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Escrito por Miguel Hernández González, José Montesinos Sirera, Sergio Toledo Prats, Eduardo Martín Pérez y José Andrés Oliva Hernández |
Domingo 01 de Junio de 2008 |
Página 11 de 19
Ciencia alemana y nazismo La percepción que la burguesía centroeuropea tenía de la época anterior al estallido de la Primera Guerra Mundial queda reflejada en las palabras con las que la definió el escritor Stefan Zweig: edad de oro de la seguridad. Todo parecía asentarse sobre el fundamento de la duración y el propio Estado era considerado la garantía suprema de esta estabilidad: Dios, Patria y Ciencia constituían los pilares sobre las que se apoyaba un jerarquizado y autoritario sistema político en el que cada cosa daba la sensación de estar en su lugar. En el tablero mundial, sin embargo, se estaba librando una batalla por el control de nuevas zonas de influencia colonial, a la que Alemania, en palabras del sociólogo Max Weber, no podía permanecer ajena si no quería convertirse, pese a su pujante potencial económico, en una mera Suiza. No es extraño que el sentimiento nacional, imprescindible como elemento de unión frente a “los otros”, el ascenso de un militarismo, vital para cualquier proyecto de expansión y conquista, y la interiorización de la necesidad de poderes fuertes, capaces de llevar a buen término esa empresa, se vieran auspiciados desde los centros de decisión y acabaran calando en la sociedad europea de la época. Sobre este trasfondo se desplegaba la actividad de las instituciones universitarias alemanas. No es sorprendente, pues, que en los momentos de crisis que siguieron al estallido de la Primera Guerra Mundial, se mantuvieron en la efímera y agitada República de Weimar y alcanzaron su cenit durante el ascenso e instalación del nazismo, la élite cultural alemana se comportara del modo en que lo hizo. Una de las primeras manifestaciones de este comportamiento la encontramos en la redacción y publicación del llamado Manifiesto de Fulda, firmado por 93 prestigiosos intelectuales, entre los que se encontraban Max Planck, Paul Ehrlich, Fritz Haber y Richard Willstéter: en él se defendía la justa causa alemana y la invasión de la neutral Bélgica, al tiempo que se justificaban, como actos de autodefensa, las atrocidades cometidas por las tropas alemanas en Lovaina. Patriotismo e identificación con el Estado. Ehrlich, Haber y Willstéter eran judíos y sus vidas y actitudes respondían a un patrón de comportamiento que Zweig define así: […] la adaptación al medio del pueblo o país en cuyo seno viven, no es para los judíos sólo una medida de protección externa, sino también una profunda necesidad interior. Su anhelo de patria, de tranquilidad, de reposo y de seguridad, sus ansias de no sentirse extraños, les empujan a adherirse con pasión a la cultura de su entorno. Así, a pesar de que sólo el 1% de la población alemana - unas 600.000 personas - era judía, su presencia en la comunidad educativa era notable: el 20% del cuerpo total docente en las ramas de Ciencias y más del 25% en Física. Esta presencia iba a ser utilizada reiteradamente en la campaña emprendida por Lennard y Stark contra la física moderna a la que catalogarían como “física judía”. La llegada de los nazis al poder iba a alterar, de forma radical, el status de los judíos en la sociedad alemana y, en particular, en la Universidad. En abril de 1933 la llamada “Ley de Restauración del Servicio Civil” ordenaba la expulsión de todos los funcionarios que no fueran de origen ario; más de 1600 universitarios y entre ellos un centenar de físicos se vieron obligados a abandonar sus puestos y fueron sustituidos por personas afectas al régimen o, al menos, no sospechosas. No hubo protestas estudiantiles ni manifestaciones públicas de rechazo por parte de los colegas arios, quienes, salvo honrosas excepciones, aún en el caso de no identificarse políticamente con el régimen prefirieron guardar un ominoso silencio. Leo Szilard describe la esencia de su comportamiento en estos términos: [...] ¿Si me opongo, qué bien puedo hacer? No mucho, sólo perder mi influencia. ¿Por lo tanto, por qué oponerse?. El aspecto moral estaba completamente ausente o era muy débil en sus argumentaciones. Mientras se me permita elegir, sólo viviré en un país en el que haya libertades políticas, tolerancia e igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. La libertad política implica la libertad de expresar las propias opiniones políticas verbalmente y por escrito; la tolerancia implica respeto por todas y cada una de las creencias individuales. Estas condiciones no existen en Alemania hoy. Manifiesto de Einstein, marzo de 1933
La Academia Prusiana de Ciencias se siente particularmente molesta por las actividades de agitador que Einstein lleva a cabo en países extranjeros, dado que tanto esta institución como sus miembros siempre se han sentido hondamente ligados al Estado prusiano y, si bien en política se han mantenido al margen estricto de toda parcialidad partidista, siempre han sostenido y guardado fidelidad a la idea nacional. Por estas razones no existen motivos para lamentar la renuncia de Einstein. Declaración de la Academia Prusiana, 1 de abril de 1933
Me agrada ver que [...] tu antiguo amor por la bestia rubia se ha enfriado un poco [...]. Espero que no regreses a Alemania. No es ninguna bicoca trabajar para un grupo intelectual formado por hombres que se quedan de brazos cruzados ante delincuentes comunes y que incluso, hasta cierto punto, simpatizan con esos delincuentes. No pueden desilusionarme, porque nunca sentí ningún respeto, compasión o simpatía por ellos, aparte de unas pocas personalidades excelentes (Planck 60% noble, y Laue 100%). Carta de Einstein a Haber, 19 de mayo de 1933
Física alemana versus Física judía Algunas de las personalidades científicas que permanecieron en Alemania durante el periodo nazi volcaron sus energías en la protección de su autonomía frente a las intromisiones políticas. Las amenazas a esta autonomía adoptaron, básicamente, dos formas que aparecen a menudo entrelazadas e, incluso, confundidas: por un lado la ocupación de puestos en instituciones académicas y de investigación como consecuencia de las vacantes producidas por la expulsión de los científicos judíos mediante la Ley de Restauración del Servicio Civil y, por otro, los ataques que bajo la bandera de “Física alemana contra Física judía” fueron lanzados por Lenard y Stark contra la preeminencia de la vertiente teórica en el aparato rector de la Física alemana. Parece claro que, en un Estado como el nazi, la batalla, y la victoria, exigían no sólo aliados en el aparato de poder sino, al mismo tiempo, compromisos con éste. ¿Donde se establece, entonces, el límite entre colaboración y oposición al régimen? ¿Están justificadas las palabras de Planck a Einstein recordándole que el valor de un acto reside no en los motivos que hay detrás de él sino en las consecuencias que genera? La teoría de la Relatividad es un fraude judío, como uno podía haber sospechado desde el principio de haber tenido un conocimiento racial mayor que el que entonces se poseía, ya que su autor, Einstein, es judío. Mi insatisfacción es aún más intensa porque un porcentaje elevado de representantes de la física se han conformado a este modo de hacer típicamente judío. Philipp Lenard, Recuerdos
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