de los judíos en la sociedad alemana y, en particular, en la Universidad. En abril de 1933 la llamada “Ley de Restauración del Servicio Civil” ordenaba la expulsión de todos los funcionarios que no fueran de origen ario; más de 1600 universitarios y entre ellos un centenar de físicos se vieron obligados a abandonar sus puestos y fueron sustituidos por personas afectas al régimen o, al menos, no sospechosas. No hubo protestas estudiantiles ni manifestaciones públicas de rechazo por parte de los colegas arios, quienes, salvo honrosas excepciones, aún en el caso de no identificarse políticamente con el régimen prefirieron guardar un ominoso silencio. Leo Szilard describe la esencia de su comportamiento en estos términos: [...] ¿Si me opongo, qué bien puedo hacer? No mucho, sólo perder mi influencia. ¿Por lo tanto, por qué oponerse?. El aspecto moral estaba completamente ausente o era muy débil en sus argumentaciones.

Mientras se me permita elegir, sólo viviré en un país en el que haya libertades políticas, tolerancia e igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. La libertad política implica la libertad de expresar las propias opiniones políticas verbalmente y por escrito; la tolerancia implica respeto por todas y cada una de las creencias individuales. Estas condiciones no existen en Alemania hoy.

Manifiesto de Einstein, marzo de 1933

Max PlanckMax Planck, laureado con el Nobel en 1919, es un ejemplo ilustrativo del modo en que las tensiones de la época influyeron en la vida académica e intelectual del momento. Su prestigio, como científico y como persona, lo convirtieron en el portavoz de la ciencia alemana; por ello, las posiciones que adoptó en distintos momentos tuvieron una enorme influencia sobre la comunidad universitaria. Patriota convencido y hombre de orden defendió en todo momento, por encima de cualquier otra consideración y a pesar de renuncias dolorosas, la independencia de la ciencia frente a la política. Observador atento de una realidad que negaba de facto esta pretensión dirigió sus esfuerzos a mantener la solvencia y profesionalidad de la Academia y las Instituciones Científicas oponiéndose a su ocupación por simpatizantes nazis. Su actitud le obligó a múltiples silencios y cesiones y también, aunque en menor medida, a momentos de resistencia frente al poder. Sus críticos le tildarían de acomodaticio, insensible e, incluso, de colaboracionista.

La Academia Prusiana de Ciencias se siente particularmente molesta por las actividades de agitador que Einstein lleva a cabo en países extranjeros, dado que tanto esta institución como sus miembros siempre se han sentido hondamente ligados al Estado prusiano y, si bien en política se han mantenido al margen estricto de toda parcialidad partidista, siempre han sostenido y guardado fidelidad a la idea nacional. Por estas razones no existen motivos para lamentar la renuncia de Einstein.

Declaración de la Academia Prusiana, 1 de abril de 1933

Albert EinsteinEl comportamiento de Albert Einstein fue atípico dentro del estamento académico alemán. Pacifista convencido, militó activamente contra la Guerra y se mantuvo alejado de la fiebre nacionalista que contagió a la mayor parte de la intelectualidad europea de la época. Crítico con la identificación de la Universidad con el Estado pronto se convirtió en el centro de las campañas antisemitas que se desataron en la Alemania de entreguerras y alcanzaron su cenit bajo el poder nazi. Emigrado a Estados Unidos y alarmado por la eventualidad de que Alemania pudiera fabricar la bomba atómica sacrificó sus convicciones pacifistas dando su apoyo al proyecto atómico aliado. Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki le sumieron en una profunda crisis.

Me agrada ver que [...] tu antiguo amor por la bestia rubia se ha enfriado un poco [...]. Espero que no regreses a Alemania. No es ninguna bicoca trabajar para un grupo intelectual formado por hombres que se quedan de brazos cruzados ante delincuentes comunes y que incluso, hasta cierto punto, simpatizan con esos delincuentes. No pueden desilusionarme, porque nunca sentí ningún respeto, compasión o simpatía por ellos, aparte de unas pocas personalidades excelentes (Planck 60% noble, y Laue 100%).

