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Matemáticas y ciencia ficción

Sección a cargo del Profesor Miquel Barceló, a quien agradecemos sinceramente su colaboración con DIVULGAMAT, Centro Virtual de Divulgación de las Matemáticas.

Resultados 1 - 10 de 79

Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
En realidad no es fácil encontrar referencias interesantes de tecnociencia en el cómic. Y lo sé por experiencia. Un grupo de investigadores del Instituto de Tecnoética de Barcelona estamos intentando analizar la presencia de la tecnociencia en el cómic. Encontrar esa presencia en la literatura resultó bastante más sencillo y, en 2002, publicamos "Entre la por i l'esperança: percepció de la tecnociencia en la literatura i el cinema" (Entre el miedo y la esperanza: percepción de la tecnociencia en la literatura y el cine) que aguarda ahora su publicación en castellano. Más tarde, nos atrevimos a hacer un monográfico sobre el cine que ha visto hace poco la luz como "Tiem(pos)Modernos". Pero el cómic parece como si se nos atragantara... En 2007 participé en un debate sobre "Ciencia y cómic", en la Biblioteca de la Sagrada Familia de Barcelona, organizado por la Dirección de Promoción de Cultura Científica del Instituto de Cultura de Barcelona que, en el marco del programa "Barcelona Ciència 2007", había promovido, en esa misma biblioteca, una exposición sobre "Ciencia en el cómic". En esa exposición, se daba a entender que la presencia de la ciencia en el cómic se reducía a personajes más bien anecdóticos como podrían ser el druida Panorámix de Astérix y Obélix (sic!), el profesor Tornasol de Tintín, e incluso ese gran creador de problemas que es el profesor Bacterio de Mortadelo y Filemón, sin olvidar al imprescindible Doctor Franz de Copenhague de los imposibles "inventos" del TBO. Lo grave es que Panorámix parece tener poco que ver con la ciencia, a Tornasol puede vérsele a menudo con un péndulo de radiestesia como si fuera un zahorí de la era tecnológica, y el profesor Bacterio reúne en su figura todo lo que no nos gustaría encontrar en la ciencia: errores sin cuento y desastrosas consecuencias inesperadas. Evidentemente, aunque ausentes de esa exposición, según creo recordar, estarían también, en la vertiente digamos que algo más positiva, el Doctor Zarkov de Flash Gordon, el Mortimer de la serie Blake y Mortimer de Edgar P. Jacobs y, desgraciadamente, pocos más (aunque, seguro, todos tendremos algún que otro ejemplo rondando nuestra memoria...). En general, el científico que acostumbra a presentar el cómic se corresponde mucho más con la imagen romántica del científico del siglo XIX que con el gestor de recursos que acaba siendo el científico maduro del siglo XXI. Parece que los años hayan pasado en balde y el clásico memorandum "Science: the Endless Frontier" de Vannevar Bush no se hubiera escrito nunca... Lo cierto es que la ciencia como tal no ha llegado al cómic. En cierta forma la novela dispone de un ilustre precedente cuando al francés Jules Verne se le ocurrió, allá por la década de 1860, que dada la creciente presencia de la ciencia y la tecnología en la vida cotidiana, era necesario escribir lo que el mismo llamó "la novela de la ciencia", de la cual fue brillante cultivador en sus conocidos "Viajes extraordinarios". No ha existido todavía, que yo sepa, una teorización del "cómic de la ciencia" equivalente a la que hiciera Jules Verne hace ya unos ciento-cincuenta años. Por eso, la única referencia interesante a la tecnociencia en el cómic suele encontrarse en la narrativa de ciencia ficción dibujada. Un ejemplo casi irrepetible El cuatro de octubre pasado se cumplieron cincuenta años del lanzamiento del primer Sputnik que iniciaba lo que se llamó la "carrera por el espacio" y que, lo deseo fervientemente, sea recordada en el futuro, simplemente, como los primeros pasos de nuestra especie fuera de la Tierra, olvidando el trasnochado enfrentamiento de culturas y sistemas económicos en que acabó convirtiéndose esa "carrera por el espacio". En realidad, el recuerdo que quiero compartir con ustedes se asocia mejor con el segundo de los Sputnik, lanzado al espacio a principios de noviembre de 1957, el que llevaba en su interior a la perrita Kudryavka, a la que el mundo conoció después como Laika. Una perrita que estaba, en realidad, condenada a muerte ya que no se habían previsto procedimientos de recuperación. El niño que yo era entonces (9 años, a punto de cumplir diez como decía con orgullo entonces...), mirón empedernido de la páginas de fotograbado de La Vanguardia, se sintió, imagino que como todos lo niños que se enteraran del hecho, más bien apesadumbrado por la trágica suerte de esa perrita. Afortunadamente, en poco tiempo la ciencia ficción acudió al rescate de esa pena... Y con un ejemplo brillante de la por otra parte escasa presencia de la ciencia en el cómic. Ocurre que ese niño era también coleccionista y devoto lector de los "tebeos" de Flash Gordon que, en aquel entonces, publicaba en España la editorial madrileña Dólar en su Colección Héroes Modernos (junto a El Hombre Enmascarado, Ben Bolt, Mandrake el Mago, Rip Kirky y un largo etcétera que generaban grandes tensiones para la reducida capacidad económica de mi "paga semanal"...) . El Flash Gordon de la época era el de Dan Barry, menos barroco que el de Alex Raymond, mucho más realista y, también, con gran interés en divulgar la entonces incipiente exploración del espacio. Barry se inspiraba en las ilustraciones de la época sobre los proyectos reales de exploración del espacio (como las de un famoso texto de divulgación: La conquista del espacio de 1949, escrito por Willy Ley e ilustrado por Chesley Bonestell, del que ya les hablaba aquí en febrero de 2006), y acudía sin problemas al consejo e incluso los guiones de buenos escritores de ciencia ficción. En las tiras diarias del 6 de febrero al 14 de marzo de 1958, la aventura de Flash Gordon (y su eterna novia Dale Arden) transcurre en la Luna, en su lado oculto donde ambos descubren una extraña estructura no natural, son atacados por robots y sometidos, con riesgo de su vida, a un test de inteligencia o conocimientos: saber que el número pi está relacionado con la figura geométrica de un círculo y recordar el lugar que ocupan en la tabla periódica el oxígeno y el nitrógeno, los gases más abundantes en nuestra atmósfera. Primero Flash y Dale se encuentran en una habitación cerrada de bajo techo que se está llenando de agua con peligro para su vida. Hay varias puertas, se abre una marcada con un triángulo pero Flash impide que Dale huya hacia ella: hay un gas venenoso. Finalmente, tras interpretar correctamente unos ruidos misteriosos (bip, bip, bip. - bip. - bip, bip, bip, bip. - bip. - bip, bip, bip, bip, bip, bip.- ) Flash abre la puerta marcada con un círculo para llegar a una sala con aire respirable y un techo alto. Flash ha descubierto la secuencia de los "bip": 3-1-4-1-6, es decir: 3,1416, el número pi (π), la proporción entre la longitud de una circunferencia y su círculo. La puerta salvadora tenía que ser la marcada con el círculo... Luego, en esa nueva sala, el aire se va enrareciendo, mientras una pared se ilumina con unos cuadros con símbolos incomprensibles. Los símbolos no significan nada y así lo reconoce Flash Gordon, pero la disposición de los cuadros le recuerda finalmente la de la tabla periódica de los elementos. Por ello, al presionar sobre los cuadros que, pese a sus símbolos extraños, ocupan el lugar que correspondería a los números atómicos del Nitrógeno y del Oxígeno (los dos mayores componentes de la atmósfera terrestre) se renueva el aire. El test de ciencia ha sido superado con éxito. Superada la prueba, Flash y Dale se encuentran con una perrita que Flash reconoce inmediatamente como la Laika del Sputnik-2. La explicación es sencilla: unos extraterrestres han salvado a Laika de una muerte segura pero han quedado sorprendidos de que, en realidad, fuera un animal tan poco inteligente. ¿Cómo podía ser, se preguntaban, que seres perrunos como Laika pudieran haber lanzado un artefacto como el Sputnik si demostraban tan poca inteligencia y escasas capacidades manipulativas? La sorpresa de los extraterrestres es lógica: ellos mismos tienen forma perruna y encontrar otro ser vivo de su misma forma y con escasa inteligencia despierta en ellos todo tipo de preguntas. Al final todo se aclara: Flash Gordon lo explica y los extraterrestres, Flash y el niño que era yo entonces aprenden de una vez para siempre que no hay que juzgar por las apariencias. El fondo (la inteligencia) acaba siendo mucho más importante que la forma (perruna o humana). Y el niño que yo era entonces aprendió también con ese "tebeo" que saber matemáticas o química te podía tal vez salvar la vida algún día (sobre todo si eras Flash Gordon y estabas perdido con tu novia Dale Arden en la cara oculta de la Luna....) y, al menos por unas noches, pudo soñar en que Laika, nuestra involuntaria primera exploradora espacial, no estaba muerta... Unos recuerdos y un aprendizaje que, puedo garantizarlo, han resultado imborrables. Para leer: Ensayo - Entre la por i l'esperança: percepció de la tecnociencia en la literatura i el cinema, Jordi Font-Agustí coordinador, Barcelona, Edicions Proa, 2002. - Tiem(pos) Modernos, Carmen Gallego coordinadora, Madrid, Equipo Sirius, 2007. Cómic - Flash Gordon - Edición Histórica, Tomo IX (1958-1959), Dan Barry, Barcelona, Ediciones B, 1992.
