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Platón, el cachas
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El Mundo, 10 de Noviembre de 2004
LOS MAESTROS
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RAÚL DEL POZO Había un jardín donde se guardaban los huesos de Pericles; el jardín pertenecía a Academo. Por la calle paseaban las putas y los chaperos, entonces etairas y sirenas; se enganchaban a la música, que era una forma de la filosofía. Se paraban ante el frontispicio de la Academia, donde había un letrero: «Que no entre aquí nadie que no sepa geometría».

Así que Platón no sólo fundó la primera universidad de la Historia con la Academia, sino que ideó el numerus clausus. Lo destaco entre los maestros porque intentó dar al cuerpo y al alma toda la belleza de que son susceptibles y entendió la instrucción como el arte de aprehender las ideas. Creía que había un Dios que geometrizaba; como Pitágoras, pensaba que el universo está escrito en términos matemáticos.

Muchos años más tarde volvió a decir casi lo mismo Galileo y los curas le montaron el pollo. Platón tenía una facha impresionante; era un molón, como los que van mucho al gimnasio a castigar el músculo. Por eso le pusieron de apodo Platón, que significa el de las anchas espaldas. Los sabios se cuidaban. Pitágoras, el ya citado, participó en los Juegos Olímpicos y ganó varios pugilatos.

Platón dejó 35 diálogos y 13 cartas y ha comido el tarro a generaciones de todos los siglos. Montó la Academia junto al matemático Teeteto y estaba convencido de que el amor y las matemáticas conducen a la verdad. Los maestros entonces eran oradores; ellos explicaron que los libros parecían seres vivos pero no respondían porque estaban muertos.

El evangelista que inventó a Sócrates, así como los cuatro evangelistas inventaron a Jesús (Bernard Shaw) escribió, entre otros prodigios, la República o el Estado donde sopesa lo justo y lo injusto. Ya tenía una desdichada idea de los políticos, sabía que los pueblos prosperan de noche mientras los gobernantes duermen y que a los cargos públicos les repugna la ley. Descubrió que la corrupción está cerca del poder y que encontrar servidores honestos es tan difícil como esquilar a un león.

Una sociedad perfecta, según él, sería aquella en la que la política estuviera subordinada a la moral. Era un virguero y en su pensamiento mamaron los cristianos. A San Pablo y a su pandilla les gustó eso de que la virtud va unida a la felicidad y el vicio a la desgracia; pero sobre todo les cameló lo del alma inmortal.

Era un conservador convencido de que el mal viene de las repúblicas donde no hace cada cual lo suyo. No sé si los neoconservadores lo han leído porque aún van por la Biblia, pero les serviría. Fernando Savater escribe: «Sus ideas políticas son aterradoras, pero las expresó de una manera tan fascinante que nuestra tradición intelectual nunca se ha atrevido a desdeñarlas». Savater reconoce que para desacreditar a los sofistas fingió ver por su parte una justificación de la fuerza pura. «Parecía defender la Justicia, mientras lo que defendía de hecho era la ciudad tradicional, antiigualitaria, intolerante, belicosa y xenófoba».

Tenía tendencia a la utopía, como Hesíodo, aquel poeta de los pastores, que imaginó que, en la Edad de Oro, los hombres vivían como dioses, sin padecer la vejez bajo la bóveda azul. El cielo de Grecia enloqueció de lucidez a Platón. «En Grecia -escribió Henry Miller- uno siente el deseo de bañarse en el cielo. Uno desea flotar en el aire como un ángel».

A pesar de su idealismo, tenía los pies en las rocas. Por eso, contaba que Tales, mientras miraba las estrellas, se cayó a un pozo y se rió de él la sirviente tracia, advirtiéndole que si deseaba con tanta pasión llegar al cielo, le quedarían ocultos aquellos ante su nariz y bajo sus pies. Algo de eso dijeron de Alfonso X El Sabio, en la Edad Media:
«De tanto mirar a las estrellas se olvidó de las cosas de la Tierra».

Alucinó al decir que la Atlántida estaba más allá de las columnas de Hércules y que fue destruida por Zeus al descubrir que los habitantes estaban borrachos de poder. Los de Cádiz cuentan que cuando la bahía está clara ven a Platón, el cachas, ir al gimnasio a machacarse las mollas.

Me hubiera gustado atravesar los cerros que rodean Atenas, entre los olivos, las cabras y los sofistas, y llamar a la puerta de la Academia. No creo que aquellos griegos descritos por San Pablo como comilones, mentirosos y panzas lentas, me hubieran negado la entrada. Me habrían recibido bien porque la hospitalidad era sagrada en Grecia.

Los que crean que lo moderno es salir del armario es porque ignoran que ya Platón aseguró que lo semejante es amigo de lo semejante. En El Banquete aconseja enviar a la guerra a las parejas de varones para que se defendieran mutuamente, cosa que cumplió después Alejandro cuando mandó la caballería en la batalla de Caeronea donde el campo quedó cubierto con los cuerpos de los amantes en parejas.

Que placer hubiera sido dar un paseo con Platón, entre los robles que se esquilmaron para construir las naves con las que llevaron la libertad al Mediterráneo. Le hubiera preguntado por los sofistas, que me fascinan: ¿eran charlatanes ambulantes, arrogantes y trincones, al servicio de jóvenes ricos, mercaderes del conocimiento?

Dijo Coleridge que sólo los griegos de la era de Platón eran maestros de toda la gracia, elegancia, proporción, encanto, dignidad, majestad. Marx, que leyó en griego a Esquilo hasta la muerte, comenta que ellos fundaron la academia de la modestia y que el buen gusto se formó por primera vez bajo el cielo griego, pero acusan a Platón de inspirador de los regímenes totalitarios. Así lo explica Ernest Bloch: «Invierte el destino del navío utópico, dándole viento contrario, ofreciéndole la sopa negra espartana».

Para Platón el cambio es el mal, el reposo lo ideal. Y eso lo dijo entre gaviotas y águilas doradas, añadiendo que los poetas nacen, no se hacen. «Parecióme la trova de perlas, y su voz de almíbar -leo en el Quijote-, y después acá, digo, desde entonces, viendo el mal en que caí por estos y otros semejantes versos, he considerado que de las buenas y concertadas repúblicas se habían de desterrar los poetas».

Fue consejero de Dionisio, un tirano. Palmó a los 80 años. Florencia restauró su Academia.

 

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