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El informe Pisa 2003
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La Vanguardia, 20 de Diciembre de 2004
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RAMON PASCUAL, profesor de la UAB SI BIEN ES PROBABLE que hagan falta más recursos, no todo es cuestión de dinero, como prueba el caso de Corea o incluso Hungría

La OCDE ha dado a conocer el informe Pisa (www.pisa.oecd.org) correspondiente al año 2003 que analiza el nivel de conocimientos -sobre todo en matemáticas- de los estudiantes de 15 años en 41 países, la mayoría de la organización, y en algunas comunidades como Catalunya.

Los medios han observado rápida y ampliamente que ni España ni Catalunya han salido demasiado bien paradas de la comparación, con lo que partidos, sindicatos, asociaciones y opinadores han acudido a hacer sus comentarios, con algunas acusaciones mutuas, y los responsables educativos han intentado eludir el problema escudándose en que nuestra situación es acorde con el porcentaje del PIB que gastamos en educación y que, si bien estamos peor que la media, somos todos mediocres, es decir, no tenemos muchos estudiantes muy buenos pero tampoco muy malos.

Yo me he leído el informe, que son casi 500 páginas, y los comentarios de los medios escritos y he analizado los resultados con cierto detalle y, aunque no soy tan experto en enseñanza como otros, me gustaría lanzar alguna reflexión. En primer lugar, un resultado como el mencionado siempre se puede leer de dos maneras, la positiva y la negativa. Pero siempre se debe ser realista y, sobre todo, se debe aprovechar la ocasión para diseñar estrategias de mejora. Es cierto que a todos nos hubiera gustado salir más airosos, pero también es legítimo afirmar que no quedamos tan mal. Se trata de una situación que ya era sospechada por cualquiera que sepa de qué va, ya que nuestro resultado es acorde con nuestro gasto en educación.

La representación gráfica de las cifras ayuda a apreciar algunos matices. Se observa que el caso catalán, entre el puesto 19 y el 26 según la aptitud que se mida (y un poco me-nos el español, entre el 28 y el 29) está hacia el final de una extensa meseta que abarca desde aproximadamente el puesto 10 hasta el puesto 30, en un suave decrecimiento. Esta meseta presenta una subida más pronunciada hacia los primeros puestos, y una más rápida bajada a partir del puesto 30. Entre los puestos 10 y 30 hay muchos de los países más avanzados de la Unión Europea que han de ser nuestra referencia principal. Dicho de otra manera, no nos diferenciamos demasiado de ellos. Entre los diez primeros hay países de nuestro entorno europeo, como Finlandia, pero abundan otros muy alejados y de más difícil comparación -como Canadá, Nueva Zelanda y Japón- y otros menos significativos -como Corea, Liechtenstein, China-Macao o Hong Kong.

Es un hecho que en los últimos años se ha hecho un gran esfuerzo, también financiero, en universalizar la educación y en extender la etapa obligatoria hasta los dieciséis años. Este muy loable esfuerzo lamentablemente ha ido acompañado de una igualación a la baja. Si se observan los detalles, se ve que España se acerca a la media de la OCDE en la fracción de estudiantes del nivel más bajo (aunque tiene más de cuatro veces más de ellos que Finlandia, el país mejor situado); supera la media en los siguientes niveles y no llega a ella en los niveles altos, llegando al extremo de que sólo tiene aproximadamente la mitad de los estudiantes del nivel más alto (de los que tiene unas tres veces menos que Finlandia). A mi entender, éste es el mayor problema.

Otra consideración que me gustaría hacer está relacionada con las escuelas públicas y las privadas. Mientras que en Finlandia casi toda la escuela es pública, en España hay más del doble de porcentaje de escuelas privadas que la media de la OCDE a la falta de una mínima autonomía de los centros; a la ausencia de equipos de dirección y de equipos pedagógicos estables, y al carácter funcionarial de los enseñantes, cuyos derechos adquiridos -por ejemplo en los traslados- no siempre coinciden con las necesidades de los centros y que -caso de que tengan acceso a una carrera académica- prosperan casi solamente en razón de su antigüedad y no de su esfuerzo.

Un tercer comentario hace referencia a lo que gastamos en educación. La mayoría de las opiniones atribuye el mal resultado a escaseces económicas, pero esto es sólo parte del problema. Si bien es probable que hagan falta más recursos, no todo es cuestión de dinero, como prueba el caso de Nueva Zelanda, Corea o incluso Hungría, y hay evidencia de que un aumento de gasto no implica automáticamente una mejora de la calidad. Existe, y en mi opinión tiene importancia, una serie de condicionantes sociales que me gustaría apuntar, sin ánimo de ser exhaustivo: el exceso de politización de las políticas educativas, cambiantes con demasiada frecuencia; la poca consideración social de los maestros y educadores, acompañada de una escasa valoración de su labor; la escasa implicación de los padres en la educación de los hijos, que es dejada en manos exclusivas de la escuela y, cuando no, la colaboración no siempre apoya la labor escolar; la nula -y decreciente hasta valores negativos- cultura de la necesidad del esfuerzo individual. Muchos lectores podrán añadir algún punto a esta lista.

Tras estas reflexiones, hay que afirmar que nuestra situación no es en absoluto satisfactoria. Cada día oímos que somos un país sin recursos naturales y que nuestra salvación está en el conocimiento, en el valor añadido, en la apertura de nuestros mercados a la exportación. Pues bien, todo esto no se puede hacer sin una población mejor educada que la de nuestros competidores. Estará muy bien que ministras, ministros, consejeras y consejeros tomen las medidas que crean convenientes, a poder ser estables y consensuadas. Pero las medidas importantes se han de tomar por parte de toda la sociedad.

 

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