Viernes, 01 de Febrero de 2008 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Hace tiempo que pretendo hablarles aquí de matemáticos que escriben ciencia ficción. Como las meigas, haberlos haylos... Aunque no son tantos como yo quisiera o, cuando menos, la mayoría no han alcanzado renombre mundial al menos en su faceta de escritores de ciencia ficción. El primero que viene a la mente, por aquello del imperialismo anglosajón dominante, es Rudy Rucker pero, aunque Rucker me resulte un personaje interesante, no voy a empezar con él (aunque sí les diré, como de pasada, que hace más de una quincena de años, cuando yo organizaba un congreso más o menos internacional sobre ciencia y ciencia ficción en Barcelona, Rudy me escribió para auto-invitarse, eso sí con los gastos pagados por la organización... Todo un personaje tal vez cual corresponde a esa curiosa mezcla de matemático y escritor de ciencia ficción...). Sí les hablaré, y con una cierta pena por su reciente fallecimiento, de un profesor italiano de matemáticas, Lino Aldani, con brillantes relatos en su haber y que, como dije en su día al presentarlo en mi fanzine Kandama, para mí ha sido un "escritor descomunal que tiene el único problema de no escribir en inglés..." Empiezo con el más viejo de mis recuerdos (que no quiero actualizar hoy releyendo el relato, por aquello de mantener la integridad de ese recuerdo que, en los últimos cuarenta años, no me ha abandonado. Un testimonio claro de que la impresión recibida fue excepcional). En 1968, la hoy mítica Nebulae, publicaba en su número 138 (poco antes de cerrar la colección) un volumen titulado Mis universos. Lo traducía el maestro Domingo Santos y, por aquella precariedad de la edición de ciencia ficción en España en aquellos tiempos, era la traducción de la primera antología italiana de Lino Aldani (Quarta dimensione) aunque se habían eliminado algunos relatos (según parece por ser demasiado italianos, aunque ello resulte curioso en la época en que todavía se oían en España canciones italianas y se veían películas de esa nacionalidad...) y se habían añadido otros dos relatos tal vez en compensación... Entre esos relatos, todos ellos de gran interés, había uno que dejó un profundo impacto en el joven que yo era entonces. Se trata de Tecnocracia integral, escrito en 1961, donde se narraban con todo lujo de detalles las pruebas de una dura oposición. Entre las muchas pruebas y los problemas que se planteaban al protagonista del relato se describían cálculos de órbitas espaciales, problemas sobre el impulso que proporcionaban ciertos motores, complejos razonamientos y problemas que parecían de aplicación en lo que el lector imaginaba un ambiente espacial complejo: navegación espacial, motores de novísimas tecnologías, y un largo etcétera. Debo reconocer que, estudiante entonces de ingeniería aeronáutica, esos temas me interesaban y el planteamiento del relato en cierta forma me resarcía de la dureza de los estudios y los exámenes en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Aeronáuticos de Madrid donde estaba cercano a terminar mis estudios. La sorpresa llegaba al final. Era la que daba razón al título del relato: tecnocracia integral. También lo convertía en una de las más duras críticas a la "titulitis" que ya empezaba a aflorar entonces. El relato concluía con la gran satisfacción del candidato que había superado todas esas pruebas ya que con ello había obtenido su deseado cargo, un cargo que no era el de capitán de una nave espacial como le parecía al lector, sino, mucho más prosaicamente, el de "basurero municipal". Ahí es nada. Más tarde, en 1981, cuando se me ocurrió la locura de editar un fanzine (fan magazine) antes del Word..., ya en la segunda aparición de Kandama, en la primavera de 1981, publiqué con gran satisfacción un relato que también considero maravilloso de Lino Aldani. Se trata de Jaque doble (Scacco doppio, 1972) que saqué de su antología Eclissi 2000 publicada en 1979: uno de los muchos libros italianos de Lino Aldani que pueblan mi biblioteca desde mi estancia en Roma para cursar la Laura d'Ingegneria Aerospaziale a principios de los setenta. Jaque doble es un claro ejemplo de la habilidad de Aldani para orientarse hacia una ciencia ficción que no olvida el aspecto social y que, además, tiene como aliciente adicional (al menos para mí...) centrarse en una partida de ajedrez. Esa partida, que se cita al final del relato, se presenta como la que jugaron Emanuel Lasker (matemático y ajedrecista, campeón del mundo entre 1894 y 1921) y Eugene Delmar (campeón estadounidense de ajedrez) presuntamente en 1910... Pero ocurre que Delmar falleció el 22 de febrero de 1909 y posiblemente la partida sea ficticia, inventada por Aldani para dar la base de su narración... En cualquier caso, debo decir que he intentado buscar esa partida y no consta en ninguna parte. Aldani la cita como (Lasker-Delmar, 1910) y nada más... y, además de la fecha (que podría estar equivocada...) lo cierto es que no he encontrado constancia de esa partida. Si he logrado encontrar una partida registrada entre Lasker y Delmar pero es de 1892 (en unas simultáneas en Nueva York) y, aunque tiene iguales los primeros movimientos, luego difiere mucho de la que cita Aldani y, además, llega hasta 34 movimiento, mientras que la de Jaque doble tiene sólo 15. Y, luego, he llegado a encontrar otras cuatro partidas entre esos ajedrecistas... Y nada. Como sea que tras la publicación en Kandama, en 1981, el relato se ha repetido en el fanzine argentino Axxon 169, en 2006, puede encontrarse en la traducción que hace mi amigo Sergio Gaut vel Hartman en: http://laliteraturadelofantastico.blogspot.com/2007/12/lino-aldani.html una lectura que les recomiendo encarecidamente. La narración reconstruye en cierta forma la peripecia de la partida de ajedrez con la relación entre el narrador y su pareja, Elena, en cierta forma un trasunto de la Dama que va a perder en la partida y al perderla a ella va a perder la partida misma. Y todo ello dando a entender con gran maestría la posible existencia de un orden social opresivo. Mucho en pocas páginas, una verdadera maravilla. Sirvan estos dos ejemplos como recordatorio del interés que prácticamente todos los relatos de Lino Aldani suelen tener. Pasemos a los datos escuetos. Lino Aldani nació el 29 de marzo de 1926 en San Cipriano Po y, hasta 1968, vivió en Roma como profesor de matemáticas. Luego decidió volver a su lugar natal, pero sólo tras haber fundado, en 1963, con Massimo Lo Jacono, la primera revista italiana dedicada íntegramente a la ciencia ficción: FUTURO, de la que sólo se editaron ocho números. Previamente, en 1961, había escrito el primer estudio crítico que aparecía en Italia sobre la ciencia ficción: La fantascienza. Y, evidentemente, desde su llegada a Roma en 1960 escribió y publicó diversos relatos que se recogieron en diversas antologías como Quarta dimensione (1964), Eclissi 2000 (1979) ya mencionadas o Parabole per domani (1987) y alguna que otra novela entre las que destaca Quando le radicci (1977). Falleció el 31 de enero de 2009 en el hospital de Pavía (Italia) víctima de una enfermedad pulmonar incurable. BEMonline (http://www.bemonline.com/portal/) uno de mis portales preferidos de ciencia ficción, tiene previsto dedicarle un pequeño homenaje en un futuro más o menos cercano. En cualquier caso, un profesor de matemáticas que escribía ciencia ficción, que lo hacía muy pero que muy bien y que, al menos en mi caso, ha dejado recuerdos imborrables por muchas y muchas razones. Y, si he de decir la verdad, lamento haber esperado hasta ahora para escribir sobre Lino Aldani, cuando ya ha fallecido. Este es un mundo demasiado atareado y agobiado y a veces sólo recordamos aquello que nos hizo pensar y vibrar de jóvenes cuando nos enteramos de la luctuosa noticia de la desaparición de alguien cuyas ideas hicieron mella en nosotros. Una lástima. Para leer: Ficción - Mis Universos, (antología) Lino Aldani, Barcelona, Edhasa, Colección Nebulae 138, 1968. - Jaque doble (Scacco doppio, 1972), Lino Aldani, en fanzine Kandama número 2, primavera 1981. También en Axxon 169 y en la página web: http://laliteraturadelofantastico.blogspot.com/2007/12/lino-aldani.html - Quando le radici, Piacenza, La Tribuna, 1977. - Eclissi 2000, (antología) Lino Aldani, Milano, De Vecchi, 1979. - Parabole per domani, (antología) Lino Aldani, Chietti, Marino Solfanelli Editore, 1987.
Martes, 07 de Abril de 2009 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
El mes pasado me quedé sin hablarles de un brillante juego más o menos relacionado con la matemática y con la ciencia como es Eleusis de Robert Abbott. Es un juego con más de medio siglo de existencia y a la vez remozado, que ha aparecido ya por dos veces, de la mano de Martin Gardner, en la sección de "Juegos Matemáticos" de Scientific American. Yo lo conocí en su segunda versión, precisamente a través del artículo de Gardner publicado en esa revista en octubre de 1977, pero el juego es más antiguo y ya había merecido que el mismo Martin Gardner hablara de él en junio de 1959, sólo tres años tras su creación: 1956. Pero vayamos por partes. Robert Abbott, nacido en 1933, se dedicó en un principio a crear juegos pero sin excesivo éxito comercial (algunos opinamos que sus juegos eran tal vez demasiado buenos y, también, que tienen escaso éxito ya que no promueven el negocio de los fabricantes de juegos: se puede jugar a los mejores de ellos sin parafernalias especiales: bastan mazos de cartas o un tablero de ajedrez...). Visto lo ocurrido, Abbott abandonó ese empeño de diseñador de juegos y se empleó como profesional de la informática, aunque volvió más tarde a su hobby, esta vez con laberintos basados en la lógica de los que está considerado uno de los mejores inventores del mundo. Algunos de esos laberintos pueden encontrarse en su página web: www.logicmazes.com Eleusis es un sorprendente juego aparentemente sin reglas que emula muy claramente el proceso de razonamiento tan propio de la ciencia. Como sea que jugar a Eleusis enseña de manera directa las dificultades del descubrimiento científico, yo lo uso en algunos cursos de "Ciencia y Pseudociencia" (un curso de libre elección que, me temo, es de los pocos, o tal vez el único, en la Universidad Politécnica de Cataluña donde se habla de lo que es la ciencia y del método y del fraude científico...). Eleusis, tras el empuje que supuso el artículo de Martin Gardner en Scientific American tuvo algunos devotos, y Abbott lo publicó en su libro Abbott's New Card Games de 1963. En 1973 Abbott mejoró el juego con la invención de la figura del "profeta" (ver más adelante) y ésa es la versión de que habló Martin Gardner en su artículo de octubre de 1977 en Scientific American. En aquel entonces, se le bautizó como "New Eleusis", pero con el tiempo el "new" se ha perdido y todo el mundo se refiere a Eleusis en la versión de 1973, popularizada por Gardner en 1977. Tanto es así que es la que se incluye en la nueva edición en castellano del libro Abbott's New Card Games, que se ha puesto al día con la aquiescencia de Abbott quien narra en su web la visita del editor, Oriol Comas, y comenta el prólogo, con el título "Bob Abbott, ese desconocido", que el mismo Oriol escribió en ese libro: Diez juegos que no se parecen a nada (RBA 2008, edición actualizada y revisada de Abbott's New Card Games). Posteriormente, tal y como también comenta Abbott en su página web (y se recoge en Diez juegos que no se parecen a nada), John Golden, un profesor de matemáticas de la Grand Valley State University in Michigan, inventó en 2006 una versión simplificada de Eleusis que recibe el nombre de Eleusis Express. Golden, con el acuerdo de Abbott, intenta que Eleusis Express pueda servir a los profesores de la escuela primaria y secundaria para presentar el método científico. El profesor puede dividir la clase en pequeños grupos para jugar (la cifra ideal para jugar a Eleusis suele ser de cinco o seis personas, aunque se aceptan entre 4 y 8 jugadores) y, tras la sesión de juego, el profesor puede mostrar a los estudiantes como, en realidad, estaban usando el método científico al jugar a Eleusis. En la página web indicada y en el libro Diez juegos que no se parecen a nada se pueden hallar las bases (que no reglas...) tanto de Eleusis como de Eleusis Express. Eleusis es un juego para 4-8 jugadores (mejor seis...) que se suele jugar con tres (o cuatro) mazos de cartas al mismo tiempo y ocho fichas o señaladores (cuatro de cada color). En cada ronda, uno de los jugadores hace el papel de "dios" (o repartidor, o creador de la regla, o como quiera llamársele, aunque eso de llamarle "dios" indica claramente que es quien decide lo importante...). Ese "dios" inventa una regla que escribe en un papel que deja oculto, reparte 14 cartas a cada jugador y pone una primera carta (carta inicial) del mazo en la mesa. Cada jugador, a su turno, pone una carta en la mesa y "dios" dice si es correcta o no, es decir si sigue o no la regla por él establecida. Si la carta es correcta, se pone a la derecha de la carta anterior y el