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Un gaucho en Oxford
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La Vanguardia, 11 de Agosto de 2004
Novela
LIBROS
CARLES BARBA FICHA
Guillermo Martínez
Los crímenes de Oxford
DESTINO
210 PÁGINAS
17 EUROS

La placidez de la vida en el campus universitario se ve alterada por una sucesión de asesinatos... El argentino Guillermo Martínez consigue crear un ‘thriller’ matemático lleno de suspense e inteligencia
Primera gracia de la novela: el graduado que quiere estudiar lógica teórica, por mor de un crimen, se encuentra estudiando lógica práctica


Dentro de la más o menos reciente ficción en castellano, se pueden detectar un cierto número de tramas ambientadas en universidades y colleges ingleses. Varias novelas de Javier Marías, alguna de Álvaro Pombo, alguna de Carlos Pujol... Los crímenes de Oxford del argentino Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962) se inserta de lleno en este subgénero, si bien con un claro enfoque detectivesco. De hecho, el relato podría etiquetarse como un thriller matemático con hechuras de novela de campus. La obra en cualquier caso está magníficamente armada y ensamblada, mantiene un suspense indesmayable, y desde luego no ha de extrañar a nadie que ahora mismo sea bestseller en Argentina.

El arranque de la historia no puede desencadenarse más inofensivamente: un veinteañero licenciado en matemáticas por la universidad de Buenos Aires se traslada con una beca a Oxford para ampliar estudios de lógica. Al principio todo a apunta a una estadía confortable y tranquila: tersos jardines, céspedes inmaculados, profesores participativos, canchas de tenis a libre disposición, e incluso alguna que otra estudiante apetitosa que no tiene ningún inconveniente en dejarse abrazar. Pero a este joven gaucho de quien nunca sabemos el nombre (es él quien narra sus propias peripecias) se le viene encima al mes de estancia un imponderable totalmente inimaginable: asesinan a su casera nonagenaria, y es él quien da primero con el cadáver. Por cierto que comparte este dudoso privilegio con una lumbrera de las matemáticas con quien acaba de coincidir, el profesor Arthur Seldom.

Primera gracia de la novela: el graduado que ha venido a Oxford a estudiar lógica teórica, por mor de un crimen, se encuentra estudiando lógica práctica, ayudando a descifrar el enigma. Aparentemente, además, todo indica que la muerte de la anciana puede ser obra de un asesino en serie, lo que agudiza los esfuerzos deductivos del joven, que no sólo ha de identificar al criminal sino anticipar los pasos que pueda dar para cobrarse nuevas víctimas. Hay que decir que en el desentrañamiento del affaire contará con la cooperación precisamente de Arthur Seldom, el matemático más ilustre del campus y un especialista en series lógicas.

Los crímenes de Oxford parece ideada al amparo de dos escritores tutelares, Poe y Borges. Borges dijo precisamente de Poe y de sus cuentos policiales que lo propio en ellos es cómo el misterio es descubierto por obra de la inteligencia, por una operación intelectual. Idénticamente, en la novela de Guillermo Martínez, profesor y discípulo probarán de dilucidar los crímenes oxfordianos (porque en efecto seguirán otros) por inferencia matemática, intentando desenmascarar al asesino como si se tratara de despejar una ecuación. La sutileza de la novela está en llevar en paralelo el caso con una discusión sobre la incompletitud de las matemáticas en sí mismas para hacerse con la verdad. Godel, Wittgenstein, Fermat e incluso Andrew Wiles (que en el transcurso de la acción se halla en Cambridge, resolviendo el teorema de este último) salen a relucir aquí brillantemente como ejemplos de que el impoluto mundo de las ciencias exactas, cuando se confronta con los claroscuros de la vida, puede dejar fuera de foco problemas que son esenciales a la comprensión global de la realidad.

La novela en fin se culmina con un desenlace tan impecable como digno del mejor prestidigitador, lo cual pone en evidencia nuevamente que en la resolución de un problema vale a menudo mucho más la intuición súbita que la puntillosidad. La obra transpira además en general un atmósfera muy oxfordiana, y quizás a Martínez sólo le ha faltado acentuar un poco más esa escenografía, por la que el protagonista se desliza con la curiosidad siempre abierta del forastero. La novela, en su segunda parte, se escora tal vez demasiado hacia la trama detectivesca, y pierde un poco la agradable ligereza de los primeros capítulos.

 

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