Debajo se incluye un extracto del capítulo V, en el que se puede deducir la relación entre libras y chelines, realizando un sencillo cálculo:
– Los relojes de explosión –dijo Herr Winckelkopf– no son buenos artículos para exportar, ni aun consiguiendo hacerlos pasar por la aduana. El servicio de trenes es tan irregular que, por regla general, estallan antes de llegar a su destino. A pesar de ello, si necesita usted uno de esos aparatos para uso doméstico, puedo proporcionarle un artículo excelente, garantizándole que ha de quedar satisfecho del resultado. ¿Puedo preguntarle para qué fin piensa usted destinarlo? Si es para la policía o para alguien relacionado con Scotland Yard, lo sentiré muchísimo, pero no puedo hacer nada por usted. Los detectives ingleses son realmente nuestros mejores amigos y he comprobado siempre que, teniendo en cuenta su estupidez, podemos hacer todo cuanto se nos antoja. No quisiera tocar ni un pelo de sus cabezas.
– Le aseguro –replicó lord Arthur– que esto no tiene nada que ver con la policía. Para que usted lo sepa: el mecanismo de relojería está destinado al deán de Chichester.
–¡Caramba! No podía yo imaginarme ni por lo más remoto que fuese usted tan exaltado en materia religiosa, lord Arthur. Los jóvenes de hoy no se apasionan por eso.
– Creo que me alaba usted demasiado, Herr Winckelkopf –dijo lord Arthur ruborizándose–. El hecho es que soy un completo ignorante en teología.
– ¿Se trata entonces de un asunto meramente personal?
– Exclusivamente personal.
Herr Winckelkopf se encogió de hombros y salió de la habitación. Unos minutos después reaparecía con un cartucho redondo de dinamita, del tamaño de un penique, y un precioso reloj francés, rematado por una figurita en bronce dorado de la Libertad aplastando a la hidra del despotismo.
El semblante de lord Arthur se iluminó de alegría al verlo.
– Esto es precisamente lo que necesito. Y ahora dígame usted cómo estalla.
– ¡Ah, ése es mi secreto! –respondió Herr Winckelkopf contemplando su invento con una justa mirada de orgullo–. Dígame usted únicamente cuándo desea que estalle y regularé el mecanismo para el momento indicado.
– Bueno; hoy es martes y si puede usted mandármelo en seguida…
– Imposible. Tengo una infinidad de encargos; entre otros, un trabajo importantísimo para unos amigos de Moscú. Pero, a pesar de todo, se lo mandaré mañana.
– ¡Oh! Llegará todavía a tiempo –dijo lord Arthur cortésmente– si queda entregado mañana por la noche o el jueves por la mañana. En cuanto al momento de la explosión, fijémoslo para el viernes a mediodía en punto. A esa hora el deán está siempre en su casa.
– ¿El viernes a mediodía? –repitió Herr Winckelkopf.
Y tomó nota en un gran registro abierto sobre una mesa, al lado de la chimenea.
–Y ahora –dijo lord Arthur levantándose– haga el favor de decirme cuánto le debo.
– Muy poca cosa, lord Arthur; se lo voy a poner al precio de coste. La dinamita vale siete chelines con seis peniques; la maquinaria de relojería, tres libras diez chelines, y el porte, unos cinco chelines. Me complace sobremanera poder servir a un amigo del conde de Ruvaloff…
– Pero, ¿y sus molestias, Herr Winckelkopf?
– ¡Oh, nada! Tengo un verdadero placer en ello. No trabajo por el dinero, vivo exclusivamente para mi arte. Lord Arthur puso cuatro libras, dos chelines y seis peniques sobre la mesa, dio las gracias al pequeño alemán por su amabilidad y, rehusando lo mejor que pudo una invitación para entrevistarse con varios anarquistas en un té-merienda el sábado siguiente, salió de casa de Herr Winckelkopf y se fue al parque.
Según lo que dice Herr Winckelkopf, los costes del peculiar encargo de lors Arthur son –denotamos por P los peniques, C los chelines y L las libras–:
Artículo publicado en el blog de la Facultad de Ciencia y Tecnología (ZTF-FCT) de la Universidad del País Vasco ztfnews.wordpress.com