jugador se ha descargado ya de una carta (al final ganará quien menos cartas tenga, al margen de bonificaciones especiales). Si la carta es incorrecta, "dios" lo dice así, la carta se pone en vertical ortogonalmente a la carta a la que debería haber seguido y el jugador es castigado con dos cartas adicionales del mazo (o sea que tiene más cartas de las que tenía antes de jugar y ha perdido su oportunidad de liberarse de cartas en ese turno...). Y así sucesivamente. Los jugadores, a la vista de las cartas correctas e incorrectas, pueden ir adivinando la regla lo que les ha de permitir ir liberándose de más y más cartas en cada turno (si, realmente, han adivinado la regla, claro...). Si el jugador está seguro de la regla, puede, por ejemplo jugar no una carta en su turno, sino una serie de ellas... Un jugador, si cree conocer la regla, puede declararse "profeta" y, a partir de ese momento es el "profeta" quien dice si la/s carta/s que propone cada jugador en su turno son o no correctas. Si el "profeta" está en lo cierto, "dios" lo corrobora y el juego sigue (el "profeta" ya no pone más cartas desde que se declara tal y se marca esa posición en la línea principal con una ficha o señalador). Si el "profeta" se equivoca, "dios" lo denuncia como falso profeta y éste recibe como castigo cinco cartas del mazo. Para declararse profeta hay algunas normas: hacerlo tras acabar de jugar su turno, no ha de haber profeta en activo en esa ronda, no haber actuado antes como profeta en esa misma ronda, y han de quedar al menos dos jugadores más ("dios" no cuenta) en esa ronda. En Eleusis Express, el cambio más esencial es que se reparten 12 cartas, no hay "profeta" y que cuando alguien cree conocer la regla, simplemente la declara y la ronda se acaba. Esto último es algo que Abbott siempre se negó a aceptar aunque ahora, en su página web, parece empezar a encontrarle sentido. Aunque yo sigo usando la versión canónica con el "profeta"... La ronda termina cuando a un jugador ya no le quedan cartas o si todos los jugadores han sido expulsados (por ejemplo, tras la carta número 40 se expulsa al jugador que se equivoca y no acierta con la siguiente carta). La puntuación depende inversamente del número de cartas que tenga cada jugador en su mano. Se determina el número máximo de cartas en una mano y cada jugador recibe como puntuación la diferencia entre ese número y las cartas de su mano. El "profeta", si se ha mantenido hasta el final recibe la puntuación que corresponde a sus cartas (dejó de poner cartas desde que se declaró "profeta") y una bonificación igual a la del número de cartas en la línea principal horizontal (cartas acertadas) tras aquella en la que se declaró profeta (de ahí las fichas o señaladores...) más el doble del número de las cartas erróneas (en líneas ortogonales) tras el señalador que marca su declaración como "profeta". "Dios" recibe como puntuación la más alta de los jugadores. Por eso "dios" tiene interés en inventar reglas que no sean excesivamente complejas para que alguien pueda puntuar bien... Después siguen otras rondas hasta que todos los jugadores han hecho de "dios". Se suman los puntos y, tras un buen rato pensando y jugando se obtiene, si hacía falta..., un ganador. La elección de la regla es importante. Como puede verse, en una baraja suele haber dos variables: el color de las cartas y la numeración de los naipes. Hay reglas que usan una sola variable (tras una carta roja, poner una negra y tras una carta negra poner una roja), otras reglas posibles mezclan dos variables, lo que suele hacerlas más complicadas y difíciles de descubrir (tras una carta par poner carta roja y tras una carta impar poner carta negra) y un largo etcétera de posibilidades. En el libro de Abbott se indican diversas reglas simples y otras más complejas, pero la idea general es que "dios" debería ser prudente: casi siempre una regla es más difícil de descubrir de lo que "dios" podría imaginar... Real as life... El único problema con Eleusis es encontrar seis personas dispuestas a jugar y con la capacidad suficiente para hacer que el juego no resulte banal. Es un brillante y entretenido reto intelectual. Se lo puedo asegurar. Tras Eleusis, han aparecido otros juegos parecidos, sin reglas aparentes y que emulan lo que se consigue con Eleusis. Esos juegos parecidos a Eleusis y en su misma línea podrían ser Penúltima (de 1994, con un tablero de ajedrez) o Zendo (cuyas reglas se publicaron en 2001 y en la versión comercial usa pequeñas pirámides y marcadores). Permítanme un consejo: descarte imitaciones, Eleusis es el juego, bastan unos mazos de cartas... Aunque hablando de Penultima, hay que decir que es un juego inventado por Michael Greene y Adam Chalcraft en Cambridge en 1994 que se define como un juego de lógica inductiva como Eleusis aunque usando un tablero de ajedrez. Es bueno recordar que Penultima se basa en el Ultima (también llamado Baroque Chess) que, como era tal vez de esperar, es un buen juego inventado también por Robert Abbott y del que también (pese a no ser un juego de cartas sino con un tablero de ajedrez) se habla en la moderna edición del libro de Abbott, ese Diez juegos que no se parecen a nada de lectura casi obligada para los amantes de los juegos y de la lógica matemática. En cualquier caso, esto me está llevando a los juegos en un tablero de ajedrez o sea que será bueno dedicar la próxima entrega de esta sección a algunos de esos nuevos juegos basados en el ajedrez como el Ultima o el sorprendente Arimaa que pretende (como también, estoy seguro, ha de lograr el Querni del que les hablaba el mes anterior) que los ordenadores no lleguen a ganar a los humanos al menos con el uso y abuso de técnicas de "fuerza bruta" como ya ocurre hoy con el ajedrez... Pero todo ello será el próximo mes, al fin y al cabo, el verano es un periodo con más tiempo libre que emplear inteligentemente. Por ejemplo, jugando... Para leer: Ensayo - DIEZ JUEGOS QUE NO SE PARECEN A NADA, Robert Abbott, Barcelona, RBA, 2008. Para jugar con Robert Abbott: Eleusis: http://www.logicmazes.com/games/eleusis/index.html Eleusis Express: http://www.logicmazes.com/games/eleusis/express.html Laberintos lógicos: http://www.logicmazes.com Juegos: http://www.logicmazes.com/games/index.htm
Martes, 09 de Junio de 2009 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Si he de decir la verdad, cuando, hace ya más de dos años, Raúl Ibáñez me encargó esta sección de Divulgamat, el primer tema en el que pensé fue, precisamente, la Topología Ficción. Ya saben, esos relatos que usan o abusan de las cintas de Moebius, las botellas de Klein o los universos de Alicia por citar sólo los casos más emblemáticos. Pero, como habrán ustedes visto, he tardado más de dos años en tratar el tema que, pese a todo, como digo, fue el primero en el que pensé. Hoy empezamos una serie de la que sólo puedo decirles que no sé, en realidad, cuándo voy a terminarla. Ya se sabe: quien avisa no es traidor... La razón del retraso es sencilla: en los años cuarenta y cincuenta las cintas de Moebius y las botellas de Klein aparecieron diversas veces en curiosos relatos de ciencia ficción. En mi memoria, amontonado con otros recuerdos de cuando era niño, estaba (y está...) una ilustración de uno de esos relatos en el que se veían dos monumentales botellas de Klein colgadas de una viga y, en medio de ellas, un hombre trajeado y con cara de asustado. Buscar ese relato (aunque reconozco que sin una dedicación exclusiva ni intensiva...) ha tenido como efecto retrasar casi dos años la temática de la Topología Ficción en esta sección de Divulgamat. Lo siento. Ahora no voy a tener otro remedio que contarles algo de ese relato... A la busca del relato perdido En estos días, google o cualquier otro buscador en la red es una potente herramienta para encontrar según qué cosas. Incluso se encuentran páginas como Mathematical Fiction que mantiene Alex Kasman del College of Charleston y quién, como después he sabido, escribe también interesantes artículos sobre "Mathematics in Science Fiction". Pues bien, ninguno de los relatos de la larga lista reunida por Kasman parece corresponderse con el de mi recuerdo, y eso que en su lista están todos los clásicos de la topología ficción y algunos más de los que, evidentemente, hablaremos en posteriores entregas. No he tenido otro remedio que acudir a ese ingente amontonamiento de libros que ocupa gran parte de mi casa y que podría denominar: "mi biblioteca", y hojear uno por uno diversos ejemplares de los volúmenes y antologías que mi padre compraba en los años cincuenta y que, debo reconocerlo, le he ido "tomando en préstamo" a lo largo de los años sin devolverlos... Al final encontré el relato o, cuando menos, la ilustración de la que les hablaba. Para mi desgracia, el relato, aún cuando hace intervenir las botellas de Klein (el dibujo es en este sentido explícito), no tiene nada que ver con la topología ficción y se trata de una utilización espúrea de la topología que puede servir para ilustrar el gran uso (y el mucho abuso) de esa temática en los años cuarenta y cincuenta en la ciencia ficción estadounidense. Les prometo hablar en serio de todo ello el próximo mes, pero déjenme ahora centrarme en ese relato. Más Allá de la ciencia y la fantasía fue una excepcional revista argentina que inició su aventura en 1953 para durar 48 números, cuatro maravillosos años que fueron eso que suele decirse "seminales" en la historia de la ciencia ficción publicada en castellano. A España llegaba casi en cuentagotas importada por diversos agentes comerciales y los aficionados como mi padre podían comprarla al desorbitado precio de 15 pesetas de las de los años cincuenta. La revista incluía diversas novelas cortas y relatos traducidos del inglés, pero también algunos originales de autores argentinos, una sección de divulgación científica, cartas de los lectores, noticias curiosas del mundo de la ciencia y un curioso y estimulante test ("espaciotest") más bien de divulgación científica. Una verdadera gozada. En el número 20 de Más Allá, el correspondiente a enero de 1955, en las páginas 95 a 102, se publicaba un relato de un tal Harry Walton, titulado en la revista como Terror espacial, e ilustrado por Paul Cooper. Ésa era la ilustración con las dos botellas de Klein que yo recordaba. Déjenme hacer ahora un inciso. Yo he nacido en noviembre de 1948, o sea que en 1955 no tenía ni siquiera siete años. Por eso me inclino a pensar que debí leer esa revista y ese relato algunos años más tarde, aunque, imagino, siempre antes de los diez años. Tengan en cuenta que, en esos tiempos, no teníamos televisión ni Internet ni juegos de ordenador o sea que, mayormente, los niños jugábamos a pelota o a lo que fuera y leíamos tebeos o lo que cayera en nuestras manos. Pueden imaginarse la sorpresa del niño que yo era ante ese extraño artefacto que el relato identificaba con el misterioso nombre de "botella de Klein". Para mi ilustración, en una clásica aplicación de eso que el doctor Miguel Masriera llamaba "enseñar deleitando", el mismo relato incluía una explicación bastante autorizada. Copio literalmente de la traducción de Más Allá: «Prell buscó entre los libros hasta encontrar el que precisaba. Era la obra de George Gamov: "Uno, dos, tres... infinito". Y, en efecto, en la página 62 aparecía una botella de Klein. La descripción decía: "Vasija tridimensional con un extremo saliente que se incurva y proyecta hacia el interior de la misma, para configurar una sola superficie, interna y externa a la vez. Es una fantasía geométrica que sugiere, por analogía, la existencia de cosas más extrañas en otras dimensiones y en otros mundos"». No me atrevo a imaginar ahora lo que le sucedió a mi pobre cerebro de infante enfrentado a la idea de "una sola superficie, interna y externa a la vez", pero me temo que no debió ser nada bueno. Siempre he dicho que esto de leer ciencia ficción a edades tan tiernas no debe ser bueno para la mente... En cualquier caso, ése era el relato y ésa la ilustración. Y la pregunta podría ser: ¿y quién es Harry Walton? La respuesta es breve ya que sólo he localizado cuatro relatos de ese autor, ninguno con el título publicado en Más Allá. Se trata claramente de un autor menor del que sólo se conocen tres relatos publicados en la revista Astounding entre 1939 y 1947 y un cuarto, titulado Intelligence Test aparecido en la revista Science Fiction Plus, en mayo de 1953. Science Fiction Plus fue una de las muchas revistas que publicó Hugo Gernsback el luxemburgués emigrado a los E.E.U.U. que acabó bautizando al género con su actual nombre: "ciencia ficción". Esa revista en particular, Science Fiction Plus, sólo llegó a publicar 8 números entre noviembre de 1952 y diciembre de 1953. Aunque los títulos del relato de Walton sean distintos en su original inglés y en el aparecido en Más Allá, han de ser el mismo relato. Y más teniendo en cuenta que Paul Cooper era uno de los ilustradores fijos en Science Fiction Plus. Como curiosidad añadida, les diré que, normalmente, Más Allá usaba nuevas ilustraciones hechas por artistas argentinos para los relatos que