Carta de Einstein a Haber, 19 de mayo de 1933

Fritz HaberFritz Haber, Premio Nobel de Química en 1918, es uno de los exponentes máximos no sólo de la estrecha vinculación que se produjo en la Alemania de finales del siglo XIX y comienzos de XX entre la ciencia y la industria sino también un ejemplo paradigmático de los intentos de integración de la etnia judía en la sociedad en la que vivía. Durante la Primera Guerra Mundial puso sus conocimientos científicos al servicio del Estado liderando la organización de la industria para la guerra. Desde su Instituto de investigación desarrolló el proceso Bosh-Haber de fijación del nitrógeno, esencial para la producción del ácido nítrico que requería la agricultura y la industria de los explosivos, y activó la investigación sobre armas químicas: a él se debe la elaboración del gas tóxico que tantas bajas iba a producir en la larga guerra de las trincheras. Su identificación con la patria alemana y sus méritos no le evitarían, sin embargo, acabar siendo proscrito por el régimen nazi. Dimitiría de su puesto al frente del Instituto Káiser Guillermo al entrar en vigor la Ley de Restauración del Servicio Civil que apartaba a los judíos de la Administración del Estado.

Física alemana versus Física judía

Algunas de las personalidades científicas que permanecieron en Alemania durante el periodo nazi volcaron sus energías en la protección de su autonomía frente a las intromisiones políticas. Las amenazas a esta autonomía adoptaron, básicamente, dos formas que aparecen a menudo entrelazadas e, incluso, confundidas: por un lado la ocupación de puestos en instituciones académicas y de investigación como consecuencia de las vacantes producidas por la expulsión de los científicos judíos mediante la Ley de Restauración del Servicio Civil y, por otro, los ataques que bajo la bandera de “Física alemana contra Física judía” fueron lanzados por Lenard y Stark contra la preeminencia de la vertiente teórica en el aparato rector de la Física alemana. Parece claro que, en un Estado como el nazi, la batalla, y la victoria, exigían no sólo aliados en el aparato de poder sino, al mismo tiempo, compromisos con éste. ¿Donde se establece, entonces, el límite entre colaboración y oposición al régimen? ¿Están justificadas las palabras de Planck a Einstein recordándole que el valor de un acto reside no en los motivos que hay detrás de él sino en las consecuencias que genera?

La teoría de la Relatividad es un fraude judío, como uno podía haber sospechado desde el principio de haber tenido un conocimiento racial mayor que el que entonces se poseía, ya que su autor, Einstein, es judío. Mi insatisfacción es aún más intensa porque un porcentaje elevado de representantes de la física se han conformado a este modo de hacer típicamente judío.

Philipp Lenard, Recuerdos

Johannes StarkJohannes Stark, Premio Nobel en 1919 es, junto a Philipp Lenard, también galardonado con este premio en 1905, el representante más claro de la vinculación de la ciencia alemana con el nazismo. Afiliado al partido nazi abanderó, bajo el disfraz de la defensa de la ciencia “empírica” frente a la “dogmática”, la lucha contra lo que definió como física judía de la que Einstein, Planck y Heisenberg eran, a su juicio, sus representantes más conspicuos-. Sus intentos para convertirse en el Führer de la ciencia alemana encontraron siempre la oposición de Planck, von Laue y del grupo de físicos que les apoyaban. Detenido al finalizar la Guerra fue condenado a cuatro años de prisión y sometido a un proceso de desnazificación.

Werner HeisenbergWerner Heisenberg, nacido en 1901, pertenece a una generación que maduró en el periodo de entreguerras. Las tensiones de una época convulsa y las restricciones de la política de reparaciones impuesta por los vencedores de la Primera Guerra hicieron de él un ferviente patriota. Tildado de “judío blanco” por los representantes de la “física alemana” mantuvo una actitud ambigua “a lo Planck” que, finalmente, acabaría por ser de colaboración con el régimen nazi: desde septiembre de 1939 participa en el programa de investigación sobre la fisión del Uranio asumiendo paulatinamente labores de dirección. Al finalizar el conflicto es arrestado y posteriormente trasladado junto a otros científicos a la zona de ocupación británica donde se les interroga sobre el Programa Nuclear alemán. Reincorporado a la vida científica en 1946, como director del Instituto de Física Káiser Guillermo (luego Max Planck) y en un intento de desnazificar su comportamiento se construyó la ficción de que en realidad habría contribuido a ralentizar los trabajos de construcción de la bomba atómica alemana. Nunca admitió haber cometido errores o haber actuado inmoralmente.



 

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