Maneras de vivir: orgulloso de estar loco
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El País, 6 de enero de 2002.
Semanal, Única, pág. 84 - Opinión
MANERAS DE VIVIR
Por Rosa Montero Orgulloso de estar loco

Veo en Londres una película conmovedora que tardará algunas semanas en llegar a España: se titula Una mente maravillosa, y está dirigida por Ron Howard e interpretada estremecedoramente por Russell Crowe. Cuenta la historia real del norteamericano John Nash, un matemático genial que, en los años cincuenta y siendo aún muy joven, inventó una teoría del juego revolucionaria que se convirtió en la base de las matemáticas de competición. Pero entonces, cuando iba lanzado al estrellato científico, Nash se colapsó en un delirio esquizofrénico paranoico. Es decir, se convirtió en un loco oficial. Fue internado durante años en diversos psiquiátricos y le sometieron a brutales tratamientos. Todo esto contra su voluntad de lunático furioso, como él mismo se encarga de señalar en su autobiografía. De hecho, consiguió escapar a Europa e intentó pedir asilo como refugiado porque se creía perseguido por un enjambre de comunistas, un incidente patético que la película no recoge. Como es natural, le devolvieron a los médicos. Porque era verdad que estabamuy loco: era incapaz de cuidar de sí mismo y de vivir una vida mínimamente normal. Si cuento que sus internamientos fueron forzosos es sólo para dar una ligera idea de la violencia y el tormento en el que vivió. Debe de haber pocas cosas en el mundo tan atroces como el sufrimiento psíquico. Cuando Nash se hundió tenía 30 años, y prácticamente se pasó los siguientes 30 fuera de juego. Al final, poco a poco, fue liberándose de sus alucinaciones, o más bien, como cuenta la película bellamente, se fue acostumbrando de manera heroica a convivir con ellas. Las domesticó. En cualquier caso, recuperó una cotidianeidad más o menos normal y un puesto docente en la Universidad de Princeton.
Pocos años después, en 1994, le dieron el Premio Nobel de Economía. El galardón lo obtuvo por sus trabajos de juventud, antes del infierno; pero lo cierto es que, incluso durante los años de locura, Nash fue capaz de hacer de cuando en cuando importantes hallazgos matemáticos. El solo hecho de haber sobrevivido como persona a un historial de psiquiatrización como el suyo es prodigioso. Su hermosa y poderosa mente le condujo a la catástrofe, pero también consiguió salvarle. Nash tiene ahora 73 años y continúa activo: imagina elegantes fórmulas matemáticas, acude a simposios, imparte conferencias.

La historia de John Nash es fascinante porque pone en cuestión las borrosas fronteras de lo que entendemos por locura. Sin duda, Nash estaba enajenado, es decir, era incapaz de discernir la realidad y de controlar su vida, y sufría enormemente por todo ello; pero, al mismo tiempo, sus delirios, que en realidad debieron de acompañarle toda su vida, incluso cuando no se sabía que estaba loco (siempre fue un chico muy raro, dice su hermana), eran la otra cara de su genialidad, de su creatividad desenfrenada y maravillosa, como si formaran parte del mismo lote, como si se tratara de un don muy hermoso, pero un poco perverso, de los dioses.

En su autobiografía, un largo texto escrito con motivo del Nobel, Nash reconoce humildemente que pasó varios años viviendo dentro del engaño paranoide y de la alucinación fantasmagórica, hasta que al fin fue aprendiendo a rechazar intelectualmente, con un gran esfuerzo de la voluntad, todo ese mundo de sombras devastadoras: "De manera que en estos momentos parece que estoy pensando de nuevo racionalmente, al modo en que lo hacen los científicos", explica prudentemente Nash. Pero añade: "Sin embargo, esto no es algo que me llene totalmente de alegría, como sucedería en el caso de estar enfermo físicamente y recuperar la salud. Porque la racionalidad del pensamiento impone un límite en el concepto cósmico que la persona tiene". Y pone el ejemplo de Zaratustra, que puede parecer un chalado para aquel que no crea en sus enseñanzas; pero fue precisamente esa chifladura lo que le permitió ser Zaratustra, y pasar a la posteridad, y crear una manera de contemplar el misterio del mundo. Nash, en fin, sigue estando conmovedoramente orgulloso de su locura, de esa explosión de imaginación sin domeñar que es la llave del universo. Si ha abandonado las alucinaciones es sólo porque duelen demasiado. Y es que los humanos no sólo somos más pequeños que nuestros sueños, sino también que nuestros delirios.

 
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