publicaba. Pero parece ser que esas botellas de Klein debieron parecer excesivamente "extrañas" y, simplemente, se usó la ilustración original de Cooper. El relato viene a justificar la extrañeza de las "botellas de Klein". El protagonista, Horacio Prell, director de la imaginaria revista Scientific News Monthly, recibe por correo dos de esas botellas junto con instrucciones para colgarlas, situarse en medio de ellas y golpearlas. Cuando lo hace con las primeras botellas recibidas, una miniaturas, observa un extraño fenómeno acústico analizado también en un osciloscopio (en esos tiempos, cualquier protagonista de relatos de ciencia ficción que se preciara tenía un osciloscopio en casa...). Más tarde, intrigado, recibe las dos botellas "tamaño natural" (como las de la ilustración de Paul Cooper). Cuando experimenta con ellas empieza a desvanecerse, justo en el mismo momento en que su esposa le cuenta el final de un sueño que viene atormentándola desde hace unas noches y en el que un alienígena de otra dimensión plantea "robar" el cuerpo de alguien de la Tierra con unos extraños objetos que son, precisamente, esas "botellas de Klein". En definitiva, salvo la explicación extraída del libro de George Gamov, nada de nada. Sólo un uso más bien aterrador de un objeto en apariencia extraño como podría ser una "botella de Klein". Por eso no encontraba esa referencia en la Mathematical Fiction de Alex Kasman. Ni en ningún otro lugar medianamente serio excepto en mi memoria tal vez marcada por una ilustración que asustó a un niño que, por entonces, no sabía nada de botellas de Klein ni cintas de Moebius. Para finalizar les diré que, en mi búsqueda en la red de referencias a las botellas de Klein he encontrado una página web (http://www.kleinbottle.com/) en donde una empresa, Acme Klein Bottle, vende botellas de Klein o, mejor, lo que ellos mismo reconocen que se trata de la proyección tridimensional de una botella de Klein 4-D. La idea parece proceder de Clifford Stoll quien, por cierto, ha proporcionado material para varios de mis cursos gracias a su primer libro, EL HUEVO DEL CUCO, en donde se habla de uno de los primeros casos de hacking. En cualquier caso, sepan que pueden conseguir "la inmersión en tres dimensiones de una botella de Klein 4-D" por un precio módico. Si no fuera por el miedo de que se rompa en el traslado yo mismo habría pedido una... Pero de todo ello, botellas de Klein, cintas de Moebius y, tal vez, incluso de universos de Alicia, seguiremos hablando el próximo mes... Para leer: Ficción - "Terror Espacial". Harry Walton. Revista Más Allá, número 20, enero 1955. Buenos Aires. (Y como "Intelligence Test" en revista Science Fiction Plus, mayo 1953. Nueva York)
Lunes, 01 de Mayo de 2006 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Ocurrió hace ahora treinta y cinco años. Casi sin comerlo ni beberlo, George Lucas se encontró con un fabuloso éxito con su Star Wars, estrenada precisamente el 25 de mayo de 1977. Fue el primer gran éxito popular del cine de ciencia ficción. Hay que decir que, antes de eso, George Lucas había prácticamente fracasado en su primera película. En 1971 (a sus 27 años), estrenaba su THX 1138, una pretenciosa y casi incomprensible película de ciencia ficción distópica que supuso su estreno como director con un mal resultado. Afortunadamente, pudo recuperar la confianza de los estudios con esa American Grafitti, de 1973, donde Han Solo (perdón, quise decir Harrison Ford) aparecía por primera vez bajo las órdenes de Lucas. Luego, Lucas rebajó sus pretensiones con la ciencia ficción y se lanzó a la más popular aventura de space opera que se hubiera filmado nunca hasta 1977. Parece que quería filmar los cómics de Flash Gordon y no obtuvo los derechos, por eso probó con una space opera inventada, aunque sumamente clásica en su planteamiento. Fue eso de cambiar el revolver por la pistola de rayos láser, las llanuras del oeste por las profundidades del espacio y el caballo substituido por las naves espaciales. Aventuras sin cuento en ambiente tecnológico futurista. Y fue un gran éxito. Esa Star Wars exigió enseguida una primera trilogía. 1968: Ciencia ficción "seria" con Kubrick Posiblemente, Lucas había intentado con su THX 1138 nada más y nada menos que seguir la huella de una de las grandes sorpresas en el cine de ciencia ficción como había sido 2001, una odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick. Hay que recordar que la ciencia ficción en el cine, durante los años cincuenta y sesenta, tenía la consideración de "serie B" (cuando no, seamos sinceros, de una verdadera "serie Z" del todo ridícula). Sirva como ejemplo esa "cosa" llamada Plan 9 From Outer Space (1959) de Ed Wood al que Tim Burton dedicó un curioso "biopic" en Ed Wood (1994). Por si alguien no ha visto ninguna de esas dos películas, la historia de Plan 9 From Outer Space es caótica, con efectos especiales de lo más cutre y en ella se usaron escenas de otros rodajes fallidos y con temática completamente distinta. Como ejemplo citaré la "intervención" del actor Bela Lugosi (el intérprete del Drácula clásico, fallecido en 1956), gracias, por ejemplo, a escenas del rodaje fallido de Tombe of Vampire. Para completar este metraje ya filmado, a Wood no se le ocurrió otra cosa que sustituir a Lugosi por su quiropracticante personal, Tom Mason, con el problema añadido de que éste era bastante más alto que Lugosi y tuvo que estar toda la filmación "encogido" y con la cabeza gacha... Aunque Plan 9 From Outer Space tiene el curioso honor de ser considerada "la peor película de ciencia ficción jamás filmada", lo cierto es que no deja de ser un buen representante de la falta de cuidado con que se hacía el cine de ciencia ficción (un cine de "monstruos", básicamente) en los años cincuenta y sesenta. Hay brillantes excepciones como The Day the Earth Stood Still (Ultimátum a la Tierra, de Robert Wise en 1951) o Forbidden Planet (Planeta prohibido, de Fred M. Wilcox, en 1956), pero lo cierto es que el cine de ciencia ficción era entonces de muy baja calidad y resultaba ridículo con esos monstruos extraterrestres de cartón-piedra de pacotilla, esas mujeres asustadas y esos héroes más o menos científicos que lucían un monumental desconocimiento de la ciencia. Sorprendentemente, en 1968, Stanley Kubrick, con 2001, una odisea del espacio, demostró que con la ciencia ficción como temática también podía hacerse cine inteligente, bien hecho y sugiriendo muchos interrogantes al espectador. Pero Kubrick era mucho Kubrick y pocos le discutían su capacidad cinematográfica. Si he de decir la verdad, entonces resultó incluso patético el desconcierto de esos "habituales sospechosos", los críticos de cine, quienes, lógicamente, no entendían la película pero no se atrevían a hundirla por aquello de que, como he dicho, Kubrick era mucho Kubrick. O sea que, a finales de los sesenta, Kubrick hizo evidente que la ciencia ficción podía resultar interesante y sugerente intelectualmente. Incluso en el cine. 1977: Ciencia ficción divertida y popular con Lucas Pero aunque Kubrick había "dignificado" la temática de ciencia ficción, lo cierto es que, el final abierto de 2001, una odisea del espacio había dejado un estela de posible incomprensión. La ciencia ficción podía tratar temas de hondura intelectual, sí, pero no era divertida ni popular. Todo lo más podía resultar espectacular si los efectos especiales se hacían bien como logró Kubrick. Por eso es importante que Lucas, después de intentar seguir la estela de Kubrick con su THX 1138, se orientara, tal vez acuciado por la necesidad, hacia un enfoque popular y entretenido. Y eso hizo que Star Wars fuera la primera gran película popular, divertida y sumamente taquillera del cine de aventuras de ciencia ficción. No es poca cosa. Hoy en día, ambas películas resultan ser hitos claros en la historia de la ciencia ficción y si 2001, una odisea del espacio dignificó la temática, lo cierto es que Star Wars la hizo popularísima. ¡Gracias Lucas! La guerra de las galaxias: un atentado a la ciencia Pero, ¡ay!, la dicha nunca es completa... En Star Wars el malo de verdad es ese oscuro Darth Vader al final redimido, pero su maldad parece ser escasa comparada con la del traductor del título al español. Por su ignorancia (debía pensar que las únicas estrellas posibles eran las estrellas cinematográficas de Hollywood), se le ocurrió nada más y nada menos que una "guerra de estrellas" se entendería como un enfrentamiento entre actrices y actores de cine. Por ello sugirió eso de "La guerra de las galaxias" que, sí, suena más a ciencia ficción, pero convierte los desplazamientos, ahora entre galaxias, en algo mucho más difícil y dilatado en el tiempo. La primera en la frente. Y, todo hay que decirlo, Lucas no usó buenos asesores científicos como hiciera Kubrick. Por eso vemos en esa imposible La Guerra de las Galaxias nada más y nada menos que naves quemándose y explotando con gran estruendo en el espacio (donde no hay oxígeno para quemar nada, ni aire para transmitir el sonido). Y además, cuando los láseres eran novedad, Lucas logró que todo el mundo pensara en los rayos láser como líneas discontinuas de colorines que se movían y hacían "tziu-tziu" y otros disparates parecidos. Durante varios años, hasta la llegada ahora de los llamados "planes Bolonia", en la Universidad Politécnica de Cataluña, los profesores Jordi José y Manuel Moreno, profesores del departamento de Física e Ingeniería Nuclear, han impartido con gran éxito una asignatura llamada "Física y ciencia ficción". Formaba parte de esas asignaturas de campus o de libre elección, ofrecida en este caso por la Facultad de Informática de Barcelona de la UPC. En esa asignatura, se solía usar, en el examen final, un trozo de menos de dos minutos de duración de, creo, El retorno del Jedi (cuando el Halcón Milenario escapa de los cazas del imperio, "cae" en una especie de acumulación de asteroides y al final se refugia en uno de ellos que resultará ser la boca de un gran depredador del espacio). La pregunta asociada a la visión de esos menos de dos minutos era, simplemente, detectar los DIEZ errores científicos que hay en ese trozo, repito, de menos de 2 minutos de duración. Ahora sabemos que no hay diez errores, sino catorce, ya que nuestros estudiantes han resultado ser incluso más observadores que nosotros y nos han desvelado errores en los que no habíamos caído. El mensaje final Por otra parte, hay ejemplos sorprendentes como el que depara el final de la primera película, hoy llamada La guerra de las galaxias: una nueva esperanza (la de 1977) y que ahora pretende ser la cuarta de la serie... Ocurre justo al final de esa película, cuando el protagonista, Luke Skywalker, debe realizar la más compleja operación de pilotaje y bombardeo para acabar con el poderoso satélite de guerra del enemigo, la llamada "Estrella de la Muerte". Sorprendentemente en un film concebido para adolescentes a finales de los años setenta, el mensaje que se transmite al final, en el clímax de la película, es el de la negación de la tecnociencia y el abandono a los viejos poderes de la magia. Luke, oye la voz como de ultratumba de Obi-Wan Kenobi diciéndole eso de "Usa la fuerza, Luke". Y así lo hace: desconecta el ordenador de a bordo (R2D2 es ese ordenador), y se abandona a la fuerza, es decir a la magia, a la intuición "mágica" para encontrar ese único punto posible en el que arrojar con éxito la bomba. Debo la observación al escritor estadounidense de ciencia ficción Orson Scott Card, quien se sorprendía de la osadía de guionistas y directores transmitiendo un mensaje insólito para el siglo de la tecnociencia: cuando necesites hacer algo realmente difícil, no te ayudes de la tecnociencia a tu alcance, abandónate en manos de la magia (la "fuerza" en esa serie de películas) para resolver el problema a la vieja usanza. Suelo usar, con adolescentes y jóvenes, la imagen paralela de lo que ellos saben sería un insólito comportamiento si sus profesores les piden obtener la raíz cuadrada de cualquier número suficientemente elevado: abandonar la calculadora electrónica que tienen a su alcance y confiar en la "fuerza" (la magia) para soltar, "inventando" de memoria, cualquier cifra que les venga a la mente, en la confianza de que ésa pueda ser la solución inspirada de manera mágica. Mal ejemplo, en este caso el del cine que, pese a todo, sigue siendo una maravilla en cuanto a herramienta de comunicación y debería, mucho más a menudo de lo que intenta, aunar sus esfuerzos con los del conocimiento tecnocientífico para llevarnos a todos hacia un futuro mejor. Una película convertida en trilogía El lector observador habrá notado que he usado una imagen que sólo hace referencia a la primera trilogía, la formada por La guerra de las galaxias, El imperio contraataca (1980) y El retorno del Jedi (1983). Luego, esas tres primeras películas se han convertido en lo que Lucas llama los episodios cuarto, quinto y sexto de una serie más larga. Una serie que en sus últimas películas ha acabado olvidando el interés por los personajes y cayendo en manos de los espectaculares efectos