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‘Fast food’ y vanguardia
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La Vanguardia, 12 de Agosto de 2004
Ciencia y literatura
DEBATE
JOSEP PERELLÓ PREFERIMOS publicar dos artículos científicos a hacer sólo uno y esmerarnos para que quede impecable

La vorágine de nuestros tiempos ha alejado la ciencia de la escritura cuidada y meditada. Los científicos tenemos que publicar mucho para sobrevivir profesionalmente y nos vemos obligados a optimizar esfuerzos. Preferimos, sobre todo los jóvenes como yo, publicar dos artículos a hacer sólo uno y esmerarnos para que quede impecable.

El fast food científico es un fenómeno más bien reciente, de no más de veinte años de vida. A pesar de que el sistema nos obliga a actuar así, muchos opinamos que estamos poniendo en peligro la salud de la ciencia. Y es que la forma de contar nuestras nuevas teorías es muy importante por no decir trascendental para que éstas tengan repercusión a largo plazo. Toda investigación pone contra las cuerdas la ciencia aceptada y su discurso tiene que estar bien construido y meditado para convencer, debe ser capaz de mantener la atención del lector. En conclusión, no puede haber buena y nueva ciencia sin literatura.

Einstein era un experto en este arte. En su Annus mirabilis, en 1905, tuvo una sutilísima manera, por un lado, de rechazar la existencia del éter y, por el otro, proponer el quanta de luz. Ambas osadías fueron clave para la construcción de la relatividad y la física cuántica respectivamente -hay una excelente versión en catalán de sendos artículos publicada por el IEC-. Sin ánimo exhaustivo, también se me ocurre mencionar a Galileo con el Diálogo (1632) y los Discorsi (1638) o a Newton con sus deliciosos Principia (1687). El denominador común de estos libros es la voluntad de ir a contracorriente. Más allá de las novedades teóricas ahora incontestables, las obras innovan lenguaje y estilo. Galileo expone sus teorías mediante un diálogo entre un académico cargado de prejuicios y un científico ambicioso con ideas nuevas.

Llegado a este punto, el salto a la literatura aparece natural y la aportación de la ciencia puede ser doblemente interesante, tanto en contenidos como estilísticamente. Se puede ir más allá de la divulgación y del volcado ameno de información. En el París de finales del XIX y principios del XX, Poincaré cautivó a la vanguardia literaria instruyéndola con la física y las matemáticas más vivas y especulativas. Quenneau es deudor de esta ciencia con Cent mille milliards de poèmes. O Jarry quien parodió la ciencia con la patafísica: la ciencia de las soluciones imaginarias y de las excepciones.

Si nos limitamos a nuestro mundo más cercano, existen casos notorios de adopción científica. Salvando las distancias, Pujols es nuestro Jarry particular. Detrás, surge Dalí. Su pasión por la ciencia se ve reflejada en toda su obra literaria. Brossa juzgaba la calidad de una obra según su economía de medios, tal como lo hacen los científicos. Y, recientemente, el traficante de ideas Altaió ha escrito toda una declaración de principios en La dificultat con el capítulo Allò que tothom (o el fill d,un científic) hauria de saber sobre la dificultat de l,escriure i del llegir.

Los investigadores debemos retomar el placer de la escritura. Nuestro país tiene un buen elenco de científicos que ya siente esta necesidad desde la divulgación, la ficción o la poesía. Pero me gustaría también defender la literatura más experimental y, puestos a pedir, que los mismos científicos se atreviesen a dar el salto. Si se me permite hablar de uno mismo, sólo decir que un servidor ya lo ha dado con Teoria de l,striptease aleatori. Invito a que otros me sigan, pero aviso para navegantes: es un salto al vacío. Los desperfectos corren a su cargo.

J. PERELLÓ, físico, profesor lector de la Universitat de Barcelona

 

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