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Lazos
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El Correo, 29 de abril de 2003.

CARMEN RIVERA A PROPOSITO

Lazos

Un matemático australiano se impuso un día una operación cuyo objetivo se antoja cuando menos estéril, en las antípodas de cualquier principio práctico. Le dio por calcular a este sabio de la Monash University, un tal Burkad Polster, que existen más de cuatrocientos millones de maneras diferentes de atarse los cordones de los zapatos, variedad millonaria de interposición de ligaduras en una tarea que es hábito ineludible para echar a andar y con la que los niños pasan el Rubicón de la destreza. Así quedan ligados ya de modo irrevocable a las ataduras de la fase adulta. La lazada que arrastran los pasos es un rito inicial doméstico que produce ese hondo suspiro de tranquilidad al suponer haber visto a los hijos valerse por sí mismos.

«Ya sabe atarse los zapatos», se dice con orgullo señalando al nene que principió por los pies a buscarle las vueltas al mundo en el intrincado paisaje de las fauces abiertas de sus zapatillas. Un salto de gigante en el aprendizaje después de llevarse la cuchara a la boca, este hacer y desbaratar líos con el cordón, ejercitándose en el arte de la paciencia, urdiendo trampas invisibles bajo la lengüeta antes de salir a tragarse las calles. Es de suponer que la considerable variedad de millones de formas de atarse un zapato, incluye una gran diversidad de nudos, todas las combinaciones posibles entre los ojetes del calzado, incluso las lazadas más acrobáticas como el pasaje directo de la fila 2 a la fila 5, seguido de un doble salto hasta la fila 1.

La novedad más estupenda del estudio de Polster es que el mejor modo de enlazar los cordones, el más eficaz, es la progresión de izquierda-derecha terminada por un bonito bucle, el mismo que utilizamos desde siempre, el más ágil para llegar a tiempo a los juegos, el trabajo y otros imponderables. Toda una regla para no complicarse el vivir y facilitar el desatarse luego de enmarañadas situaciones.

 

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