especiales como tantas películas de ciencia ficción "sin alma" que nos ofrece Hollywood. En el mundillo de la ciencia ficción corre el rumor de que, cuando la productora le pidió a George Lucas una continuación, el director (al que siempre se ha considerado como escaso de inventiva en sus argumentos) acudió nada más y nada menos que a Leigh Brackett. Brackett, además de autora de ciencia ficción y guionista de Hollywood (El sueño eterno o Río Bravo, ambas de Howard Hawks, son ejemplos de sus buenos guiones), fue también la esposa de Edmond Hamilton, uno de los maestros indiscutibles de la space opera. Era la persona adecuada a la que acudir. Parece que, una vez visionada la película, Brackett, constatando que la historia estaba terminada y bien cerrada, hizo más o menos en broma un comentario como "A menos que hagas que el malo sea el padre del bueno, no sé como puedes continuarla...". Y así se hizo. Y de ahí la saga y el aprovechamiento de ese malo tan malo que es Darth Vader. Y, para terminar, una última revelación. Como es lógico suponer, tras el éxito cinematográfico aparecieron las novelizaciones de las películas. Las de El imperio contraataca y El retorno del Jedi están firmadas respectivamente por Donald F. Glut y James Kahn citando a los guionistas como referencia. Pero la primera, con el título La guerra de las galaxias (no se publicó ni siquiera con el subtítulo "Una nueva esperanza"...), aparece firmada por el mismísimo George Lucas pero la escribió Alan Dean Foster, un conocido autor de ciencia ficción, que fue, por ejemplo, el autor de la historia original a partir de la que se hizo el guión de la primera película de Star Trek, otra gran saga espacial. Incluso en la Wikipedia se dice textualmente: "It has long been known that Foster wrote the original novel of Star Wars which had been credited solely to George Lucas. Lucas brought to Foster the original screenplay, after which Foster fleshed out the backstory of time, place, planets, races, history and technology in such detail that it became canonical for all subsequent Star Wars novels" (Desde hace tiempo se sabe que Foster escribió la novela original de Star Wars que se había acreditado únicamente a George Lucas. Lucas proporcionó a Foster el guión original, del que éste concretó el trasfondo de tiempo, lugar, los planetas, razas, historia y tecnología con tal detalle que se convirtió en la imagen canónica para todas las novelas posteriores de Star Wars). El mismo Alan Dean Foster me había confirmado el hecho cuando, en 1994, le invité a Barcelona como conferenciante en la entrega del Premio UPC de ciencia ficción. Bastante antes de la Wikipedia, por cierto... En cualquier caso, gracias a George Lucas, Star Wars (me resisto a llamarla "La Guerra de las Galaxias") fue el primer gran éxito popular de la ciencia ficción cinematográfica: aventura, diversión, efectos especiales decentes aunque lo cierto es que la ciencia no sale en ella muy bien parada. No todo es posible... Y menos en Hollywood.   Para ver: - La guerra de las galaxias (1977), director: George Lucas - El imperio contraataca (1980), director: Irving Kershner - El retorno del Jedi (1983), director: Richard Marquand - La amenaza fantasma (1999), director: George Lucas - El ataque de los clones (2002), director: George Lucas - La venganza de los Sith (2005), director: George Lucas
Jueves, 14 de Junio de 2012 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Hace ya años que se inventaron los juegos de simulación estratégica. Sí, hablo de esos que han permitido reconstruir batallas como las de Waterloo o Gettysburg (por cierto, en este último caso suele ganar casi siempre el sur...). También se crearon juegos que reconstruyen el proceso de crear civilizaciones como el clásico Civilization o algunos más recientes como Rise of Empires. Creo que se puede decir que en la última década se ha incrementado el diseño, uso y afición popular por ese tipo de juegos de estrategia y, en general, el interés por los llamados "juegos de tablero", sobre todo en centroeuropa (Alemania, tal vez por el clima, parece ir a la cabeza de este nuevo mercado y/o afición) y los Estados Unidos de América del norte.. Hoy, los "juegos de tablero" (boardgames) son una afición en alza. A mi me sorprende ver incluso jóvenes que han sido alumnos míos en la Facultad de Informática de Barcelona de la UPC y que, tras la inevitable dedicación a los juegos informatizados, acaban, al crecer y madurar, entrando en el mundo de los juegos de tablero donde la interacción social es un elemento esencial. El mundillo de los "juegos de tablero" Hace algunos años les vengo hablando de la feria jugarXjugar de Granollers ("Juegos matemáticos" en mayo de 2009, "Más sobre matemáticas y juegos: el reparto del botín", en julio 2010), e incluso de juegos que reproducen el proceso de inducción/deducción de la ciencia como se comentaba en "Eleusis: el juego de la ciencia" en junio de 2009. Hay, en el mundillo de los juegos de tablero, otras ferias famosas, como la de Essen en Alemania e incluso concursos de diseño de juegos parecidos al de Granollers del que ya les he hablado. Hay también páginas web de aficionados que reúnen una cantidad casi indigerible de información e intercambios entre aficionados como la famosísima BGG (Boardgame geek, en http://boardgamegeek.com/) o la local BSK (en http://www.labsk.net/, con un nombre curiosamente derivado de la inicialmente llamada "Sociedad Británica para el Conocimiento...). Y muchas otras. Tengo para mí que el adulto que no sabe mantener vivo el espíritu lúdico pierde algo de su humanidad básica. De niños jugamos para aprender a vivir en el mundo y para relacionarnos con otros y esa actividad, creo yo, puede llegar a ser productiva y útil toda la vida. Lo más curioso es que algunos de los creadores de esos juegos tienen una amplia formación académica y universitaria como, por ejemplo, el famoso Reinier Knizia (nacido en 1957), doctor en matemáticas por la Universidad de Ulm (Alemania). Tras trabajar como analista financiero y crear algunos juegos hoy famosos, decidió, en 1997, dedicarse a trabajar como diseñador de juegos a tiempo completo. Hoy es autor de centenares (¡y no exagero!) de esos juegos de tablero, algunos abstractos, otros con inteligentes sistemas de subasta e incluso con algunos que reproducen viejas historias sacadas de libros de aventuras: desde Tigris & Euphrates, Ra, Samurai, Modern Art y muchos otros hasta llegar a juegos sobre "El señor de los anillos" o "El hobbit". Encontrarán la lista completa en la página de la BGG dedicada a este autor: http://boardgamegeek.com/boardgamedesigner/2/reiner-knizia Curiosa evolución para un matemático que, al menos en mi caso, no puedo dejar de envidiar un poquito... Las "locuras" de Phil Eklund Pero hoy quería hablarles sobre todo de otro de esos creadores de juegos que, por su formación, me resulta incluso más cercano que Knizia. Conviene decir que, en el seno de este mundillo de los juegos de tablero, hay una editorial estadounidense de juegos (Sierra Madre Games) que se anuncia nada más y nada menos que como creadora de juegos de simulación histórica y, lo más importante, también "científica". El creador de esa compañía es Phil Eklund poseedor de un BSME (Bachelor of Science in Mechanical Engineering), obtenido en 1978, en la Universidad de Arizona quien, al terminar sus estudios, empezó a trabajar, desde 1979, como ingeniero aerospacial en la empresa Raytheon Missile Systems que antes había sido conocida como Hughes Missile Systems Company de la Hughes Aircraft. Debo aquí recordarles, con toda mi falsa modestia..., que soy ingeniero aeronáutico, formado en la Escuela Superior de Ingenieros Aeronáuticos de Madrid y que, posteriormente, cursé Ingeniería Espacial en la Universidad de Roma. Aunque me haya dedicado profesionalmente a la informática, mi formación inicial es parecida a la Eklund y, tal vez, por eso, junto a mi sana envidia por Reinier Knizia, también siento una sensación parecida respecto a Phil Eklund... Pues bien Eklund parece haber decidido ahora emular a Knizia y dejar su trabajo de más de treinta años como ingeniero aerospacial para irse a vivir a Karlsruhe en Alemania como diseñador de juegos de estrategia. Y le ha de ir bien, seguro. Eklund es autor de una serie de juegos de simulación estratégica basados en la ciencia y sumamente interesantes. Algunos de los aficionados a los juegos de tablero (los llamados "jugones") pueden llegar a considerar que tal vez esos juegos diseñados por Eklund pecan de exceso de voluntad de ser serios y verosímiles en su uso de la ciencia y, sobre todo, de sacrificar la "jugabilidad" y la sencillez del juego a la verosimilitud de la simulación científica. Pero hay otras ventajas y a algunos (como yo...) ese intento de veorismilitud científica en un juego es algo siempre encomiable. Eklund ha creado juegos sobre la evolución biológica (American Megafauna y Bios Megafauna), otros de desarrollo de civilizaciones (Origins) y una maravilla que es pieza única: High Frontier, sobre el viaje espacial del que quiero hablarles hoy con mayor detalle. Los lectores interesados pueden encontrar más información en la web de la editora (http://www.sierramadregames.com/) o en la de los aficionados a los juegos de tablero (http://boardgamegeek.com/). La gran frontera del espacio High Frontier, un viejo sueño, ha sido diseñado por Phil Eklund durante treinta años y apareció por fin en 2010. En pocas semanas se acabaron las existencias y hoy se ofrece incluso un "High Frontier first reprint with errata" (sic), una posibilidad de expansión (con un mapa del sistema solar algo mayor) y, separadamente, un descomunal mapa o póster que permite viajar incluso a Alpha Centauri... Eso, claro, si se dispone del combustible adecuado y los propulsores necesarios. El manual de instrucciones, de 24 páginas con letra muy pequeñita, es casi un libro de texto sobre ingeniería aerospacial y, además de las reglas del juego, ilustra sobre muchos, muchísimos aspectos del viaje por el espacio: propulsores, masa, combustible, trayectorias, etc. Pero no es sólo eso, también ilustra sobre la ciencia y la tecnología del espacio: termodinámica, puntos de Lagrange, cometas, asteroides, órbitas Hohmann de transferencia, nanofactorías y un largo etcétera que llega incluso a aspectos casi recónditos de la tecnociencia aerospacial como propulsores de efecto Hall, reactores Lyman de trampa para partículas alpha, generadores para-lentes O'Meara LSP y otras cosas de tipo parecido. Una verdadera pasada y, al mismo tiempo, una maravillosa gozada... High Frontier es un juego, pero para los interesados en el viaje espacial (como es mi caso) se trata incluso de una especie de reencuentro con el tema de su interés de una manera divertida y, al mismo tiempo didáctica. Eklund ha resuelto muy bien la simplificación necesaria para poder hacer un juego del viaje espacial, manteniendo la verosimilitud temática. Una hazaña al alcance de muy pocos. O sea que si disponen de una mesa grande (mejor muy, muy grande si van a usar el póster...), dos o tres amigos interesados por el viaje espacial ávidos de nuevas experiencias y con mucho tiempo disponible, High Frontier puede ser una experiencia inolvidable. Y también casi interminable. Quien avisa no es traidor. (Un juego de High Frontier acaba durando más de tres o cuatro horas... pero vale la pena. Se lo puedo asegurar).   Para jugar: - HIGH FRONTIER, Phil Eklund. Sierra Madre Games. 2010. Para consultar: - Web de la BGG: http://boardgamegeek.com/
Martes, 08 de Noviembre de 2011 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
