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«La sinceridad, como la verdad, hay que usarla con moderación»
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El Correo, 23 de Mayo de 2004
VIVIR
CULTURA
CÉSAR COCA JOAQUÍN LEGUINA, POLÍTICO Y ESCRITOR
Ha publicado ‘El rescoldo’, donde plantea la necesidad de recuperar el pasado para poder olvidarlo «La palabra clave del arte es la emoción, la emoción de la vida»

TRAYECTORIA
Nació en Cantabria, en 1941.
Estudió en Sarriko y se doctoró en Económicas en Madrid, y más tarde en Demografía en la Sorbona.
Actividad: Fue profesor en la Complutense, y ha sido concejal, presidente del Gobierno regional de Madrid y diputado, además de secretario general del PSOE en Madrid.
Como novelista ha publicado ‘La tierra más hermosa’, ‘La fiesta de los locos’, ‘El corazón del viento’ y el volumen de cuentos ‘Cuernos’.

Joaquín Leguina (Villaescusa, Cantabria, 1941) cree que el ser humano se debate entre la necesidad de recuperar su pasado, para comprenderlo, y la de olvidar, para sobrevivir. En su última novela (‘El rescoldo’, Ed. Alfaguara), ese pasado que un personaje trata de desvelar es el destino trágico de sus abuelos, víctimas de la Guerra Civil. Pero Leguina, estadístico de profesión antes que político y escritor, ha alimentado la trama también con dos enigmas matemáticos, el teorema de Fermat y la conjetura de Goldbach, para construir así una novela en la que trata de trasladar a los lectores, así lo confiesa, «la emoción de la vida».
-‘El rescoldo’ surge de un cuento anterior y además reelabora un personaje de una novela de Apostolos Dioxadis. ¿Eso se llama intertextualidad, en el buen sentido?
-Mucha gente que leyó ‘Cuernos’ me dijo respecto del cuento ‘Números primos’ que ahí había una novela y me pareció que tenían razón. En cuanto a lo del personaje, es un juego literario, no hay ninguna intertextualidad. Lo único que tiene del personaje de Dioxadis es que es un matemático que se dedica a intentar demostrar la conjetura de Goldbach. Me venía muy bien como contrapeso del talante británico que representa el profesor del protagonista.
-Continúa también con su tónica habitual de meter en la trama a personajes reales de gran relevancia: de Virginia Wolf a Puccini.
-Claro. Si escribes sobre una época concreta, los personajes reales dan densidad. Planteo un juego con el lector, pero sin pasarme, y pienso seguir haciéndolo. Ahora bien, alguien que no sepa nada de la gente de Bloomsbury puede pensar que son personajes de ficción, porque de hecho lo que dicen aquí Strachey o Dora Carrington lo es.
-Ha escrito una novela con un enigma matemático. ¿Era un reto pendiente para un novelista cuya primera ocupación fue la Estadística?
-Yo no soy un matemático en sentido estricto, aunque me gustan mucho los juegos matemáticos. Pero sobre todo me interesan los matemáticos como personajes, y me pareció que era una profesión ideal para el protagonista masculino. Y ya metidos en materia, algo tenía que hacer ese protagonista, tenía que ponerle una meta alta, y es ahí donde aparece el teorema de Fermat. Espero suscitar al menos la curiosidad de los matemáticos de verdad, pero tengo que aclarar que las partes de la novela donde se habla de esas cuestiones pueden ser entendidas incluso por quien no sepa sumar. Me he preocupado mucho por reducirlo a términos inteligibles para cualquiera.
-«En las matemáticas, como en la vida, hay verdades que no se pueden demostrar», dice uno de sus personajes. ¿Por ejemplo?
-Cuando escribí eso, pensaba en la política. Es frecuentísimo en este ámbito estar convencido de algo y no poder demostrarlo. En otros ámbitos de la vida, todos intentamos trasladar a los demás algo que creemos que es verdad y que probablemente lo sea, pero muchas veces no cuela.

Trasladar la emoción
-¿Para eso sirve la literatura, para mostrarles nuestras verdades?

-Creo que sí. Se escribe para los demás, para divertirles, ilustrarles o convencerles. Quien diga que escribe para sí mismo, miente. El lector es fundamental en la estructura, es en quien piensas cuando escribes.
-¿Qué quiere demostrar con sus novelas Joaquín Leguina?
-Yo, más que demostrar, quiero mostrar. Quiero reconstruir unos tiempos y unos lugares que me parece que son importantes para nuestra vida. En este caso, la España anterior a la Guerra Civil. Y, sobre todo, construir unos personajes con vida que puedan interesar al lector. Que es lo que se pretende siempre al hacer literatura: trasladar al lector lo más bellamente que se pueda la emoción. La palabra clave del arte es la emoción, la emoción de la vida.
-Otra frase del libro es «el pasado nunca tiene remedio», pero los personajes intentan justamente conocer ese pasado. ¿Al final ése es el juego de todo ser humano, volver la vista atrás para intentar comprender lo que somos?
-Por suerte o por desgracia es así. En la novela es más trágico porque el pasado de los españoles, por la guerra, lo fue. Yo he intentado no tratar directamente los hechos de la guerra, pero se percibe lo que significó. Por eso el debate del libro es sobre la búsqueda de la verdad y también sobre el olvido.
-¿Es difícil, en la literatura y en la vida, el equilibrio entre memoria y olvido?
-El personaje de mi novela inicia la búsqueda del destino de sus abuelos lleno de incertidumbre, pero cuando encuentra la verdad se plantea el olvido. Esto es algo muy real, que sucede también con la sinceridad. Hay que usarla con moderación, como la verdad. Si todo el mundo fuera sincero en todas sus expresiones, no se podría vivir.
-Esto enlaza con la búsqueda, en los últimos tiempos, de restos de personas asesinadas durante la Guerra Civil. ¿Hay que conocer la verdad para luego poder olvidar?
-Sólo se puede llegar al olvido después del duelo, después de tener los cuerpos de aquéllos a quienes mataron de una forma siniestra. Por eso es necesario descubrir la verdad. He de confesar que esos hechos de los nietos buscando los cuerpos de los abuelos enterrados en las cunetas está en el origen de mi novela. Yo la escribo como una metáfora de todo eso.
-Hablando del pasado, ¿tiene pensado escribir alguna novela ambientada en la Transición, en la que participó muy activamente?
-He pensado muy seriamente en eso, y creo que aún es pronto para mí. Pero pienso que lo haré. Le he dado bastantes vueltas, y se trata de un asunto complicado. Una novela en clave política sería un desastre literario, y por eso creo que hay que darle muchas vueltas.
-Para evitar los problemas de andamiaje literario, ¿ha considerado la posibilidad de unas memorias?
-Si las escribo, lo haré cuando sea más viejecito. A mí me gustan las memorias en general, pero creo que están llenas de mentiras. Hacer unas memorias de verdad supondría que habría que publicarlas cuando todos los que salen en el libro estén muertos, incluido el autor. Las memorias que solemos leer ocultan más que enseñan, como los bikinis.

 

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