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Ulises
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  • Autor: James Joyce
  • Texto:

    [...]

    -¿Qué piensas de Hamlet? preguntó Haines a Stephen.

    -No, no, gritó Buck Mulligan con dolor. No estoy ahora para Tomás de Aquino y las cincuentaicinco razones que ha recopilado para apoyarlo. Espera a que me haya metido unas cuantas cervezas primero.

    Se volvió a Stephen, diciendo, mientras se estiraba meticu­losamente las puntas de su chaleco lila:

    -No podrías explicarlo con menos de tres cervezas ¿ver­dad, Kinch?

    -Ha esperado tanto, dijo Stephen lánguidarnente, que puede esperar más.

    -Me pica la curiosidad, dijo Haines amigablemente. ¿Es alguna paradoja?

    -¡Bah! dijo Buck Mulligan. Hemos superado a Wilde y las paradojas. Es bastante sencillo. Demuestra por álgebra que el nieto de Hamlet es el abuelo de Shakespeare y que él mismo es el espectro de su propio padre.

    -¿Qué? dijo Haines, empezando a señalar a Stephen. ¿Él mismo?

    Buck Mulligan se colgó la toalla del cuello a modo de es­tola y, doblándose de risa, le dijo a Stephen al oído:

    -¡Oh, sombra de Kinch el viejo! ¡Jafet en busca de un padre!

    -Uno está siempre cansado por la mañana, dijo Stephen a Haines. Y es más bien largo de contar.

    Buck Mulligan, avanzando de nuevo, alzó las manos.

    -La sagrada cerveza sólo puede soltarle la lengua a Dedalus, dijo.

    -Lo que quiero decir, explicó Haines a Stephen mientras seguían, es que esta torre y estos acantilados me recuerdan de alguna manera a Elsinore. Que se adentra en el mar sobre su base ¿no te parece?

    Buck Mulligan se volvió repentinamente por un instante hacia Stephen pero no habló. En ese instante silente e ilumi­nador Stephen se vio a sí mismo con su barata y mugrienta indumentaria de luto entre los alegres atuendos de ellos.

    -Es una historia maravillosa, dijo Haines, deteniéndolos de nuevo.

    Ojos, pálidos como el mar que el viento hubiera refresca­do, más pálidos, seguros y prudentes. Soberano de los mares, extendió la vista al sur por la bahía, vacía salvo por el pena­cho de humo del barco correo difuso en el horizonte brillan­te y por una vela cambiante cerca de los Muglins.

    -Leí una interpretación teológica de la misma en algún sitio, dijo absorto. La idea del Padre y del Hijo. El Hijo inten­tando reconciliarse con el Padre.

    Buck Mulligan en seguida puso una cara despreocupada de amplia sonrisa. Los miró, la boca bien perfilada abierta fe­lizmente, los ojos, de los que había borrado repentinamente todo rastro de sagacidad, parpadeando locos de contento. Movió una cabeza de muñeco adelante y atrás, agitándosele el ala del panamá, y empezó a salmodiar con tranquila voz feliz y necia:

    Jamás habréis visto un joven tan raro,

    mi madre judía, padre un pajarraco.

    Con José el fijador bien no me llevo.

    Por los discípulosy el Calvario brindemos.

    Levantó un índice en señal de aviso:

    -Si alguien pensara que no soy divino

    no beberá gratis mientras hago el vino,

    sino agua, y ojalá sea una clara

    cuando el vino otra vez agua se haga.

    Dio un tirón velozmente de la vara de fresno de Stephen a modo de despedida y, corriendo hacia una proyección en el acantilado, aleteando las manos a los costados como si fue­ran aletas o alas de alguien a punto de levitar, salmodió:

    -¡Adiós, digo, adiós! Escribid lo que he dicho

    y contada todo quisque que resucité de entre los nichos.

    La querencia no falla, y volaré ¡por Dios!

    Sopla brisa en Olivete - ¡Adiós, digo, adiós!

    [...]

 

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