En realidad los personajes de ficción, como este Charly del título, nunca mueren. Quien ha fallecido, el 10 de septiembre de 1911, a los 86 años de edad, es el actor Cliff Robertson que le dio vida en la pantalla cinematográfica, consiguiendo un Oscar por ello. Charly, en realidad Charlie Gordon, es el personaje central en una de las mejores novelas de todos los tiempos, en la ciencia ficción y en la literatura. Y no exagero. Cuando la historia, Flores para Algernon apareció en forma de relato corto en abril de 1959 en The Magazine of Fantasy & Science Fiction ganó ya el Premio Hugo de ese año y, cuando la versión desarrollada hasta la extensión de novela apareció en 1966, se alzó con el otro premio mayor de la ciencia ficción mundial, el Premio Nebula. Y, estoy seguro, es también una obra destacadísima en el contexto de la literatura general al que indudablemente pertenece. Una novela que es uno de los mejores ejemplos de eso que los anglosajones denominan un "must". Luego, como era de esperar, fue adaptada al cine, en 1968, con dirección de Ralph Nelson e interpretación, entre otros, del ahora fallecido Cliff Robertson acompañado de Claire Boom. Y eso sin mencionar las muchas adaptaciones televisivas, la primera ya en 1961, a partir del relato original y también con interpretación de Cliff Robertson, a la que seguirían muchas otras en distintos países como Francia, Japón, Estados Unidos y otros. También ha habido versiones para el teatro (hablado y, también como musical...), adaptaciones para la radio e incluso espectáculos de danza. Ahí es nada... Flores para Algernon es una novela que trata sobre la inteligencia. Aunque también trata del ser humano, de sus esperanzas y desengaños, de sus errores y aciertos y, básicamente, del posible conflicto que se da en el ser humano, en su búsqueda de la felicidad, entre inteligencia y emociones. Y sigo sin exagerar... La muerte de Cliff Robertson me ha hecho recordar esta novela que viene a ser la obra más importante de Daniel Keyes, un escritor famoso por tan solo esta narración, aunque escribiera alguna más, aunque pocas. Daniel Keyes nació en Brooklyn, en 1927, estuvo en la marina estadounidense y obtuvo un Bachelor in Arts en psicología y un master en inglés y literatura americana. Fue editor de la revista Marvel Science Fiction y trabajó también en la sección de cómics que acabaría siendo el embrión de la futura Marvel Comics, donde trabajó bajo la dirección de Stan Lee escribiendo guiones con los pseudónimos Kris Daniels, A.D. Locke y Dominic Georg. Flores para Algernon fue su mayor y único gran éxito. Narra la historia de Charlie Gordon, un retrasado mental (como se decía entonces, hace ahora más de cincuenta años...) con un cociente de inteligencia de 68 que trabaja en una panadería en ocupaciones banales. Como desea mejorar, asiste a cursos de lectura y escritura en un centro para adultos retrasados donde Alice Kinian es su instructora. Casi por casualidad, a Charlie le ofrecen ser el conejillo de indias de una nueva técnica quirúrgica que debería servir para mejorar su nivel de inteligencia. La nueva técnica había sido probada previamente en un ratón llamado Algernon con gran éxito. Con el estímulo que le proporciona Alice, Charlie acepta ser sometido a ese nuevo tipo de intervención quirúrgica. La operación tiene éxito y, sólo tres meses después, el cociente de inteligencia de Charly ha alcanzado el impresionante valor de 185. Recordemos, por si hiciera falta, que, por su misma definición y tratándose de una distribución normal, 100 sería el CI medio de la humanidad y siendo su desviación estándar del orden de 15, un CI de 145 o superior vendría a estar sólo al alcance de un 0,2% de la población. Un CI de 185 corresponde claramente al dominio de los genios, los verdaderos genios... El aumento de inteligencia de Charly lleva a los cambios inevitables y, al mismo tiempo que aprende muchas más cosas y comprende mucho mejor el mundo que le rodea, la simplicidad de sus anteriores relaciones con otros seres humanos desaparece. Surgen el rencor, el desprecio y casi la venganza respecto a sus anteriores conocidos que, por ejemplo, le hacían sujeto de pesadas bromas abusando de su escasa inteligencia. Ahora, el nuevo Charlie es incluso temido por su nuevo poder intelectual. Charly persigue una relación con Alice que no tiene éxito por su falta de madurez emocional y acabará dándose a la bebida, pero siempre sin dejar de colaborar son los investigadores que le proporcionaron la fantástica intervención quirúrgica. Y ahí empieza el dramatismo intelectual de esta poderosa historia. Poco a poco se observa que la intervención realizada no es perdurable y el ratón Algernon va perdiendo la inteligencia que antes alcanzara, vuelve a su anterior estado intelectual y al final muere. Charly intenta luchar contra esa circunstancia pero, poco a poco, se va dando cuenta de su impotencia y, en realidad, le vemos aterrorizado ante la perspectiva de perder la inteligencia que le había hecho comprender el mundo, y se ve a sí mismo encaminándose hacia una muerte como retrasado mental lo que, según muestra la peripecia vital de Algernon, va a ser su destino final. Al final, decide internarse en una institución estatal para retrasados (como quería hacer con él su madre cuando Charly era un muchacho, pese a la oposición entonces de su padre). Y todo ello servido de una manera maravillosa, en forma de cartas escritas por el mismo Charlie Gordon que pasa, evidentemente, de escribir primero con faltas de ortografía y defectos de sintaxis a hacerlo con soltura, capacidad y brillantez expositiva para, al final, recaer de nuevo en su condición inicial. En un Post Scriptum final a sus escritos, Charly pide que alguien lleve flores a la tumba de Algernon... Isaac Asimov, el conocido divulgador científico y autor de ciencia ficción conocido como el Buen Doctor, fue el encargado de entregar a Daniel Keyes el Premio Hugo en la convención de Pittsburg de 1960. No me resisto a transcribir aquí una parte de la presentación que el propio Asimov hace del relato de Keyes en el volumen Lo mejor de los Premios Hugo 1955-1961: «Se trataba de una historia que me había golpeado con tal fuerza que, verdaderamente, me sentía inundado de admiración mientras iba leyendo. Tan inundado de admiración estaba por la delicadeza de sus sentimientos, por la seguridad con que tañía las cuerdas de mi corazón, por la habilidad con que realizaba el destacable tour de force que precisaba su método de contar la historia, que me olvidé por completo de odiarle (Asimov bromea aquí con su posible envidia respecto de Keyes y su relato, ya que Asimov, en tono siempre de broma, cultivó muchas veces la imagen de autosuficiencia, de ser el mejor en la ciencia ficción e incluso insuperable...). »Por tanto, cuando en Pittsburg anuncié el Hugo para ese relato, una repentina oleada de calor entró en mi tono, con lo cual seguramente mostré, si se hacía la comparación, que la alegría con la que había entregado los otros Hugo era ficticia. »Mis aladas palabras atravesaron apasionadamente el aire mientras realizaba un súbito elogio de las muchas excelencias de Daniel Keyes. »-- ¿Cómo lo hizo? --pregunté a las musas--. ¿Cómo lo hizo? »Y miré a un nivel de dos metros y medio del suelo para hallar el rostro de ese gigante que no había visto hasta entonces. »Una mano tiró de mi manga y bajé la vista hasta la ordinaria estatura humana. Y, de la redonda y amable faz de Daniel Keyes, surgieron las palabras inmortales: »-- Oye, cuándo averigües cómo lo hice, dímelo, ¿quieres? Me gustaría volver a repetirlo.» Ahora, la muerte de Cliff Robertson me ha recordado esa novela imprescindible. Debo decir que la película es buena y la interpretación magistral de Robertson merecedora de ese Oscar que ganó, pero yo pertenezco a la Galaxia Gutenberg y el primer y mayor impacto me lo proporcionó la novela: una experiencia que nunca olvidaré. La vida nos suele enseñar que la inteligencia no parece ser el mejor medio para alcanzar la felicidad y, a veces, la simpleza del primer Charlie Gordon, su incapacidad para entender ni siquiera las burlas de sus amigos, le mantienen a salvo de la decepción y la desesperación. Decepción y desesperación que alcanzan al Charlie inteligente que, además, descubre demasiado pronto que, pese a todo, lo le ha proporcionado esa inteligencia es caduco y va a desaparecer. Uno de los mayores problemas del ser humano. Por eso les digo que esta novela es una de las mejores de la ciencia ficción de todos los tiempos y que debería ser considerada así incluso fuera del reducido ámbito de la ciencia ficción. En mi caso, se trató de una lectura inolvidable de la que, me temo, aprendí muchas más cosas de las que quisiera haber comprendido en esos tiempos de mi juventud. Aunque debo decirlo, algunas de esas cosas ya me las había contado mi padre cuando yo tenía trece años y, como era de esperar, no le creí hasta muchos años después... Si pueden, no dejen de leerla. Y si necesitan una ciencia que avale esa lectura de presunta "ciencia ficción", piensen en la psicología y, sobre todo, en los efectos y consecuencias de la inteligencia humana y su difícil relación con los sentimientos y emociones.   Para leer: - Flores para Algernon (1966), Daniel Keyes, Barcelona, Ediciones Acervo, Ciencia Ficción y Fantasía, núm. 1, 1977 - Flores para Algernon (1959, novela corta), Daniel Keyes, Barcelona, Martínez Roca, en el volumen "Lo mejor de los Premios Hugo 1955-1961", 1986. Para ver: - Charly (1968), dirigida por Ralph Nelson, e interpretada por Cliff Robertson y Claire Boom. Metro Goldwyn Meyer, E.E.U.U.
Viernes, 23 de Septiembre de 2011 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Hace ahora tres años, Nicholas Carr sorprendía con un artículo inesperado: "Is Google Making Us Stupid?" (¿Nos hace estúpidos Google?). Apareció en julio de 2008 en la revista The Atlantic Monthly. La tesis principal venía a decir que la manera cómo encontramos información en la red viene a configurar nuestra propia manera de pensar. Y no precisamente en positivo según la opinión del autor. En palabras del mismo Carr: "Como el teórico de las comunicaciones Marshall McLuhan ya señaló en la década de 1960, los medios de comunicación no son sólo canales pasivos de información. Proporcionan la materia del pensamiento, pero también dan forma a ese proceso de pensamiento. Y lo que la Red parece estar logrando es hacer astillas mi capacidad de concentración y contemplación. Mi mente espera ahora tener la información en la forma en que la Red la distribuye: como una rápida corriente de partículas en movimiento. Tiempos atrás, yo era un submarinista que navegaba en el seno del mar de las palabras. Ahora me deslizo a lo largo de la superficie como en una moto acuática". En ese artículo, Carr se mostraba al mismo tiempo como un devoto de la Red y cantaba también alabanzas a lo que ésta nos proporciona, pero alertaba de esa posible tendencia a la banalización y a la superficialidad que iría en contra de la capacidad de concentración y del análisis profundo. La idea de que el exceso de la información y la facilidad del acceso a ella puede ser contraria a la verdadera comprensión ya es vieja, pero el planteamiento de Carr, acogiéndose al principio de autoridad citando a Marshall McLuhan, recoge una nueva variante tal vez más insidiosa y preocupante. Nicholas Carr se dio a conocer con un libro bastante provocativo (como, en realidad, suelen ser la mayoría de sus escritos). Se trata de "Does IT Matter? Information Technology and the Corrosion of Competitive Advantage" (2004 - Las tecnologías de la información: ¿son realmente una ventaja competitiva?, editado en España por Ediciones Urano [Empresa Activa], 2005). Claramente dirigido a los ejecutivos de empresa, el libro arrancaba de un anterior artículo en la Harvard Business Review (IT Doesn't Matter, mayo 2003) y se convirtió en un texto de gran influencia en algunas escuelas de negocio estadounidenses para tratar del tema de las tecnologías de la información. Posteriormente, a mediados de 2008, aparecieron el artículo "Is Google Making Us Stupid?" de The Atlantic Monthly ya citado y un nuevo libro: The Big Switch: Rewiring the World, from Edison to Google (2008 - El gran interruptor: el mundo en red, de Edison a Google, editado en España por Ediciones Deusto, 2009) que Newsweek puso como cuarto en la lista de los "50 libros para leer ahora (en el año 2009)". Su último libro es: The Shallows: What Internet is Doing to Our Brains (2010 - Los bajíos: Lo que Internet le está haciendo a nuestros cerebros). Y conviene recordar que un "bajío" no es más que, en los mares y ríos navegables, esa elevación del fondo que impide que floten las embarcaciones y sigan navegando. La tesis, evidentemente, arranca del artículo de The Atlantic Monthly, un texto "primigenio" que puede encontrarse en: http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2008/07/is-google-making-us-stupid/6868/ Evidentemente, las arriesgadas y provocativas ideas de Carr han tenido, como siempre ocurre, detractores y seguidores. Pero Carr usaba en su artículo otros ejemplos además del suyo propio. Por ejemplo el de Bruce Friedman, escritor de un conocido blog sobre la informática en la medicina, quien decía poco antes del artículo de Carr: "Ahora casi he perdido la habilidad de leer y absorber un largo artículo ya sea en la web o impreso". Y reconocía, en conversación telefónica con Carr, "Ya no puedo leer Guerra y Paz. He perdido la habilidad para hacerlo. Incluso una comunicación en un blog que tenga más de tres o cuatro párrafos es demasiado para absorberlo. Lo leo por encima". A mí me parece exagerado pero tal vez sugiera el principio de una tendencia. "Surfeamos" superficialmente en lugar de profundizar... Por desgracia, mucho más recientemente, en la edición de julio de 2011 de la revista Science (la que publica mensualmente la AAAS: American Association for the Advancement of Science), John Bohannon ha publicado un artículo sobre unos estudios psicológicos también curiosos: "Searching for the Google Effect on People's Memory" (Science, 15 july 2011: vol 333, no. 6040, 277, es decir: "A la búsqueda del efecto Google en la memoria de la gente"). Se trata de un estudio psicológico basado en diversos experimentos y no es, como en el caso de Carr, un conjunto de opiniones. En el artículo, John Bohannon expone el resultado de esos experimentos donde se analiza el impacto de Internet sobre la manera como manejamos la información. Una de las curiosas conclusiones que se obtienen ese artículo es que estamos usando cada