- Texto:
Un monte me sostiene y el sol traza mi sombra.
Bajo el peso ligero de mis ojos los números se extienden, signos en la materia polícroma del valle.
Junto al camino; al amparo del único ciprés, los huesos de un centauro son la nada, lo que un cero perdido significa. Pero el árbol esbelto y verde oscuro, el ciprés solitario de funeral ternura, es la unidad, lo simple, lo que empieza. Y ese abrirse la estrada de dos senderos, como el eco sonoro y los amantes, trama el sentido del número segundo. Y las hojas menudas del trébol atrevido que, retando a mis pies, surge del suelo ¿no son principio, centro y fin, como reclama el tres para ser cifra?
Si mis brazos extiendo y miro el horizonte, siento cruzar los puntos cardinales: cuatro, y en ellos flota el viento caprichoso que el fuego misterioso siembra de humo, y la tierra y el agua se cortejan con fluvial armonía.
En lo agreste hay un cinco, digital y bucólico, que significa paz.
Desde el valle se aniebla la sangre de los números
Veo un seis en el paisaje vivo, en la hermosa parcela de universo que la tarde y el tiempo seducen con amor.
Lejos, heredero de lluvias, el puente celestial del Arco Iris: siete colores presta al firmamento, y la leyenda eterna, siete enigmas.
Hay quietud; todo es perfecto y mesurado como si fuese un ocho la campiña. Tal vez las nueve musas no están lejos de la alameda que ríe junto al río, y el cielo sea un diez incontenible y puro.
Ocultos al orgullo de las urbes, los números construyen sinfonías y definen aromas planetarios, espejos del infinito y de la nada.
- Fuente: Poesía y Ciencia, dirigida por Pedro Alonso Miguel
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