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Matemáticas
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El Correo, 6 de julio de 2003

JOSE MARIA ROMERA Matemáticas
De cuando en cuando, los analistas educativos nos obsequian con un nuevo diagnóstico pesimista sobre el nivel de formación de los escolares. Háblese de ortografía, de idiomas o de botánica, la conclusión conduce siempre a lo mismo: nuestros estudiantes son unos zoquetes. Y de ahí se derivan otras conclusiones no menos jubilosas sobre la clase docente (unos vagos apoltronados en sus cátedras), las leyes educativas (papeles mojados con lágrimas de cocodrilo burocrático) y los padres y las madres de los estudiantes (irresponsables descuidados de la tutela e instrucción de sus hijos). Pasa un tiempo, gimotean los tertulianos añorantes de aquella lista de reyes godos que nunca llegaron a conocer aunque aseguran saberla de carrerilla, y anuncian los políticos un plan de choque para atajar la catástrofe.
Esta vez le ha tocado el turno a las matemáticas. Según los datos obtenidos de las últimas pruebas de selectividad, el promedio de alumnos examinados no alcanza ni de lejos el aprobado en la asignatura. Por si no bastaba con sus carencias en humanidades y su analfabetismo en expresión escrita, resulta que también los números se les dan mal. No debía de tener razón Descartes cuando aseguró que la matemática se basa en bellas cadenas de razonamientos, todos sencillos y fáciles. El caso es que ha sonado otro toque de alarma que, sumado a los anteriores, da una imagen catastrófica de la escuela. Será el anuncio de otra reforma, la enésima, para endurecer el nivel de exigencia de los programas. Ley dictada, problema resuelto. A nadie se le escapa que el nivel medio de formación de los alumnos ha descendido considerablemente en pocos años.

Pero los sucesivos parches aplicados por la vía legal no han traído ninguna solución. En materia educativa, en España se legisla ,manu militari,, a base de imponer exigencias sin analizar las causas. El ,si no quieres taza, taza y media, sólo sirve para espantar a los muchachos, pero no les otorga automáticamente mayor capacidad de discernimiento ni interés por el aprendizaje, porque esto se adquiere fuera de la escuela. Hablo de estímulos y, si me lo permiten, de valores.
Los gobernantes y legisladores que claman al cielo por tanta incultura y aprietan las tuercas al estudiante son los mismos que consienten espacios de televisión donde la inteligencia está prohibida y razonar es pecado. No les hablo ya de la publicidad narcotizante, del desprecio chulesco de la lectura, del maltrato de la lengua y de la ley del mínimo esfuerzo, virtudes cultivadas concienzudamente en todas partes con el beneplácito de la autoridad. No se puede proponer a un chico que admire a un tal Pocholo y luego exigirle que hinque los codos delante de unos logaritmos

 

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