vez más Internet como un gran banco de datos, casi como nuestra propia memoria personal. Lo llaman "efecto Google", y viene a decir que tendemos ya a recordar mejor los procedimientos para acceder a la información que la información en sí misma. Los investigadores resultaron sumamente sorprendidos no tanto por la creciente dependencia de la información online sino por como parece que hemos antepuesto la habilidad para encontrar esa información a la información en sí misma. No sabemos las cosas, sabemos dónde encontrarlas... Será que necesito ya vacaciones (escribo a finales de julio) pero me siento rodeado por un cúmulo de banalidades a las que, tal vez, el efecto Google no sea ajeno. Por ejemplo, el 16 de julio me encontré en el periódico con la noticia de que Umberto Eco ha decidido reescribir la novela que le dio fama, "El nombre de la rosa" (1980) para hacerla más accesible a los nuevos lectores. ¿Realmente hace falta? ¡Pardiez! ¿Tan bajo hemos caído? ¿Ha de ser todo tan banal? ¿Tendrán realmente la culpa de todo esto Internet, Google o Twitter? Es como para echarse a temblar. ¿Nos estamos convirtiendo en imbéciles? Pero la ciencia ficción ya lo había previsto... La ciencia ficción, mucho menos escapista de lo que imaginan algunos, nos alerta sobre diversos problemas de nuestro futuro más o menos inmediato. Eso puede lograrse, por ejemplo, con la exageración (llevar a sus extremos un rasgo peligroso para mostrar sus consecuencias más negativas) y así lo han hecho algunos clásicos indiscutibles del género. La ciencia ficción nos ha advertido ya de diversos peligros como los del mal uso de la ingeniería genética ("Un mundo feliz" de Aldous Huxley, en 1932); del totalitarismo político ("1984" de George Orwell, en 1948); de los problemas del capitalismo ("Mercaderes del espacio" de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth, en 1953); de los agobios del exceso de población ("Todos sobre Zanzibar" de John Brunner, en 1968); y un largo etcétera que no voy a detallar aquí. Hace ya años, en 1982, en mi fanzine KANDAMA (en el número 6 precisamente), traduje un debate entre Larry Niven e Isaac Asimov sobre la conveniencia o no del control responsable de la población. Había aparecido en enero de 1981 en el Isaac Asimov Science Fiction Magazine, y enfrentaba a un ferviente partidario del control responsable de la población (Asimov) ante un no menos ferviente partidario del ultra-liberalismo más profundo que se negaba a tal control (Niven). Niven, de quien suelo disentir, utilizó en sus argumentaciones la referencia a un mítico relato corto de Cyril M. Kornbluth, la sátira "La marcha de los imbéciles" (1951), que se suele presentar como una clara muestra de una visión pesimista ante el futuro, no por ello menos teñida de cinismo y de crítica a la sociedad contemporánea y sus posibilidades de desarrollo. En el cuento de Kornbluth, un personaje medio del siglo XX se despierta, tras un largo período de hibernación, en un futuro más o menos lejano. Allí resulta ser la persona más capaz e inteligente del planeta ante la mediocridad y la evidente estupidez de todos los que le rodean: el cociente intelectual medio de la población ha descendido a 45 (en lugar del 100 actual, cifra que procede de su propia definición). La tesis que Niven extrae de esta sátira es que el control de la población puede generar una disminución selectiva de la inteligencia media de la humanidad: los menos sensibles e inteligentes se siguen reproduciendo al mismo nivel que antes; mientras que los más sensibles e inteligentes, conscientes del problema de exceso de población que nos amenaza, reducen su natalidad, haciendo que, en media, la humanidad pierda capacidad e inteligencia. Eso siempre si, como se supone, la inteligencia tiene algo de hereditario. La respuesta de un preocupado Asimov era que ese tipo de comportamiento dual tiene poco que ver con un efectivo y responsable control de la población que, evidentemente, ha de afectar a todos, lo que mantendría la media de las capacidades humanas. Pero, debo decir que, ideológicamente afín a esta postura de Asimov sobre el control de la población, a veces tengo mis dudas. Me las provoca a menudo la moderna televisión con su tendencia a mínimos intelectuales para conseguir audiencia y, sobre todo, la industria cinematográfica estadounidense por la manera como los grandes estudios enfocan la mayoría de las grandes películas de ciencia ficción de los últimos tiempos. Es como si los productores de televisión y los de Hollywood creyeran que la "marcha de los imbéciles" ya se ha producido y afecta seriamente a su público, y ello se refleja en bastantes de sus producciones. Además de los comentarios de Carr ("surfeamos" en lugar de profundizar) o el intento mercadotécnico de Umberto Eco "diluyendo" no sé qué de "El nombre de la rosa" para "hacerla más accesible", hay otro caso emblemático en el cine: la última versión de "El planeta de los simios" (2001) de Tim Burton. En realidad, esa versión no resiste la más mínima comparación con su antecesora de 1968 dirigida por Franklin J Schaffner. Aun como sencilla película de aventuras, la versión de 1968, tenía su moraleja e, incluso, su pequeña divulgación científica sobre los efectos relativistas (un brillante hallazgo final de los guionistas Rod Serling y Michael Wilson, ya que esa visión derruida de la estatua de la libertad no está en la novela original del francés Pierre Boulle). La "moderna" versión de Tim Burton se acogía, sin ninguna duda, al criterio mayoritario de los grandes estudios que fabrican cine a la altura intelectual de un adolescente estadounidense, un nivel que, según parece, ellos mismos no juzgan excesivamente alto. En una entrevista promocional, el productor David Zanuck contaba claramente que el público de cine actual "no está interesado por el nivel filosófico (sic!!) de la primera versión", lo que según él, justificaba el bajo nivel de ideas de la nueva versión. En definitiva, cierta televisión, algunas películas, el proyecto "populista" de Eco y el discurso de Carr sobre Google e Internet me hacen pensar que tal vez Kornbluth acertó incluso más que Huxley u Orwell en sus pesimistas predicciones. Aunque siempre queda la esperanza. Ojalá sea mejor la "precuela" de la serie del planeta de los simios: El origen del planeta de los simios, que se estrena el 29 de julio (después de escribir este texto...) y que, por lo tanto, no he podido ver todavía. Parece que se trata de un experimento para curar la enfermedad de Alzheimer y que desarrolla la inteligencia de los chimpancés. Aunque ese es un tema ya famoso en la ciencia ficción, el de como el ser humano podría mejorar las capacidades intelectuales de algunos animales como los chimpancés o los delfines. Ese es el tema central de la famosa serie de la "elevación de los pupilos" de David Brin (a quien se le ocurrió que tal vez podríamos tratar mejor a simios y delfines que lo que solemos hacer en estos tiempos con los más jóvenes de nuestra propia especie...). Tal vez les hable de todo ello en septiembre, incluso tras haber visto esa nueva película que quiere seguir usando la referencia a "planeta de los simios" para hacer negocio. Pero no me hagan demasiado caso. Me siento un tanto pesimista ante esa posible "marcha de los imbéciles". Debo de estar cansado y necesito vacaciones... Buenas vacaciones a todos.   Para leer: - ¿Google nos hace estúpidos? Nicholas Carr. Madrid. Taurus Ediciones. 2011. - El nombre de la rosa. Umberto Eco. Barcelona. Lumen. 1982. - La marcha de los imbéciles (The Marching Morons, 1951). Cyril M. Kornbluth. Revista Nueva Dimensión número 110. Barcelona. Dronte. 1979.
Lunes, 01 de Agosto de 2011 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Hoy parece ya claro que, en la tragedia nuclear de Fukushima (Japón), ha habido cuando menos serios problemas con la radioactividad. Como consecuencia, incluso Angela Merkel ha decidido cambiar la política energética en Alemania. Y reacciones parecidas pueden producirse en otros lugares del mundo. Además del peligro inmediato o catastrófico, la radiactividad es uno de los mayores peligros que supone la energía nuclear de fisión que venimos utilizando. Y lo es de dos maneras distintas y, desgraciadamente, complementarias: la contaminación radiactiva inmediata y, también, la larga vida radiactiva de los residuos y el peligro que ello representa. La solución, además de las energías renovables, parece ser recurrir a la energía nuclear de fusión (hidrógeno más hidrógeno dando helio), como se hace en el núcleo del sol. Pero ese proyecto de investigación tiene todavía para unos cuantos años. Tal vez, con suerte, lo logremos en unos treinta o cuarenta años, aunque la mayoría de los investigadores que trabajan en ese campo suelen ser, cual les conviene para obtener mejor financiación..., un poco más optimistas. Sea como sea, la ciencia ficción también adelantó los "nervios" que provoca una central "atómica" con problemas y de ello les quiero hablar aquí. Los nervios de Lester del Rey Hay una novela corta clásica de la ciencia ficción de todos los tiempos: Nervios (Nerves, 1956) de Lester del Rey, que fue reeditada con una nueva versión algo ampliada y puesta al día en 1976 (ésa es la versión que se publicó en España en el número 56 de la colección SuperFicción de Martínez Roca). En Nervios, Del Rey imagina (¡en 1956!) que las "centrales atómicas" sirven no sólo para producir energía, sino también para "fabricar" todo tipo de isótopos que han de ser usados en diversas aplicaciones médicas, pero también industriales. Hoy parece que el gran subproducto de nuestras actuales centrales nucleares es sólo el plutonio que suele ser usado en artefactos bélicos (bombas atómicas) y, también, como nuevo combustible para centrales de fisión en ese MOX que es el nuevo combustible que usaba, por ejemplo, el tercer reactor de Fukushima. Y que usan muchos otros reactores nucleares en el mundo... En la novela de Lester del Rey, se habla de una nueva ley pendiente de aprobación para obligar a que todas las "plantas atómicas", por su peligrosidad, se ubiquen lejos de las zonas habitadas, con gran disgusto de los trabajadores de esas plantas. Paralelamente, la central del protagonista, el doctor Ferrel que como médico debe enfrentarse a los problemas de la radiación, sufre un accidente nuclear y de ahí los nervios del título y la problemática que la novela inauguraba en 1956, cuando se publicó. Los inicios de la energía nuclear de fisión Cabe tener en cuenta que, en 1956, el desarrollo de la energía nuclear (que hoy en el mundo supone el 6% de la energía utilizada, aun cuando en España sea de casi un 20% y una proporción aún mayor en Japón y Francia) era todavía muy limitado. El primer reactor, el Enrico Fermi CP-1 (Chicago Pile 1), entró en funcionamiento el 2 de diciembre de 1942 para conseguir, por primera vez, una reacción en cadena controlada y automantenida. Luego vinieron las dos primeras bombas atómicas: Little Boy de uranio-235 y Fat Man con plutonio que fueron las lanzadas en agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaki. Terminada la segunda guerra mundial, vinieron el Tratado de No Proliferación Nuclear y el programa de cooperación internacional Átomos para la paz promovido por el presidente estadounidense Eisenhower a partir de 1953. Mientras tanto, el 20 de diciembre de 1951 se hizo operar el EBR-1 un reactor experimental en Idaho que producía 100 kWh. Fue seguido de los reactores nucleares para los submarinos como el USS Nautilus en proyecto desde 1953 y lanzado en 1955. También hubo otros proyectos. Fue precisamente el mismo año en que Lester del Rey publicaba su novela, en 1956, cuando los británicos inauguraban su primera central nuclear en Calder Hall y, en 1963, General Electric fue la encargada de poner en marcha una central nuclear de agua en ebullición (BWR, como la de Garoña o las de Fukushima) para uso estrictamente comercial (Oyster Creek I). Lester del Rey, como a veces ocurre, se adelantó en el caso de la energía nuclear precisamente en la línea de la definición que Isaac Asimov diera para la ciencia ficción: la narrativa "que trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". La respuesta en ese caso (y en el de Fukushima...) parece ser precisamente esa situación de Nervios que nos anticipaba Lester del Rey hace ya más de cincuenta años. Ecología y poesía La ciencia ficción tiene también una vertiente ecológica de la que hablaremos algún día con detalle. Hay clásicos recientes profundamente admonitorios como Jinetes de la antorcha (1974) de Norman Spinrad, pero si hemos de ser sinceros, la reflexión ecológico-poética sobre el planeta Tierra viene de lejos en la ciencia ficción. Robert A. Heinlein, catalogado como un "autor de derechas", escribió hace ya sesenta años un cuento de gran carga emotiva que ha tenido amplio eco y consecuencias en el mundo de la ciencia ficción. Se trata de Las verdes colinas de la tierra (The Green Hills of Earth, 1951), donde se introduce un personaje, Rhysling, que se ha convertido en emblemático en la historia de la ciencia ficción y que ha acabado