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La sombra de Eiffel
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El Correo, 1 de agosto de 2001

FERNANDO BELZUNCE La sombra de Eiffel

MAURICE KOECHLIN INGENIERO Genio de la proporción y de las teorías matemáticas, este discreto sabio ideó la forma de sustentar algunas de las más famosas obras de ingeniería


Escribo esta carta para anunciar a París y al mundo entero que hoy, 14 de enero de 1946, ha fallecido a los 89 años de edad en la localidad suiza de Veytaux mi maestro, el gran ingeniero Maurice Koechlin, autor de la mayor y más genial construcción existente sobre la faz de la Tierra: la Torre Eiffel. Y también la escribo para hacer justicia a su memoria, barrida de este suelo de posguerra antes incluso de que comenzara esta nefasta y larga batalla que ha azotado Francia.

Porque puede que muchos hayan olvidado a estas alturas quién ha sido ,el maestro Koechlin,, como se le conocía a finales del siglo pasado. Pero a los trabajadores que estábamos a su cargo en los talleres de Alexander Gustave Eiffel nos ha resultado difícil de olvidar. Algunos incluso hemos investigado a escondidas su intachable historial, su orgullosa carrera, sin maldad pero con la secreta y olvidada esperanza de poder emularla algún día.

Y es que nuestro maestro, originario de Bohl (Alsacia), donde nació un 8 de marzo de 1856, ha sido una persona con un bagaje profesional inimitable. Creador de la conocida torre parisina -y no Eiffel, como falsamente se le atribuye-, el señor Koechlin fue también quien proyectó, con 24 años de edad, el fastuoso viaducto de Garabit, y quien diseñó la asombrosa estructura metálica que ha hecho posible que la faraónica Estatua de la Libertad esculpida por Auguste Bartholdi salude a los miles de emigrantes que huyen de Europa para arribar a Nueva York en barco.

Le conocí en 1884, cuando pasé a formar parte de la Sociedad de Construcciones Metálicas y Trabajos Públicos fundada por Gustave Eiffel. El era un discreto ingeniero jefe, miembro de una importante familia, del que nunca había oído hablar y yo un joven estudiante sin experiencia que ansiaba conocer en persona al popular señor Eiffel que, mimado por lasclases más altas de Francia, gozaba de los guiños de las damas más refinadas, para quienes había ideado el liguero.

La discreción del sabio
El maestro Koechlin, en cambio, permanecía en los talleres hasta altas horas de la noche, inmerso en geniales teorías matemáticas y disertaciones sobre resistencias de materiales que compartía con otros compañeros que, fieles, permanecían en sus mesas hasta el momento en que él soltaba el lapicero, daba las buenas noches y se marchaba a casa, con su mujer, Emma, y sus seis hijos. En el taller era admirado. Lo sabía pero no se dejaba. Prefería hablar de Karl Culmann, el decano de los constructores alemanes en acero y fundador del estilo gráfico, quien le formó en el prestigioso Instituto Politécnico de Zurich.

Eiffel conocía bien a Koechlin y por ello no nos sorprendió que arriesgara una importante suma de dinero para financiar el ambicioso proyecto que su ingeniero jefe, junto a Emile Nouguier, presentó con motivo de la Exposición Universal que conmemoraría el centenario de nuestra revolución. Ganó, Eiffel pagó su nombre y el maestro se sacó del sombrero una ecuación que hizo posible que más de siete toneladas de hierro forjado se levantaran hasta los trescientos metros de altura en pleno Campo de Marte y sin que el viento amenazara su rigidez.

La Torre Eiffel fue un acontecimiento impresionante para la ciencia: el edificio más alto del mundo. Y con ascensores. Sin embargo, los artistas de la estética lo insultaron con todos los descalificativos posibles. Al orgullo de Eiffel le hacían daño, al de Koechlin ni un rasguño: «El tiempo dirá», repetía.

Después de aquello, Koechlin fue el principal responsable de que la empresa aumentara su fama en Francia y en el extranjero. Lo suyo fue siempre el trabajo en la sombra, sin famas ni aspavientos, porque su carácter sencillo y comprometido le impedía mezcla, la seriedad con que tomaba su oficio con la informalidad que requerían las fiestas de sociedad.

Condecorado con la Orden de la Legión de Honor, pero oscurecido por la popularidad de Eiffel y tapado por la genialidad de su pariente compositor, Charles Koechlin vivió la mejor etapa creativa de su vida inventando la dirección de cremallera y la apertura automática de las puertas del metro de París.

La última vez que le vi caminaba con dificultad por el barrio judío de París. No me reconoció y la gente que pasaba a su lado no le prestaba atención. Y es que hemos dejado disfrutar del anonimato a un héroe de Francia. Por eso escribo esta carta. Por eso y porque ya es hora de ser justos con nuestro presente, puesto que estoy convencido de que dentro de medio siglo el nombre de Maurice Koechlin aparecerá, sin duda, por encima del de Gustave Eiffel.

SUS APORTACIONES
Torre Eiffel: hizo posible que siete toneladas de hierro se elevasen hasta los 300 metros de altura.
Garabit: proyectó el fastuoso viaducto de Garabit cuando tenía 24 años de edad.
Estatua de la Libertad: diseñó la estructura metálica que soporta la faraónica estatua esculpida por Bartholdi.
Cremallera: inventó la dirección de cremallera durante la etapa más creativa de su vida.
Metro de París: ideó la apertura automática de sus puertas

 

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