prestando su nombre para etiquetar el premio internacional más importante dedicado a la poesía de ciencia ficción. Sí, lo he escrito bien: poesía.... El relato en cuestión apareció publicado por primera vez en el The Saturday Evening Post el 8 de febrero de 1947. Luego fue recogido en diversas antologías y hoy es un clásico indiscutible. El título procede de otro relato clásico en la ciencia ficción, Shambleau (1933) de Catherine L. Moore, donde el personaje Northwest Smith tararea una canción titulada precisamente "Las verdes colinas de la Tierra". Algo así como un "homenaje" interno en el seno del género... Pero quien convirtió esa frase en un emblema fue Heinlein en su relato de 1947. En él se narra la historia de un "aviador a chorro" apodado "Ruidoso" Rhysling ("Noisy" Rhysling), el Cantor Ciego de las Rutas Espaciales (The Blind Singer of the Spaceways). Rhysling, ciego por efecto de la radiactividad procedente de una avería en su nave, recorre durante más de veinte años el espacio como cantor y poeta ayudándose de su creatividad poética para hacer canciones acompañándose con un viejo acordeón. La épica de sus aventuras se enlaza así con la energía nuclear, causante de su desgracia y, como veremos, al final, de su poética muerte. En un último viaje, Rhysling, casi como polizón, intenta volver a la Tierra y un nuevo accidente le lleva a quedarse espontánea y voluntariamente junto al motor nuclear averiado y, con su esfuerzo y experiencia, logra salvar a la nave y a la mayoría de sus tripulantes. Pero Rhysling es consciente de su muerte casi inmediata por efecto de la radiactividad ya que "era incapaz de ver la neblina roja y ardiente en la que trabajaba, pero sabía que estaba allí". Es en esas circunstancias, cercano a la muerte, cuando Rhysling, el poeta ciego, da la forma final a la más famosa de sus creaciones: Oramos por un último aterrizaje En el globo que nos vio nacer Dejadnos descansar los ojos en las lanudas nubes del cielo Y las frescas, verdes colinas de la Tierra en lo que es mi propia traducción de un original que reza: "We pray for one last landing/ On the globe that gave us birth/ Let us rest our eyes on the fleecy skies/ And the cool, green hills of Earth". Estos versos se han convertido en canción, versionada varias veces por miembros de la comunidad filk, algo así como el "folk" de la imaginación. Un grupo de gente de lo más variado que compone canciones de culturas imaginadas, como hiciera, por ejemplo Ursula K. le Guin en su novela El eterno retorno a casa (1985) que, en la versión original en inglés, se vendía con un cassette con canciones y poesías de los kesh (el pueblo del que se hablaba en la novela); o Jane Yolen con canciones incorporadas (música y letra) como anexo en brillantes novelas de fantasía como Hermana Luz, hermana Sombra (1988) y Blanca Jenna (1989). Y, last but not least, desde 1979 existe el premio Ryhsling, para galardonar la mejor poesía de ficción especulativa (SF: speculative fiction), o, si quieren, la mejor poesía de la versión moderna de la ciencia ficción (SF: science fiction). Y añadiré que me siento orgulloso de ser amigo de Joe Haldeman quien ha ganado este premio varias veces... Yo leí ese relato sobre Rhysling en la versión "libre" que redactara José Mallorquí para la revista Futuro donde, en los años cincuenta, no se citaba el autor original por aquello de no pagar derechos de autor. Pero esa breve poesía ha quedado siempre en mi memoria. Rhysling con su ecológico canto a "las verdes colinas de la Tierra" y con su ceguera y su muerte radiactivas enlaza, de manera casi misteriosa, el tema de la energía nuclear en la ciencia ficción con su tratamiento de los temas ecológicos y, sobre todo, con la añoranza de una Tierra verde que se pierde para siempre. Pero ese de la ecología en la ciencia ficción, será tema para otro día. Buen verano.   Para leer: - Nervios (1956 y reedición en 1976). Lester del Rey. Barcelona, Martínez Roca, SuperFicción 56, 1980. - Las verdes colinas de la Tierra (1947). Robert A. Heinlein. En "Historia del futuro /1" (1967), Barcelona, Acervo, ciencia/ficción 39, 1980.
Miércoles, 06 de Julio de 2011 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Les voy a hablar este mes de una novela que pasa por tener una explicación de raíz matemática, aun cuando en realidad, pese a todo, no es el tema matemático el que domina al final (pasadas las tres cuartas partes de la extensión de una novela que, evidentemente, se concibió en clave matemática). En el fondo y sin querer desvelar más de la cuenta de la trama (aunque me temo que acabaré haciéndolo, quien avisa no es traidor...), la novela tiene una explicación mucho más emparentada con la física (y con la disponibilidad de energía...) que con la matemática. Pero... En cualquier caso se trata de una brillante novela, muy bien escrita e interesante, también, por otros conceptos. Sumamente recomendable. La novela es Inverted World (1974) del británico Christopher Priest y, como puede verse, tiene ya más de treinta y cinco años. Procede de un relato breve anterior con el mismo título. En España se publicó, en 1984, en una edición en bolsillo en la colección Ultramar Ciencia Ficción con el título "El mundo invertido" hasta que, recientemente, ha sido reeditada, en 2010, por La Factoría de Ideas en el número 175 de la colección Solaris Ficción, ahora con un nuevo título ("Un mundo invertido") y atribuida la versión a un nuevo traductor. Christopher Priest es un autor "de calidad", de esos que se preocuparon también por la forma y no tan solo por el contenido de sus historias de ciencia ficción. Uno de esos autores interesados en mejorar el aspecto literario de la ciencia ficción, cual ocurría a menudo en los años sesenta y setenta del pasado siglo, aunque ahora me atrevería a decir que ese enfoque está ya "incorporado de manera natural" en la mayor parte de la buena ciencia ficción de nuestros días. Priest obtuvo el premio de la ciencia ficción británica (BSFA Award) precisamente por Inverted World (y, casi treinta años más tarde, por otras dos novelas más recientes: The Extremes y The Separation). Una de sus obras, editada en español por Minotauro en 2002, The Prestige (1995), fue llevada al cine en 2006 con dirección de Christopher Nolan e interpretada por Hugh Jackman, Christian Bale, Michael Caine y Scarlett Johansson. Trata de la rivalidad entre dos magos de distintos orígenes sociales. El truco central es el del teletransporte e incluso aparece, en la novela y la película, el físico croata Nikola Tesla. De entre las varias y siempre interesantes novelas de Priest me atrevo a destacar Fugue for a Darkening Island (1972). Edhasa la publicó aquí en castellano en 1981 con el título "Fuga para una isla", obviando el "ennegrece" que da sentido a la novela ya que ésta nos habla de una Gran Bretaña con mucha gente de color como resultado de la inmigración. Se trata de una historia que, hace ya casi cuarenta años, enfocaba el grave problema que puede representar la inmigración exagerada y sus posibles efectos en los sistemas de gobierno. Una hipótesis de ciencia ficción social con interesantes reflexiones. Pero ya es hora de hablar de Inverted World. En la portada de la edición española de Ultramar se dice explícitamente: "En un extraño mundo hiperboloide, una ciudad avanza incesantemente sobre sus raíles...". Parece claro que eso sugiere un mundo de geometría no euclidiana, sometido a sorprendentes situaciones que no encajan en nuestra sensación de "normalidad". La novela narra las peripecias y la vida en una ciudad "distinta", una ciudad (bautizada como "Tierra") que recorre sobre rieles la superficie de un planeta extraño y desconocido. Diversos gremios trabajan para que la ciudad no detenga su movimiento en su insólita persecución de lo que llaman "el óptimo", un punto que parece estar fijo en el planeta, pero que fuerzas desconocidas parecen apartar generando extrañas aberraciones espacio-temporales tanto más intensas cuando más lejano se está de ese óptimo. Los gremios que se  reparten el trabajo de mantener la ciudad en sus raíles en la continuada persecución del óptimo son, por ejemplo, los "investigadores del futuro", los encargados de la "tracción", quienes se encargan de la "construcción de las vías" o los responsables de la "construcción de puentes". Y, evidentemente, los "navegantes" que se encargan de trazar el curso apropiado ya que las vías se construyen para dejar paso a la ciudad y se desmontan una vez pasada ésta. Hay que superar todo tipo de obstáculos geográficos en esa continua persecución del óptimo. La primera frase del primer capítulo (tras el breve prólogo) ya nos dice que estamos ante una situación extraña y no habitual y viene a ser un ejemplo, me atreveré a decir que casi "óptimo", de frase inicial que fuerza al lector curioso a seguir leyendo: "Había cumplido las seiscientas cincuenta millas de edad". Ahí es nada. La vida se cuenta por las millas que ha recorrido la ciudad: el futuro es la ruta que queda por recorrer, mientras que el pasado es lo que la ciudad va dejando tras su paso. En ese mundo extraño, el protagonista Helward Mann tiene que salir de la ciudad para acompañar y hacer regresar a tres personas y afrontar los cambios y las metamorfosis que se inician a su alrededor... A medida que transcurre esa insólita excursión, Helward se da cuenta de que las mujeres que le acompañan están cambiando: "las pier­nas y los brazos eran más cortos, y más robustos. Los hombros y las caderas eran más anchos, los pechos menos redondos y más separa­dos".. Pronto se da cuenta de que "ninguna de ellas medía más de un metro y medio de altura, hablaban más rápido que antes y el registro de las voces era más agudo". Una problemática asociada a la distancia que les separa del óptimo. Pese a lo que pueda parecer, en la ya tan citada página web "Mathematical Fiction" que gestiona Alex Kasman del College of Charleston, hay comentarios sobre el hecho de que esa apariencia de geometría no euclidiana (en concreto hiperbólica) no es en realidad tal. Uno de los comentarios recogidos en Mathematical Fiction, el de alguien llamado Lupo Fanciullo (parece un pseudónimo, ¿no?), viene a comentarlo explícitamente. Dice Lupo Fanciullo: "la matemática no es algo central en esta novela pero, como mínimo, hay una idea fascinante: la historia se desarrolla en un planeta de curvatura negativa. De manera más precisa, es el sólido que resulta de la revolución de una hipérbola rectangular girando en torno a una de sus asíntotas (el libro usa una terminología menos precisa, pero resulta claro de lo que está hablando). El punto "óptimo", por ejemplo, está situado en el vértice de la hipérbola, pero como el suelo del planeta se desliza, la ciudad nunca lo alcanza, de ahí la necesidad de moverla sobre raíles. Hacía el final del libro hay un cambio en torno a la forma del planeta". Y, añado yo, varía la explicación sobre el porqué de tal situación anómala en un universo euclidiano. Pero, no hablaré de ello y dejaré que el lector disfrute de las complejidades matemáticas al menos aparentes y lo descubra por sí mismo. Aunque bueno es recordar que, en la nota final que el mismo autor incluyó en el libro, dice que la idea se le ocurrió en 1965 y la trabajó durante ocho años. Y, pese a lo que se diga en Mathematical Fiction, lo cierto es que esa nota demuestra claramente que Priest pensaba en una geometría hiperbólica (aunque, luego, casi al final de la novela, diera otra explicación posible de las muchas extrañezas de la novela). Habrá que leerla para desvelarlo. Yo no voy a decir más... Para su información, les diré que en Mathematical Fiction se hace una encuesta sobre la calidad literaria de los textos, pero también sobre el contenido matemático en sí. En el caso de Inverted World, aunque sólo ha habido seis votantes (añádanse a ellos una vez leída la novela...), la información de resumen es: Calidad literaria:  4,5 sobre 5 Contenido matemático:   2,33 sobre 5 lo que indica que estamos ante una muy buena novela que, al menos a primera vista (y en el pensamiento del autor...), tiene incluso un trasfondo matemático. Hay más, mucho más, en esa novela que, además de tener una apariencia matemática, describe un mundo distinto y nos hace ver cómo, en cierta forma, todas las formas de vida, incluso la nuestra, dependen de las condiciones de ambiente que pueden llegar a configurar la forma en que funciona una sociedad determinada. No es poca reflexión. En resumen, se trata de una muy buena novela que deja un buen poso en el recuerdo (yo la leí hace ya más de treinta años y sigue en mi memoria con buen recuerdo...), y de la que hay que alabar la reciente reedición que la va a poner al alcance de muchos nuevos lectores.   Para leer: - El mundo invertido (1974) Christopher Priest. Barcelona, Ultramar Editores, Grandes Éxitos de Bolsillo B-73, 1984. Otra edición más reciente en: Un mundo invertido (1974). Madrid. La Factoría de Ideas, Solaris Ficción 175, 2010.
Viernes, 03 de Junio de 2011 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico

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